TE RUEGO QUE ACEPTES ESTE HUMILDE FAX MI AMOR POR TI ES SIN CERA
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Se lo había enviado después de una discusión sin importancia. Ella le había suplicado durante meses que le explicara su significado, pero él se había negado. Sin cera. Era la venganza de David. Susan le había enseñado muchas cosas acerca de descifrar códigos, y para entrenarle se había dedicado a codificar todos los mensajes que le enviaba con cifrados sencillos. Listas de la compra, notas de amor, todo iba codificado. Después él había decidido devolverle el favor. Había empezado a firmar sus cartas «Sin cera, David». Conservaba más de dos docenas de notas de David. Todas iban firmadas de la misma manera. Sin cera.
Susan le suplicaba que le explicara el significado oculto, pero él no decía nada. Siempre que le preguntaba, se limitaba a sonreír y decía: «Tú eres la criptoanalista».
La jefa de Criptografía de la NSA lo había probado todo: sustituciones, cajas de cifras, incluso anagramas. Había sometido las palabras «sin cera» al análisis del ordenador, que reagrupó las letras en frases nuevas. Sólo había obtenido CESI RAN. Por lo visto, Ensei Tankado no era el único capaz de escribir códigos indescifrables.
—Sólo comprobar que sigo en forma. —Entiendo —gruñó Strathmore, mientras sopesaba sus opciones. Al cabo de un momento, también
decidió no dar motivo de sospechas a Hale. Se volvió con frialdad hacia Susan—. Señorita Fletcher, ¿podría hablar con usted a solas un momento? —Susan vaciló.
—Sí, señor. —Dirigió una mirada inquieta a su monitor, y después a Greg Hale—. Sólo un momento.
Mediante una combinación de teclas activó un programa llamado ScreenLock. Era para asegurar la privacidad. Todas las terminales de Nodo 3 venían equipadas con él. Como las terminales estaban conectadas las veinticuatro horas del día, ScreenLock permitía a los criptógrafos abandonar sus puestos
de trabajo con la tranquilidad de saber que nadie fisgonearía en sus archivos. Susan tecleó su código personal de cinco caracteres y la pantalla quedó en blanco. Seguiría así hasta que volviera y tecleara otra vez su código.
Después se puso los zapatos y siguió al comandante.
—¿Qué diablos está haciendo ése aquí? —preguntó Strathmore en cuanto Susan y él estuvieron fuera de Nodo 3.
—Lo de siempre —contestó Susan—. Nada. El comandante parecía preocupado. —¿Ha comentado algo acerca de Transltr? —No, pero si tiene acceso al monitor de control y ve que el proceso ya registra diecisiete horas,
entonces sí que dirá algo. Strathmore reflexionó. —No hay motivos para que acceda a él. Susan le miró. —¿Quiere echarle? —No. Le dejaremos quedarse. —Echó un vistazo a la oficina de Sys-Sec—. ¿Chartrukian se ha
marchado ya? —No lo sé. No le he visto. —Santo Dios —gruñó Strathmore—. Esto es un circo. —Se pasó una mano por la barba incipiente
que oscurecía su cara desde hacía treinta y seis horas—. ¿Alguna información del rastreador? Tengo la impresión de no estar haciendo nada.
—Aún no. ¿Alguna noticia de David? Él sacudió la cabeza. —Le pedí que no me llamara hasta que tuviera el anillo. Susan se sorprendió.
—¿Por qué? ¿Y si necesita ayuda? Strathmore se encogió de hombros. —No puedo ayudarle desde aquí. Está solo. Además, prefiero no hablar por líneas poco seguras,
alguien podría estar escuchando. Susan le miró con sorpresa y preocupación. —¿Qué significa eso?
A nueve metros de donde estaban conversando, oculto por el cristal unidireccional de Nodo 3, Greg Hale se hallaba de pie ante la terminal de Susan. La pantalla estaba en blanco. Miró a Susan y al comandante. Después buscó su cartera, extrajo una pequeña tarjeta y la leyó.
Cerciorándose de que seguían hablando, pulsó con cuidado cinco teclas. Un segundo después el monitor cobró vida.
—¡Bingo! —exclamó eufórico. Robar los códigos personales de los usuarios de las terminales de Nodo 3 había sido fácil. En Nodo
3, las terminales tenían teclados idénticos. Hale se había llevado a casa su teclado una noche e instalado un chip que grababa todas las pulsaciones efectuadas en él. Al día siguiente, había llegado temprano, intercambiado su teclado modificado con el de otra persona y esperado. Al final del día, hizo el cambio y vio los datos registrados en el chip. Aunque había millones de pulsaciones por examinar, encontrar el código de acceso fue sencillo. Lo primero que hacía cualquier criptógrafo por la mañana era teclear el código personal que desbloqueaba su terminal. Por lo tanto, el trabajo de Hale era breve: el código personal siempre aparecía en los cinco primeros caracteres de la lista.
Era irónico, pensó mientras miraba el monitor de Susan. Había robado los códigos de seguridad por pura diversión. Se alegraba ahora de haberlo hecho. El programa que apareció en la pantalla de la jefa de Criptografía parecía importante.
Hale se quedó perplejo un momento. Estaba escrito en LIMBO, que no era una de sus especialidades. Sin embargo, le bastó con echarle un vistazo para darse cuenta de que aquello no era un diagnóstico. Sólo entendió dos palabras. Pero eran suficientes.
RASTREADOR BUSCANDO...
—¿Rastreador? —preguntó en voz alta—. ¿Buscando qué? Se sintió inquieto de repente. Estuvo un momento estudiando la pantalla de Susan. Después tomó
una decisión. Hale comprendía lo suficiente el lenguaje de programación LIMBO para saber que se basaba en
otros dos, C y Pascal, que sí conocía. Alzó la vista para comprobar que Strathmore y Susan seguían hablando fuera e improvisó. Entró unas pocas órdenes Pascal modificadas y pulsó la tecla ENTER. La ventana de estado del rastreador respondió tal como había esperado.