La escritura academica algunas recomenda
La escritura académica: algunas recomendaciones prácticas
Texto de Javier Bassi. Ilustraciones de Pablo Hernández
(2016)
(Nota: este texto es un extracto revisado de mi libro Formulación de proyectos de tesis en
ciencias sociales. Manual de supervivencia para estudiantes de pre‐ y posgrado que está
disponible Por tanto, está dirigido a tesistas, aunque creo que será útil para cualquiera que desee escribir textos académicos. He mantenido sólo las recomendaciones prácticas y omitido, mayormente, la posición política y teórica que las sustentan. Para un tratamiento más amplio del asunto, consultar de la página 356 a la 362 y, muy particularmente, el apartado B5 del manual).
Antes que nada, quiero aclarar cómo me gustaría que se tomen estas recomendaciones. Para ello, haré un pequeño rodeo. En el libro de crónicas Serenata cafiola (2008) el recién fallecido escritor chileno Pedro Lemebel declara sus principios (p. 11):
Podría escribir clarito, podría escribir sin tantos recovecos, sin tanto remolino inútil. Podría escribir casi telegráfico para la globa y para la homologación simétrica de las lenguas arrodilladas al inglés. Nunca escribiré en inglés, con suerte digo go home. Podría escribir novelas y novelones de historias precisas de silencios simbólicos. Podría escribir en el silencio del tao con esa fastuosidad de la letra precisa y guardarme los adjetivos bajo la lengua proscrita. Podría escribir sin lengua, como un conductor de CNN, sin acento y sin sal.
Podría. Y yo contento: para mi gusto, Lemebel habría hecho bien en desconfiar de los
adjetivos, como escribió Hemingway. Así que, sí, podría. Podría, pero no lo hace. ¿Por qué? Porque no quiere. O porque le gusta escribir de este modo (p. 85): «¿Quién amarraba los brotes para conducirlos al sol donde estallaban corolas amaranto y pétalos azules alegrando esa casa melancólica?». Así las cosas, que yo piense que a Lemebel le sobran adjetivos… es mi
problema. Lemebel está realizando una voluntad estética (entre muchas posibles) y no tiene
por qué seguir ninguna receta. ¿Por qué comento esto aquí? Porque la intención que me anima no es imponer mi voluntad estética ni hacerla parecer la única opción. Más bien, intento contribuir a solucionar
un problema: las dificultades de escritura que manifiesta la gran mayoría de tesistas que
conozco. En ese sentido, es una opción por defecto («Si tienes problemas para escribir académicamente, te recomiendo hacer esto») que no obliga a quienes se inclinan por otras opciones.
Aclarado esto, mi recomendación general es ésta: «Escribe simplemente». Más adelante explicaré con cierto detalle qué quiero decir con esto. Por ahora baste aclarar que es lo opuesto a la escritura conocida como «oscura» o, retomando a Lemebel, con «recovecos». La escritura simple es mi voluntad estética y es, también, una entre muchas.
Por tanto, los/as tesistas (y por extensión los/as académicos/as) que crean escribir aceptablemente «bien» (lo que sea que eso sea) o, incluso más, que escriban como lo hacen porque así lo prefieren, ¡no tienen por qué seguir mis recomendaciones! De hecho, conozco a algunas personas que no las seguirían. Una colega me habló una vez de «la estética de la palabra»: «A veces una usa una palabra porque le gusta cómo suena o porque es bonita». Más generalmente, los/as seguidores/as de Lacan tienden a escribir en una prosa (que me resulta) oscura —el lacanés— no porque no puedan escribir de otro modo, sino porque así les gusta hacerlo. De hecho, me parece que se esfuerzan por estar a la altura de las exigencias del canon que suscriben. No es fácil escribir así (Nancy, 2000, pp. 33‐34):
Nietzsche paralítico presenta a Dios muerto: no lo representa, porque la realidad auténtica de Dios muerto no se halla en otro lugar, del cual se delegaría o se configuraría como «Nietzsche». Dios muerto está ahí, porque la parálisis de Nietzsche —que es la precesión de la muerte— presenta que no hay Dios, o que todo lo que hay de «Dios» no está más que en la muerte y no es más que (la) muerte. Nietzsche no presenta nada más de lo que presenta toda muerte humana: simplemente eso, que es la muerte, y que «Dios» está en ella abismado antes incluso de haber sido. (Dios está abismado en ella porque Dios es la muerte pensada como nombrable, la muerte pensada bajo un nombre y como la presencia de ese nombre —la muerte presentada, el fin de la presencia nombrada y presentada
En casos como éste y el de Lemebel, no tengo nada que decir porque hay ahí una decisión soberana (si existe tal cosa) de escribir de un cierto modo. No es una opción por defecto, es una opción en positivo: «Aunque podría escribir así o asá, prefiero escribir de este modo». En esta línea, mis recomendaciones no son, demás está decirlo, Palabra Santa: provienen de una forma muy concreta de entender la escritura en particular y la práctica científica en general (para un detalle de mi posición, revisar el apartado A2 del manual antes mencionado).
Ahora, si alguien decide seguirme en esto, la escritura resultante bien podría ser algo así:
La tecnología ha cambiado cómo suena la música, cómo se compone y cómo la experimentamos. También ha inundado de música el mundo. El mundo está saturado de (sobre todo) sonidos grabados. Antes teníamos que pagar por la música o debíamos hacerla nosotros mismos; tocarla, escucharla y experimentarla era excepcional, era una experiencia rara y especial. Ahora escucharla es universal, y el silencio es la rareza por la que pagamos y que saboreamos.
Nótese, adelantándome un poco, que hay cinco oraciones que componen un párrafo y que todas tienen un sujeto, un verbo y un predicado claramente identificables.
Adicionalmente, las palabras utilizadas son bastante convencionales. En consecuencia, la idea expresada es clara. El autor es David Byrne, exvocalista de Talking Heads, una de mis bandas preferidas de todos los tiempos. Extraje el párrafo de ese clásico contemporáneo que es Cómo
funciona la música (2014). Pero, claro, ¡David Byrne no es un académico! Podría objetarse:
«Eso no es ciencia. La ciencia exige otra escritura porque los/as científicos/as tienen cosas más difíciles que decir». No estaría del todo de acuerdo, pero muy bien. Vaya entonces otro ejemplo:
Siguiendo los consejos de Frege, el joven Ludwig Wittgenstein (1889‐1951) decide estudiar con Russell en 1911 y pocos años más tarde publica un libro, el Tractatus lógico‐filosófico (1921), que ejercerá inmediatamente una profunda influencia sobre un conjunto de filósofos y científicos austríacos y alemanes preocupados por imprimir un giro científico al pensamiento filosófico y acabar definitivamente con las especulaciones meramente metafísicas. Estos pensadores se constituyeron en un colegio filosófico, el Círculo de Viena, y lanzaron en 1929 un manifiesto programático fuertemente inspirado por las tesis de Wittgenstein. Estaban convencidos de que el lenguaje común es un pésimo instrumento para plantear y discutir los asuntos filosóficos, así como para construir una visión científica de la realidad. Según ellos, muchos de los falsos problemas en los que se enzarzan los filósofos proviene de un uso poco riguroso del lenguaje, buena parte de las formulaciones filosóficas carecen de sentido debido al uso de un lenguaje insuficientemente formalizado y hasta los enunciados científicos caen inadvertidamente, pero con demasiada frecuencia, en las múltiples trampas del lenguaje cotidiano.
Ése sí es un académico —Tomás Ibáñez, uno de mis superhéroes vivos— y eso sí es ciencia (social). Tomé el pasaje del capítulo El giro lingüístico del texto editado por Lupicinio
Íñiguez‐Rueda Análisis del discurso. Manual para las ciencias sociales (2006). En ese pasaje, Ibáñez habla de cosas bastante complicadas (concretamente, una de las formas históricas de entender la relación entre lenguaje y realidad) y, si bien la prosa es más estructuralmente compleja que la de Byrne, sigue siendo transparente.
Esto muestra, como sostiene Wright Mills en La imaginación sociológica (1959/2003, p. 228‐229), que «la falta de inteligibilidad por lo general tiene poco o nada que ver con la complejidad de la materia y nada en absoluto con la profundidad del pensamiento». En efecto, la complejidad de los asuntos tratados no son, entiendo, justificación para una prosa oscura. La expresión de esta idea sería: «No nos queda más remedio que escribir así porque el mundo es muy complejo». Disiento: desde la posición antirrepresentacionista que defiendo, el mundo (en sí) no es ni simple ni complejo, se construye como simple o complejo en y por el lenguaje. Por tanto, el mundo (en sí) no tiene culpa de nada porque no nos obliga a actuar de uno u otro modo en la medida que no existe antes y con independencia de las prácticas (en este caso, científicas) que lo constituyen como mundo. En fin, el mundo no tiene voluntad propia,
quienes escriben sí (y pueden elegir, con la libertad relativa de todo lo humano, cómo hacerlo).
Más bien, tiendo a creer, como continúa Wright Mills, que «el deseo de prestigio» es la «razón por la cual el académico cae tan fácilmente en la ininteligibilidad». Pero ése es otro tema (que, para quien se interese, trato con detalle en el manual).
Avancemos. Con fines pedagógicos y sin creérmelo mucho, suelo dividir un proyecto de tesis en dos dimensiones: contenido y forma. El contenido es el qué del proyecto, es decir, su elemento informacional (por ejemplo, las teorías empleadas o los argumentos defendidos). La forma es el cómo de ese qué, es decir y siguiendo los ejemplos, el modo en que esas teorías son presentadas o esos argumentos defendidos. La forma suele descuidarse, toda vez que parece de menor importancia respecto del contenido, pero es lo suficientemente importante como para arruinar un proyecto de tesis. De hecho, los/as estudiantes suelen quejarse de las objeciones a su escritura diciendo: «Bueno, pero la idea se entiende, ¿no?». Y, sí, puede que se entienda, pero los/as profesores/as esperamos bastante más que eso: esperamos claridad, precisión, lenguaje técnico, orden lógico, coherencia interna. Por esperar, incluso esperamos originalidad y belleza.
Aclaro entonces aquello de «sin creérmelo mucho»: la distinción contenido/forma es útil a fines pedagógicos pero, desde la postura (epistemológica) antirrepresentacionista que defiendo, tiene poco recorrido. Según lo veo, la forma no es el vestido del contenido, la forma
es el contenido. No hay ninguna diferencia esencial entre un concepto o teoría y la forma
lingüística en que ese concepto o esa teoría son puestos. Más mundanamente, no hay ninguna diferencia esencial entre lo que los/as tesistas escriben en su proyecto y lo que «querían decir» y, si me empujan, entre lo que escriben y lo que piensan. En ese sentido, no existe la teoría y el lenguaje en que se expresan: las teorías existen en y por el lenguaje.
Así vista, la escritura académica no podría ser más relevante: es todo lo que las teorías
pueden ser y serán. En el caso que nos ocupa, podría argumentarse que un proyecto no es más
que escritura (al menos para quienes lo evalúan): no hay espacio para la experiencia que está detrás del texto (y que le dio origen), por lo que las expresiones del tipo «Lo que yo quise decir» quedan fuera de consideración. Un proyecto es su versión escrita. No digo esto para asustar: lo digo para poner en valor la escritura académica y promover que se le asigne la misma o mayor importancia que la asignada a pensar o discutir un proyecto. La escritura académica no es un subproducto automático de la reflexión o de la conversación: es el resultado de una tarea ardua y en buena medida nunca acabada.
Lamentablemente, esta importancia no se manifiesta en los planes de estudio de las carreras universitarias: la escritura académica se aprende «de pasada» a medida que se aprenden otras cosas (aparentemente más importantes). Y se nota: al llegar al proceso de titulación, muy pocos/as estudiantes cuentan con las habilidades requeridas para poder componer un texto largo y complejo como un proyecto de tesis. Los/as profesores/as solemos padecer bastante a cuenta de esto… Es por ello que, mitad por altruismo y mitad por egoísmo, he escrito este texto. Está orientado principalmente a tesistas pero considero que puede ser útil para cualquier estudiante de ciencias sociales. Veamos.
Antes de entrar en detalles, un comentario y dos recomendaciones generales:
A escribir bien se aprende. Al contrario de lo que los/as estudiantes suelen creer, un buen i.
texto no es resultado de la inspiración o la genialidad. Sí, hay gente que escribe bien, ¡que parece que siempre escribió bien! Pero incluso los textos de esa gente son la expresión
material de un duro trabajo. Pasa que nunca vemos ese trabajo, sólo nos relacionamos
con el texto final: esa invisibilidad del proceso nos lleva a creer que los textos se producen sin esfuerzo o como por acto de magia. Nada más lejos de la realidad: un texto académico se piensa, se conversa, se vuelve a pensar, se intenta, se abandona (o se revolea), se retoma, se pone patas para arriba, se retoca, se pule, se relee, se vuelve a conversar, se vuelve a retocar… Y así hasta el infinito… o hasta la fecha de entrega. Es esa actividad, a menudo desquiciante, lo que hay detrás de un texto académico y es esa actividad la que
enseña a escribir. No hay atajos: a escribir se aprende… escribiendo
ii. Escribe un guión. Una vez que tengas algo parecido a una idea para un texto, escribe un punteo de sus elementos básicos. No comiences, sin más, el texto: sin un norte, casi seguro te perderás (y frustrarás). No necesitas mucho para un guión: sólo algunas ideas. En un estadio más avanzado del guión necesitarás algo más: el orden lógico en que presentarás esas ideas y las fuentes de las que las extraerás. Con un buen guión podrás, por así decirlo, recorrer un camino ya marcado y no ir a la deriva. Podrás escribir sabiendo en qué parte del texto estás, cuál era el punto del apartado que escribes, qué viene a continuación, etc. Un guión no te ahorrá otros problemas, como darte cuenta de que omitiste algo de importancia, pero hará la tarea más simple en la medida que opera como guía iii. Reescribe. En la línea de desmitificar la inspiración y la genialidad asociadas a los textos, diré que un buen texto no sale a la primera. Nunca. Más bien es el resultado de múltiples intentos y revisiones. La escritura académica es, más que nada, reescritura. Sucede que los/as estudiantes, en medio de la metralla de tareas académicas, no se habitúan a reescribir: se pasan la carrera escribiendo de un tirón textos cortos y de baja complejidad. En ocasiones plagian y el texto será un collage de cosas de aquí y de allá. Como fuere, no reescriben, entre otras cosas, porque no tienen el tiempo que los textos académicos requieren (al menos para ser buenos). Así, llegan al proyecto de tesis con poco entrenamiento del tipo de escritura que de verdad cuenta: la reescritura. Daré un par de ejemplos: inicialmente había escrito «Como fuere, no tienen el tiempo para dedicar a los textos académicos lo que los textos requieren (al menos para ser buenos)». Al releer, la oración me pareció innecesariamente complicada, además de no seguirse de lo que había escrito antes (que los/as estudiantes no suelen reescribir), y la cambié por la que ves unas líneas más arriba. Un cambio más drástico: originalmente, había puesto al final la explicación de cómo me gustaría que se tomaran mis recomendaciones. Pensé que era mejor pasar sin demora a las recomendaciones para no desanimar a tesistas en pena que buscan soluciones rápidas y no se interesan por el origen de esas soluciones. Luego, me pareció que no tenía mucho sentido hacer algo y explicar las razones después y pasé todo ese apartado al principio. ¡Eso es cirugía mayor!: me forzó a reajustes importantes, a relecturas múltiples y a reescribir bastante (un texto es un estructura de elementos relacionados y no puede cambiarse uno de ellos sin desajustar el texto todo). ¿Y los/as tesistas en pena? Bueno, en esta versión del texto, tendrán que tener paciencia, abandonar la lectura o saltar a las supuestas soluciones a su padecer. Y es inevitable que así sea: toda decisión comporta pros y contras (que uno sopesa al reescribir). Como fuere, aclaro que esos cambios y posteriores reajustes no son para nada inusuales al escribir textos académicos
¡Y ahora sí! Mis recomendaciones concretas para mejorar la escritura: i. Ortografía. En la era de los procesadores de texto son imperdonables los errores de ortografía. ¡Basta con corregir lo subrayado en rojo! Sólo hay que prestar atención a aquellas palabras que los programas no identifican como erróneas (no son tan inteligentes): ése y ese, té y te, aquellos y aquéllos, hay y ahí (¡horror!), etc. Para eso, no hay más remedio que leer y releer. Queda muy, pero muy‐muy feo un texto con errores de ortografía. Y una portada, ni qué decir. El efecto que produce, al menos en mí, es de desviación de la atención: me enojo tanto con los errores de ortografía… que apenas puedo centrarme en el contenido ii. Redacción. Volveré sobre esto luego, pero aquí diré que una redacción pomposa, confusa, petulante, innecesariamente complicada o lisa y llanamente incorrecta constituye para mí una «falta grave». Sobre todo, quita, al igual que una mala ortografía, la atención de lo más importante (el contenido) y confieso que me hace enojar mucho. Pienso cosas feas y pierdo la esperanza de un futuro mejor. Mi consejo, como dije, es escribir simplemente: à
la Hemingway, como suelo decir. Sería genial escribir de forma precisa y elegante a la vez,
pero no es algo que suceda a menudo. Y no por culpa de los/as estudiantes, claro, sino porque, como dije al inicio, no se los/as forma (no los/as formamos) para lo que requiere una tesis. Y escribir bien es una de esas cosas, quizás una de las más importantes, que requiere una tesis. (Comentario de resentido: también es cierto que cuando los/as profesores/as, como he hecho yo, intentamos formar esas habilidades, por ejemplo, pidiendo ensayos o monografías… lo que vuelve es plagio como para parar un tren).
Como fuere, ¿qué es escribir simplemente? Para mí:
a) Evitar las oraciones largas e incomprensibles, vinculadas unas con otras con comas y más comas o con conectores del tipo «del cual», «donde» o «lo que» (es éste, quizás, el error más común)
b) Redactar con oraciones cortas y aburridas, de estructura básica: sujeto + verbo + predicado (recuerda los ejemplos de Byrne o Ibáñez que comenté antes). Por ejemplo: Diversos/as autores/as (sujeto) + han abordado (verbo) + las diferencias entre las ideas de rehabilitación y de reinserción social (predicado). Y después de eso, punto seguido y otra oración: «Uno de ellos/as es Juan de los Palotes». Y después otra: «Este autor ha sugerido que la diferencia ha sido desatendida a pesar de no ser menor» c) Armar párrafos de cuatro o cinco de esas oraciones cortas y aburridas, iniciando uno cuando se comienza a tratar un aspecto diferente de un tema d) Escapar de las palabras grandilocuentes y pomposas (del escribir «en difícil», digamos)
e) No obstante esto, hacer uso de la terminología asociada a la teoría que se trate: por ejemplo, si se habla desde la teoría marxista, no se puede decir casta inferior, ni los
pobres, ni grupo social desfavorecido, ni empleados, ni nada que se le parezca. Hay que
usar las palabras clase o proletarios o proletariado (y lo mismo para cualquier teoría: debe conocerse y usar con precisión la terminología correspondiente que, por lo demás, suele ser muy precisa)
f) Evitar las mayúsculas innecesarias, como en Abuso Sexual o Institución. Otro «vicio» muy común, al que suelo comentar: «No es un dios: usar minúsculas». A mi juicio, sólo se salva Estado: para todas las demás palabras, minúsculas
g) Separar temas con subtítulos (cuando hay un cambio conceptual más importante)
h) En un sentido general, considerar que escribir es un acto de apertura a una
colectividad e implica «salir de uno mismo», por lo que tiene detrás una voluntad, que
debe manifestarse en la escritura, de llegar a otro/a. Creo que uno debería tener eso en la cabeza al momento de escribir, a no ser que, intencionadamente, esté escribiendo para tal o cual gueto académico
Según lo veo, ésa es la forma aburrida de escribir, pero es segura como un Volvo. Es poco probable que, en una defensa de tesis, se tache a un/a tesista de «aburrido/a» o que se lo/a critique por ello. Eso sí, quien pueda ser preciso/a, claro/a, ordenado/a… siendo, además, elegante, es decir, escribiendo como un ángel, ¡adelante! Son los proyectos que da más gusto leer. Pero, si no es el caso, recomiendo «ir a lo seguro», que podría sintetizarse así: «Es preferible aburrir que horrorizar».
Continúo. iii. Formato. Hay proyectos que «se ven feos», independientemente de su contenido. Sea porque son desprolijos, porque son barrocos en el uso de tipografías y tamaños de letras, porque tienen texto justificado a un solo lado, porque tienen muchos formatos de lista (puntitos, guiones, estrellitas, circunferencias, números romanos, números arábigos, interlineado, porque están mal impresos, porque no tiene las hojas numeradas, porque la portada no invita a seguir leyendo… En fin, es imposible enumerar todas las razones por las que la forma puede arruinar el contenido. Mi consejo personal es: «Recuerda que, antes que nada, el proyecto entra por los ojos». Hay que cuidar los detalles (y no tan detalles), porque contribuyen a que el/la lector/a se biendisponga y no empiece la lectura
ésta