RATA CRITICA A LA POLITICA CRIMINAL COLO

A Hader:

Ojala hayas podido encontrar paz, Donde quiera que estés Amigo mío….

G capital del país, así como paso obligado de las familias

Prólogo

irardot 1 era, en los años ochenta, un pequeño pueblo hotel para los conductores que recorrían los largos

trayectos entre los lejanos puertos marítimos y la

Bogotanas que se dirigían a los sitios de veraneo temporal en los abundantes días feriados que iluminan el calendario Colombiano como árbol de navidad. Su posición privilegiada

a orillas del rio grande de la Magdalena y punto estratégico en la vía Panamericana, convirtió a este pequeño pueblo en un mundillo comercial y turístico que bullía en desorden y parrandas cada fin de semana. Como siempre, barriadas pobres crecían alrededor de los paraderos obligados de buses, camiones y toda suerte de vehículos y justamente en esas casuchas marginales nació el que llegaría a ser uno

de los más frecuentes, violentos y reconocidos habitantes de las cárceles Colombianas: Alias “Hader” o “La Rata”.

Lo conocí por accidente, durante mi estadía en la cárcel. Uno de los periodos más dolorosos e infames de mi vida. Sin embargo, esta experiencia amarga, sirvió también para descubrirme compartiendo con seres humanos que normalmente solo se ven en los noticieros cuando asesinan

a alguien o corriendo con malabáricos movimientos por las calles con varios policías detrás.

Este relato está de dicado a mi amigo “Hader”, de quien desconozco su paradero actual y a quien le leía la Biblia todas las noches, acurrucados junto a un pequeño haz de luz que se filtraba por los barrotes de la jaula en la que nos amontonaban como marranos.

1 municipio de Cundinamarca (Colombia) ubicado en la Provincia del Alto Magdalena, de la cual es capital

A ese gladiador temido por bandidos y guardias que debajo de esa coraza y esa mirada fiera que hacía temblar al más atrevido, lloraba escondido pensando en una madre que lo dejó y una hermana que vio morir sin poderle decir cuánto la amaba. Pero también está dedicado a las personas que nunca han pasado por una cárcel y solo han visto a Hader o

a quienes son como el en los noticieros. Hoy como el personaje de la caverna de platón, pretendo mostrar una realidad que no busca su misericordia hacia los delincuentes, sino generar una reflexión hacia la Política criminal y penitenciaria de Colombia que, mediante leyes dictadas al calor de los medios de comunicación, sepulta en vida a la gente en la cárcel sometiéndolas a un proceso de tortura, olvido y humillación que lo único que logra es acumular años de ira, frustración y violencia potenciando lo malo del ser humano y extinguiendo lo poco bueno que hubiese podido llegar a tener. Luego del relato, y con base en fuentes de alto perfil, expondré la dramática situación de la política criminal y penitenciaria nacional, que, por su ineficacia, desactualización y evidente politización, está convirtiendo a las cárceles en verdaderas universidades del crimen. Esta es una historia basada en hechos reales. Los nombres de los personajes son ficticios, excepto los de lugares o eventos históricos. Solo conservo el alias de mi amigo, porque él personalmente me autorizó a usarlo. Cada vez que paso por el sitio en el que lo tuvieron sometido al trato de un animal de la peor calaña, haciendo sus necesidades fisiológicas en un balde junto a su cama y comiendo en el piso, me pregunto: ¿Cuánta maldad y

desidia fue necesaria para convertir a ese niño campesino que se desvivía por su hermanita en uno de los residuos sociales más peligrosos y desalmados del sistema penitenciario Colombiano?

El narrador.

Contenido

C apítulo I: Antes de la rata

C apitulo II: Una sucesión de eventos desafortunados

C apitulo III: La rata

C apitulo IV: Las cárceles

C apítulo V: La Rata y yo

C apítulo VI; La destrucción del Ser

C apitulo VII: Reflexión Apéndice

Capítulo I: Antes de la rata

apenas si lograba pasar una o dos horas despierta de H

ader era hijo de una mujer que debía trabajar todo el día atendiendo mesas en los numerosos restaurantes a orillas de la carretera, y que

domingo a domingo porque sus horarios, terriblemente inhumanos, muchas veces se extendían desde las ocho de la mañana hasta la una o dos de la madrugada del día siguiente, sobre todo en Semana Santa, vacaciones o fiestas. Desde que Hader tenía memoria, le había tocado ser el “hombre de la casa”. Apenas si podía sumar o restar y ya le tocaba hacer aseo, cocinar los escasos alimentos de que disponían para que su madre pudiera descansar, y para completar, era el responsable del bienestar y seguridad e su hermana Lucinda, una nenita de grandes ojos cafés que lo adoraba y solo dejaba de llorar cuando lo veía. Hader era un muchacho sin infancia. Madurado a golpes de vida, sin permiso para ser niño, ni jugar con

los otros en la calle cuyas risas escuchaba mientras trapeaba el baño. Cambiaba el pañal de su hermana o cocinaba el desayuno antes de tener que limpiar la casa y la noche le sorprendía alistando los quehaceres del siguiente día. No tuvo tiempo de ir a una escuela. Si se daba el lujo de hacer algún amigo, pronto lo perdía porque el cuidado su hermanita le hacía perder su lugar en el equipo de futbol o en el paseo al rio. Pero no le importaba, Lucinda no era un problema para él ni una carga. Cuando a veces se desesperaba por no poder adivinar porque lloraba, se calmaba porque el amor que sentía por su hermanita lo convertía en su héroe su protector. Él le enseñó sus primeros pasos, le calmó la irritación de las encías dejándose morder la mano que, obviamente había lavado escrupulosamente antes. Esa bebe, desde que nació fue su causa, el sentido de su vida, el centro de su existencia. El deleite de Hader era la risa diáfana de su hermanita y esa manera de mirarlo como si fuera el centro del Universo.

violencia guerrillera cuando apenas contaba M los 17 años. Sola, con un atado de ropa envuelto en un

aribel había llegado a Girardot procedente de Mariquita Tolima 2 , un pueblo azotado por la

mantel y con la promesa de un amigo conductor de ayudarle a engancharse en una de las fondas del pueblo y para que una familia amiga le acogiera mientras se ubicaba, llegó a Girardot despistada, asustada y sin saber lo que le deparaba el destino. Había crecido como la hermana mayor de una familia

2 San Sebastián de Mariquita es un municipio colombiano ubicado en el departamento de Tolima 2 San Sebastián de Mariquita es un municipio colombiano ubicado en el departamento de Tolima

La vida en la zona rural mariquiteña, transcurría despacio, calmada, sin ningún sobresalto. Los abuelos pasaban el tiempo cultivando hortalizas y cuidando pequeños animales de granja. Los padres llevaban cada domingo los productos de los cultivos al centro

de acopio del pueblo donde les compraban a precios

de robo gubernamental los pocos frutos de sus tierras y los hermanitos de Maribel jugaban en el gigantesco parque de diversiones que se les antojaba el paisaje agreste de la región. Pero un tenebroso día, un grupo armado de hombres de la guerrilla, intempestivamente llegó a su casa y con ellos, todo el horror de la guerra que ha desangrado a Colombia por cincuenta años: Gritos, insultos, amenazas, golpes de culata, y carcajadas diabólicas que resonaban en la noche mientras tumbaban las puertas. Los hombres uniformados sacaron de la casa a rastras a sus padres, reclutaron a sus hermanos, asesinaron a su abuelo, robaron sus pocos animales y les impusieron una vacuna imposible de pagar.

Los colocaron en fila, boca abajo en el piso frente a la casona. Les acusaron de ser auxiliadores del ejército debido a que uno de los policías del pueblo, el agente Humberto Cerquera, un jovencito locuaz de escasos

20 años de edad de origen antioqueño que se había enrolado en la Policía Nacional de Colombia porque literalmente no había nada mejor que hacer, visitaba regularmente la casa de Lucinda con la velada 20 años de edad de origen antioqueño que se había enrolado en la Policía Nacional de Colombia porque literalmente no había nada mejor que hacer, visitaba regularmente la casa de Lucinda con la velada

Cuando se llevaron a sus padres a la fuerza, el abuelo intento hacerle frente a los fusiles con una escopeta de fisto, mala decisión. Antes de siquiera poder accionar el martillo ya tenía doce disparos de fusil que le destrozaron el cuerpo.

– Se reían viéndolo morir – le contaría a Hader su madre años después.

–Uno de ellos le pateó la cara para ver si estaba vivo todavía y le propinó un disparo de pistola en la frente delante de todos nosotros -.

Cuando finalmente se fueron, los cultivos se consumían en el fuego, el gallinero, la marranera y el corral con las dos vacas fueron volados con granadas con los animalitos adentro. La casa quedo impactada con los disparos que mataron al abuelo y manchada con su sangre de su abuelito. Los gritos de sus padres mientras los subían al jeep aun retumbaban en los árboles.

Los pocos animales que quedaron, como participando del luto, guardaban silencio y se refugiaron en madrigueras o simplemente huyeron al monte.

Pimpón, el perrito del abuelo se acostó sobre la cama

de su antiguo dueño y el loro que por años fue el acompañante fiel de la abuela, quedo muerto en la cocina y nadie sabía si por el susto o por la acción de los invasores. Mientras la policía hacia el levantamiento, la abuela recogida como una niña abandonada sobre el sofá de la sala, lloraba desconsolada con la cara entre las manos. Era demasiado dolor para sus ochenta y siete años de edad.

-¿causa de la muerte?- preguntó un funcionario que llenaba unos formularios en la sala mientras fumaba un grueso habano para espantar las moscas junto al cuerpo inerte del abuelo.

–Muerte violenta por arma de fuego- le contestó otro que, cubierto con una bata y tapabocas le tomaba las

huellas dactilares al cuerpo.

-¿homicidio o ejecución?- preguntó el del formulario

– Ponga retaliación entre bandas delincuenciales para evitarnos el papeleo y la visita de la procuraduría – dijo el otro, mientras se quitaba los guantes y salía

de la casa.

Al día siguiente los periódicos y la radio local anunciaban que un “peligroso líder paramilitar” había sido ajusticiado en extrañas circunstancias al parecer por retaliaciones entre bandas delincuenciales. Es

Entonces, gracias al “objetivo” cubrimiento de los medios, llegó el huracán. Un enorme destacamento

militar y de policía llego (tres días después) a la finca, les incautaron la parcelita, destrozaron la casa y los restos de los graneros en busca de caletas, armas y drogas inexistentes. La abuela fue llevada a un ancianato del estado en medio de gritos de desesperación por ser desarraigada de su tierra, y peor que eso, finalmente nadie investigó jamás la desaparición de sus padres ni el reclutamiento de sus hermanos. Los animalitos se dispersaron y Lucinda no tuvo más opción que irse lejos, tanto como para huir

de sus amargos recuerdos.

Miguel, un joven conductor de un camión de transporte

de carga, que ocasionalmente visitaba una fonda cercana a su casa, le había hablado a Maribel de Girardot, un pueblo que comenzaba a crecer en la vía que comunicaba medio país con la capital. Allí había, según él, mucho trabajo y un futuro posible para una niña emprendedora como ella.

Le describía un paraíso en la tierra: un rio gigante, colegios

casas, muchos restaurantes de carretera en los que siempre había puestos disponibles, el mundo ideal para una adolescente de Mariquita Tolima.

públicos,

grandes grandes

y los transeúntes, hasta que vio venir el camión Ford modelo 68 de cabina roja, en medio de la neblina de la segunda madrugada.

Al principio el muchacho no la reconoció. Sus ojos ya no brillaban como antes, la sonrisa se le había borrado y una sombra negra parecía rodearla. Se veía miserable, acabada, triste. Ella, apenas lo vio bajar del camión, se arrojó a sus brazos llorando. Tal vez se vería mal, pero era el único amigo que le quedaba, la única opción que le presentaba la vida. Miguel no sabía si abrazarla o separarla, pero fue más fuerte el gusto por la chica y la abrazó imaginando lo peor. Ella entre sollozos entrecortados le contó la tragedia que había devorado su familia en los últimos días. El la miraba espantado. ¿Cómo puede haber tanta maldad en este mundo? La gente comenzó a arremolinarse en torno a la pareja con expresiones de pesar al ver tan afectada a esa niñita que tiritaba de frio envuelta en una manta raída y apenas vestida con un vestidito de raso y unas alpargatas de cabuya. Miguel para evitar el espectáculo, la invitó a subir a la cabina del camión que estaba mucho menos fría que la intemperie y arrancó camino a otro pueblo donde no la niña pudiera hablar con más tranquilidad.

Ella le suplicó que la llevara lejos, bien lejos de ese pueblo de mierda. Se subió al camión y lo acompañó todo el viaje durante unas semanas más. En cada paradero iba venciéndose la barrera que existía entre Miguel y su protegida. Él era casado, tenía dos hijos en Bogotá, pero esos ojos, esa sonrisa, ese aroma tan particular que tenía… para el joven conductor, Maribel era como una orquídea delicada que había nacido y florecido en un basurero.

Una tarde, en Buenaventura, habiendo ya entregado el viaje que llevaba, Miguel estacionó el camión en la zona franca a la espera de un nuevo viaje para llevar al interior del país. Mientras tanto, pensó diez veces en invitar a salir formalmente a Maribel. Caminó de un lado para otro repitiendo en voz baja cual sería la mejor manera de decirle a esa chiquilla cuanto le gustaba y sobre todo lo bien que se sentía a su lado. Finalmente, se dirigió al hotel comprando por el camino una loción de tercera en un puesto en la calle. Más adelante, en un remate, compro una camiseta nueva para impresionarla con ropa que no oliera a ACPM.

Cuando llegó, ella estaba en el lobby del hotel, vestida con un traje de flores rojas en fondo blanco. Su cabellera recogida con una balaca, caía como una catarata negra y brillante por la espalda. Cuando lo vio, una enorme sonrisa iluminó su cara y salió al encuentro de su amigo y protector. El la saludó y con toda la cortesía de la que jamás sería capaz en toda su vida, la invitó a tomar un helado en el Jardín Cuando llegó, ella estaba en el lobby del hotel, vestida con un traje de flores rojas en fondo blanco. Su cabellera recogida con una balaca, caía como una catarata negra y brillante por la espalda. Cuando lo vio, una enorme sonrisa iluminó su cara y salió al encuentro de su amigo y protector. El la saludó y con toda la cortesía de la que jamás sería capaz en toda su vida, la invitó a tomar un helado en el Jardín

a una hora en lancha de la ciudad.

La brisa marina, a medida que avanzaba la lancha, revolvía los cabellos de Maribel que miraba extasiada la selva tropical que crecía en las orillas del océano pacifico. Miguel la miró como si fuera la última mujer del mundo.

Ese día lo pasaron riendo, jugando en la arena de la playa. Recorrieron los senderos salpicados de enormes mariposas, escribieron sus nombres en la blanca arena de las playas, ella lo miraba y parecía que el pasado no existía y que en adelante todo iría bien. Regresaron al hotel en el que él, muy cortésmente había

sacado dos habitaciones separadas. Esa fue una noche especialmente calurosa y húmeda, como la mayoría de las noches del pacifico Colombiano.

Miguel, estirado boca arriba en su habitación, vestido con una pantaloneta roja y una camisilla esqueleto blanca, trataba de dormir pero el rostro de la joven pasajera se dibujaba incesante en el ventilador que giraba en el techo de la habitación Ella, por su parte, permanecía sentada en la orilla de su cama, acababa

de darse un baño intentando reducir el calor que le producía estar cerca de su salvador y más allá de la dureza de los muros y los cerrojos de las puertas, los dos corazones latían al unísono, como el final de una

E Se recuesta y mira por la ventana que está a tres

n este punto Hader suspende la narración, se levanta de la silla, camina hasta la reja que está más cerca del guardia y enciende un cigarrillo.

metros de distancia y que apenas deja ver un techo de zinc, cables de luz y un poste. Puedo contar las heridas de su espalda: catorce. Bajo el cuello, de lado

a lado de los hombros, en enormes letras góticas se lee un tatuaje “Dios y Madre”.

Un escapulario cruza desde el hombro derecho hasta el costado izquierdo de su cuerpo atlético y evidentemente musculoso. Tiene el cabello cortado estilo militar, varias cicatrices en su cara, ojos pequeños, nariz chata, profundos surcos en la frente y cejas muy pobladas. Los brazos y las manos, visiblemente fortalecidas por el esfuerzo físico y el ejercicio, son recorridos por las venas como los ríos en una cordillera, develando los años de trabajo en los puertos descargando planchones.

Aspira profundamente y deja que el humo salga despacio por entre los barrotes como huyendo de la miseria de la prisión. Su mirada se pierde, supongo que recordar a su madre le duele. Las 200 personas con las que compartimos la estrecha celda tratan de Aspira profundamente y deja que el humo salga despacio por entre los barrotes como huyendo de la miseria de la prisión. Su mirada se pierde, supongo que recordar a su madre le duele. Las 200 personas con las que compartimos la estrecha celda tratan de

A lo lejos, surcando la noche, se escucha el ruido de los vehículos que recorren raudos la avenida Boyacá, una de las principales vías de Bogotá. Ese ronroneo incesante y perenne acompañó cada día en que la justicia Colombiana nos redujo a menos que animales despojándonos de cualquier atisbo de dignidad a 200 seres humanos de todos los orígenes pero identificados por la tragedia, en una celda para 20 personas.

Poco después sabré la tragedia que se desataría a partir de esta historia idílica entre Maribel y Miguel, que marcaría el inicio de los eventos que nos tienen juntos en el calabozo de la Unidad de Reacción Inmediata (URI) de la Fiscalía al sur de Bogotá.

Una mañana cualquiera llegó a la URI el cabo Pérez, un subintendente de la Policía Nacional alto, delgado, con los dientes muy grandes, ojos hundidos, calvo y una nariz que recordaba a un personaje de dibujos animados. Le correspondía recibir el turno de cambio

de guardia y durante su reinado de doce horas, estaba prohibido hablar entre nosotros, incluso tenía prohibido mirarlo a él a los ojos. Tal vez la Policía Nacional necesitaba que olvidáramos lo poco que quedaba de seres humanos en nosotros. Resoplando como un toro, se puso las manos en la cintura y entró con aire marcial, mentón levantado y mirada “Hitleriana” al el interior la jaula. A los pocos que dormían en los

Al caer la noche sobre el calabozo, y con la complicidad de otros policías, el Cabo Pérez ordenó colocar cobijas alrededor de las rejas y organizó al azar terribles peleas entre los más fieros detenidos. Hasta las diez de la noche todo fue golpes, gritos, heridas, sangre y risas de los Policías que custodiaban la URI, que apostaban dinero, cigarros, y hasta relojes en las luchas. No se cómo no resultó un muerto en esos eventos, porque en algunos de los encuentros dejaban pelear a los hinchas de un equipo contra los hinchas del otro, o a vec 3 es era entre “niches” o entre

“paracos” y “guerrillos”, entre “ratas” de diferentes 4 “parches” e incluso vi peleas entre mujeres del primer y el segundo piso. Después de cada combate, silencio total, los que no peleamos trapeamos la sangre y secamos el piso, los gladiadores recibían marihuana y gaseosas. A la una

de la mañana todos a dormir. Un día menos de calvario.

3 Afrocolombianos 4 Grupos delincuenciales normalmente identificados por territorios definidos.

Pasaban varios días sin que Hader me hablara. Yo evitaba acercarme hasta que el me indicara que podía hacerlo, porque cuando alguien intentaba hablarle o siquiera lo empujaba involuntariamente durante la fila el almuerzo era repelido con una andanada repentina

de golpes mortales que la mayoría de las veces terminaban en costillas rotas, narices sangrantes y ojos amoratados. Tenía un rostro fiero, temible, que ocultaba toda una historia de sufrimiento que convirtieron al niño que adoraba a su hermana en un ser humano que sus escasos 31 años había pasado por 17 cárceles en Colombia.

La “rata” Tenía la prioridad absoluta a la hora de la comida o de usar la única ducha y el único sanitario disponible para más de 200 personas, que entre otras cosas estaba a la vista de todos, sin puerta ni divisiones. Su lugar de dormir era un espacio de dos metros cuadrados, un verdadero privilegio teniendo en cuenta que cada uno disponía de menos de un metro para vivir, comer y dormir. Por su calidad de jefe tenia suministro constante e ilimitado de drogas y medicinas, armas y beneficios varios por parte de la Policía.

A cambio el, los mantenía surtidos de relojes chaquetas, gorras, y joyas que les robaba a los nuevos. Era un perverso pero muy efectivo trato. Como los policías por si mismos no podían robar a nadie (por lo menos de frente), los dejaban entrar con toda clase de elementos prohibidos que, usualmente o

a la familia.

Cuando los entregaban a Hader, le marcaban a cada preso según su importancia y disponibilidad de elementos con señas pre acordadas. En el siguiente turno pasaban por su parte del botín y a veces hasta discutían como perros hambrientos su valor o la repartición frente a los antiguos dueños que, indefensos debían aguantarse el procedimiento.

Capitulo II: Una sucesión de eventos desafortunados

maneció. Miguel hacía rato se había despertado y jugaba con el cabello de Maribel entre los dedos. Ella, recostada en el brazo izquierdo de

él, soñaba profundamente dormida.

La noche anterior, dejándose vencer por las circunstancias, los dos habían salido de sus habitaciones en dirección a la del otro encontrándose sorpresivamente en la mitad del pasillo. Al principio se miraron sorprendidos, luego sonrieron ante la circunstancia evidente y finalmente, él, respetuoso como había sido hasta ahora, la tomó de la mano y la condujo hasta su cuarto. Al día siguiente. después de almorzar retomaron carretera con una carga de aceite para la capital, eso significaba que Miguel debía pasar por Girardot, así que podría dejar instalada a la chica mientras iba a la ciudad a entregar la mercancía. Durante un largo trayecto guardaron silencio, flotando

Cada estación y hotel del camino se convirtió en una oportunidad de confirmar lo que su corazón le había dicho desde el día en que le conoció en el restaurante

de Mariquita Tolima. Muchos peajes, hoteles, besos y kilómetros después, el freno del camión anunció que habían llegado a Girardot. Eran las siete de la mañana

de un martes y todo estaba cerrado. Solo un pequeño restaurante de orilla de carretera y dos tabernas estaban abiertas, sin clientes y con la misma apariencia triste de los que habían a la orilla de la carretera en Mariquita Tolima.

Maribel se sintió desilusionada. La imagen que se había pintado de la glamorosa ciudad puerto que bullía

de movimiento y con grandes avenidas y casas suntuosas que había diseñado en su mente a medida que Miguel le contaba en las tardes de visita en su pueblo natal, se diluía en un mar de realidad. Girardot era un típico pueblo que había crecido a los largo de la carretera, alargándose en casuchas de miseria, talleres, montallantas y los mismos perros flacos con los ojos entrecerrados que miran de medio lado a los forasteros sin levantarse. A lado y lado de la carretera, de movimiento y con grandes avenidas y casas suntuosas que había diseñado en su mente a medida que Miguel le contaba en las tardes de visita en su pueblo natal, se diluía en un mar de realidad. Girardot era un típico pueblo que había crecido a los largo de la carretera, alargándose en casuchas de miseria, talleres, montallantas y los mismos perros flacos con los ojos entrecerrados que miran de medio lado a los forasteros sin levantarse. A lado y lado de la carretera,

Miguel buscó los ojos de la chica con una sonrisa. Ella para no defraudarlo se la devolvió y le dio un beso de recompensa. Se acercaron al restaurante abierto y pidieron dos desayunos que el conductor apuró sin pausa porque iba retardado hacia la entrega de la carga en la aún lejana capital. Al salir del restaurante, ya el pueblo despertaba y la cantidad de vehículos que paraban en la orilla se incrementaba paulatinamente. Los dos jóvenes se dirigieron a una casa en una esquina del parque de la locomotora. Era grande, esquinera de dos pisos y de ese azul tan típico de los pueblos de tierra caliente colombianos. Una amplia terraza a la entrada cercada por una baranda en cemento, sostenía pequeñas materas con helechos y otras plantas de flores brillantes. Un loro, que colgaba

de cabeza en la entrada, les dio la bienvenida con un graznido ensordecedor.

Desde el fondo de la casa, una voz femenina saludó con un grito:

-¡ya voy, Estoy en la cocina! –

A los pocos segundos una señora rubicunda de algo más de 50 años, ataviada con un delantal verde viche,

Llegó hasta los viajantes con una enorme sonrisa que parecía permanente en su redonda cara de amable matrona. Era doña Esperanza, quien en adelante jugaría un papel estratégico en esta historia. Se abalanzó sobre Miguel y le dio un abrazo que casi lo parte en dos, mientras los perros ladraban y saltaban alrededor, la señora, ignorando a Maribel, le decía

-¡mira que grande estas mijo! - ¡ya eres todo un señor! - ¡si tu papa te viera hasta te da el apellido!-

El, abrumado con el saludo, apenas atinaba a devolverle el abrazo riendo dichoso mientras saludaba

a los perros, el gato y el resto del arca de Noé que prácticamente era la sala de esa casa.

-Te presento a Maribel.-

Dijo Miguel, y en ese momento todo el huracán de cariño se dirigió sin alarma ni previo aviso hacia la sorprendida joven.

-¡mira que linda! - ¡mira que princesa!- ¡Dios santo Miguel, de que altar sacaste este angelito!- Maribel se dejaba abrazar mirando a Miguel más perdida que encontrada. Finalmente Doña Esperanza termino de saludar y los animales regresaron al patio -¡mira que linda! - ¡mira que princesa!- ¡Dios santo Miguel, de que altar sacaste este angelito!- Maribel se dejaba abrazar mirando a Miguel más perdida que encontrada. Finalmente Doña Esperanza termino de saludar y los animales regresaron al patio

Cuando terminó

en la que convenientemente evitó mencionar el asunto libidinoso del viaje, Miguel tomó la mano derecha de la mujer y le dijo:

la

historia,

- Mamá Esperanza, necesito que la acojas en casa como si fuera yo. Esta muchacha se quedó sin familia, te lo ruego, no sé dónde más dejarla con confianza-.

La Doña guardó silencio y miro a Maribel por unos segundos que a la joven le parecieron eternos.

–Mijita- le dijo.

-Yo crie a este muchacho y lo recogí de la carretera y por eso lo entiendo. Soy una mujer de 62 años, sola y mañosa. Sin embargo, en esta casa siempre habrá techo y pan para los desprotegidos. No tengo muchos recursos, apenas sobrevivo con lo que me da un puesto en la plaza del pueblo y la verdad sí necesito quien me ayude tanto en la plaza como aquí. Así que

Maribel comenzó a llorar. Hacía tanto tiempo que no tenía padres que esto le parecía un sueño. Desde ese día se sintió como en casa. Ayudaba a los quehaceres diarios y en las tardes trabajaba en la plaza en un puesto de artesanías y típicos que tenía mucho movimiento después de medio día porque vendía alfandoques y otros dulces preferidos por los alumnos

de los colegios cercanos.

Así pasaron tres años de relativa calma y felicidad. Aunque las mujeres no sabían de Miguel más que lo que contaban las eventuales cartas y por los esporádicos giros que enviaba desde múltiples puntos

de la geografía nacional, ella abrigaba la esperanza de que regresara a quedarse a su lado o a llevarla con él, y más ahora que trabajaba llevando y trayendo carga para el oleoducto Caño Limón – Coveñas. Pero el sino trágico de la familia, ese que había desaparecido a sus padres, hermanos y abuelos de un plumazo, volvió a oscurecer el cielo sobre Girardot. Un sábado, a las cuatro de la tarde, cuando se preparaba para cerrar el puesto de la plaza, al levantarse, luego de poner el candado de la reja, sintió que se desmayaba al ver justo ahí, de frente, paralizado de la sorpresa en su uniforme verde oliva al Intendente Humberto Cerquera.

ader hace una pausa. Se levanta de la colchoneta que esta junto a la mía en el suelo

de la URI, saca un cigarrillo del bolsillo de la URI, saca un cigarrillo del bolsillo

de la jaula en la que estamos amontonados como muebles viejos mohosos y sin futuro.

-¿hay tortas de jamón? –

Grita mirando hacia el primer piso. Ese era una de las claves para identificar las drogas, ejemplo de esa extraña costumbre eufemística de la cárcel de llamar las cosas por lo que no son. “Tortas de jamón” es bazuco, la más terrible de las drogas, fabricada con los desechos de la cocaína, ladrillo, cemento, pastillas molidas y sabrá Dios cuanta porquería más. “Tortas de jamón con queso” eran las mismas papeletas de bazuco, pero “mejoradas” con “perico” (cocaína). “Gordos” son los cigarrillos de marihuana. Bueno, si a eso se puede llamar marihuana. La Policía entraba y vendía muy caros unos pequeños papelitos con algo verde en polvo que bien podría ser eucalipto o excremento de caballo, envueltos en pequeños trozos

de papel de arroz de ese de que están hechos los nuevos testamentos que traen los misioneros de todas las iglesias que visitan a los presos.

Estos pequeños libros azules son herramientas valiosísimas en el mercado subterfugio de las drogas

permitido por las autoridades de la DIJIN 5 en los calabozos de las URI. Cada librito puede llegar a

costar hasta diez mil pesos. Alguna vez, comentando

de manera jocosa el asunto, uno de los asistentes de

5 Dirección de Investigación Criminal e INTERPOL de la Policía Nacional Colombia

Hader me dijo refiriéndose a la nota en letras doradas en la pasta de los libritos

– aquí dice “este libro no será vendido” profe, pero en ninguna parte dic e “este libro no será fumado” así que no le estamos faltando el respeto al Señor-.

Tal como esas, existen mil expresiones más, como “Whisky” para llamar a una bebida fermentada a base

de las naranjas que logran hurtar del almuerzo diariamente y endulzada hasta el extremo con todo lo que contenga azúcar; desde la gaseosa hasta los bocadillos (pequeños dulces fabricados a base de guayaba). Un “bicho” es un celular encaletado para llamar cuando no está la guardia, un “chuzo” es un arma corto punzante de fabricación artesanal. En fin, la jerga carcelaria termina por renombrar absolutamente todo, incluso la muerte, la vida o la enfermedad de una persona.

Le subieron por el “ascensor” (un lazo hecho con retazos de ropa vieja) varios ejemplares de la mercancía solicitada. Se sentó nuevamente a mi lado y me miró. No sé la cara que estaba haciendo, porque él se rió y dijo

– no se preocupe doctor, no lo voy a poner a fumar esta porquería, yo sé el daño que hace -.

Armó un “bareto” 6 le dio una profunda aspirada, y continuó su relato.

E por nefasto giro de la suerte, a la base antinarcóticos

l Intendente de la Policía había andado el país tanto como ella. De pueblo en pueblo había dado tumbos por toda Colombia hasta llegar,

de Girardot. Ya con grado de intendente y aun soltero, caminaba por el pueblo en su patrulla de rutina y la última persona que pensaba encontrar era a su adorada Maribel.

Pasaron la tarde juntos. Caminaron por el puente Mariano Ospina Pérez, una enorme estructura colgante medio

oxidada que comunica el departamento del Tolima con Cundinamarca sobre el impresionante Rio grande de la Magdalena, ruta obligada de vehículos y camiones de carga desde 1950 cuando fue inaugurado por un gobierno ya olvidado. Vieron caer la tarde sobre los manglares y contemplaron el vuelo de las garzas que regresaban a los árboles. Entre aleteo y aleteo, Maribel le contaba sobre Miguel, de lo mucho que se querían, de la Doña con la que vivía y de todas las peripecias que habían vivido desde hace tres años como una familia unida por la tragedia. El Intendente Cerquera, se veía imponente. Acusaba poco más de treinta años de edad, atlético, vestido con un ceñido uniforme de fatiga de la Policía y un sombrero de ala que le daba un aire de guerrero que

6 Cigarrillo d droga en papel pegado con saliva.

de la Señora frente a los policías, máxime cuando sabía que por su culpa la guerrilla había destruido a la familia de su Maribel, se fue ganando un lugar en la sala.

Doña Esperanza miraba con cierto resquemor al Intendente Cerquera, pero, ¡como juzgar a Maribel? Este hombre era lo único que quedaba de su vida, de su pasado, de su pueblo. Era una privilegiada ventana del tiempo en la memoria y en el corazón de la joven. Pasaron los meses y no regresaba Miguel. De hecho, ya hacía más de seis meses no se sabía nada de él ni llegaban cartas o giros. La chica y la Doña vivían un poco mejor porque el puesto de la plaza, bajo el cuidado de Maribel, había alcanzado nuevos niveles

de ventas y se habían incluido nuevos productos que eran la delicia de propios y extraños.

Sin darse cuenta, el Intendente Cerquera se hizo más y más importante para ella. Ahora la jovencita era su compañía permanente en las fiestas y reuniones de la Policía. Incluso le llevó al baile de navidad que la Alcaldía ofreció para sus funcionarios. Esa noche Maribel estaba radiante. Doña Esperanza desde temprano corría con los detalles del traje, las zapatillas, el peinado, el maquillaje, parecía que la Sin darse cuenta, el Intendente Cerquera se hizo más y más importante para ella. Ahora la jovencita era su compañía permanente en las fiestas y reuniones de la Policía. Incluso le llevó al baile de navidad que la Alcaldía ofreció para sus funcionarios. Esa noche Maribel estaba radiante. Doña Esperanza desde temprano corría con los detalles del traje, las zapatillas, el peinado, el maquillaje, parecía que la

Su piel núbil contrastaba perfecto con los tonos de la ropa que se antojaba sencilla pero elegante. El cabello negro recogido con una balaca roja caía sobre la espalda y un rostro apenas maquillado se sonrojaba

de ver la cara del Intendente.

-¡Ya muchacha que se hace tarde!-

La voz de la Doña rompió el encanto y regresó a los jóvenes danzantes a la realidad calurosa de Girardot. Durante toda la noche bailaron, rieron, conoció gente importante y todos comentaban al joven Policía lo afortunado que era de encontrar esa flor en medio del barro del pueblo. Regresó a casa sobre la media noche como la Doña había solicitado con un claro tono de mando. Ahora todos la conocerían como “la novia del comandante”, pero en Girardot no significaba la muerte que la sola sospecha de ello habría traído sobre su familia en otros tiempos. En vez de eso era motivo de orgullo y de paso, tenía el valor agregado de

Luego de un año de relación, el Intendente se armó de valor y solicitó la mano de la chica de manera oficial a Doña Esperanza. El matrimonio fue espectacular. Todo el pueblo asistió. En una ceremonia rigurosa oficiada por el párroco de la población, los compañeros del intendente Cerquera le hicieron camino de sables y fusiles a la joven pareja que avanzaba como en un cuento de príncipes y princesas hacia el altar. El, ataviado con sus prendas de gala militares y ella con un preciosísimo traje de novia que su amado había traído desde Bogotá. Al día siguiente se acomodaron en una casa cerca a la estación de Policía pese a los reclamos de la Doña que quería que se quedaran en la casa, que le parecía demasiado grane para ella y sus animales. Solo cedió, cuando le prometieron seguir atendiendo el puesto de la plaza y desayunar todos los domingos en su casa.

¡Mario grande! 7

Gritó uno de los detenidos en la

URI que veía televisión pegado a la reja de la puerta. Segundos después, una ola de chaquetas verdes entró en los calabozos como el huracán Katrina, destrozando todo a su paso.

7 Expresión carcelaria para indicar que entra una gran cantidad de guardias a un operativo de requisa.

Era costumbre favorita del Cabo Pedroza, insigne custodio de celdas que había refinado los mejores métodos de tortura dentro de los límites de la constitución y las leyes, desnudarnos a todos en una celda, llevar la ropa a patadas a otra, revolverla con los pies y luego darnos un minuto para estar vestidos solo por el espectáculo dantesco de ver 200 hombres lanzarse desnudos unos sobre otros buscando la ropa mientras él y los otros 15 policías se reían desde la reja.

Hader los miraba con desprecio. Odiaba a la Policía. En más de una ocasión lo vi golpearlos así vinieran armados y el estuviera esposado, solo ver el uniforme lo poseía de tal ira que ellos temían meterse con él. Hader esperaba a que todos estuviéramos vestidos y luego él se colocaba su ropa, en silencio, sin hacer caso a las amenazas de los custodios.

Siempre se arrinconaba acurrucado en la oscuridad. De ahí su apodo: “La Rata”. Así le decían los policías, porque le tenían miedo. Solo lo oían bufar como un toro, dispuesto a matar al primer custodio que tratara

de tocarlo. En ese estado de trance duraba una o dos horas, durante las cuales nadie le hablaba ni mucho menos se le acercaba.

Yo, mientras tanto pasaba el tiempo caminando 300 veces los 18 pasos que tenia de larga la celda. 300 veces, cada día, por la mañana y por la tarde, después me dedicaba a leer los libros que me traían mis visitas

- “Doctor, léame el salmo 91”-.

Entonces me sentaba lo más cerca posible del único haz de luz que llegaba mezclado con el ruido de los buses que a esa hora transitaban la cercana Avenida Boyacá, tomaba la Biblia y comenzaba:

- “el que habita al abrigo del altísimo, morará bajo la sombra del omnipotente ….”-

A pueblo, era querida por todos y tenía algo muy

Maribel se le había compuesto la vida. Ahora era la flamante esposa de un intendente de la Policía, gozaba de aceptación y prestigio en el

parecido a una vida de familia. No tardó en quedar embarazada y eso fue todo un acontecimiento para la doña que, ya entrada en la tercera edad, celebraba como si fuera su propio nieto.

Avanzaron los meses y cerca al alumbramiento, al intendente le notificaron un reemplazo temporal en la base antinarcóticos de Miraflores, en el Guaviare, plena selva Colombiana y zona cocalera pro excelencia. El corazón de Maribel dio un vuelco. Casi presentía el desenlace de ese traslado.

-no te angusties mujer- le había dicho el Intendente Cerquera esa madrugada mientras empacaba su equipo.

– Voy y vuelvo, mi Coronel, me dijo que es cosa de una semana o dos y listo, igual aquí no puede quedar

sin comandante-.

Fue lo último que le escuchó decir. Lo vio salir apenas despuntaba el alba y decirle adiós con la mano al subirse a la patrulla en la que cuatro días después llegaría un joven conductor que no sabía cómo darle la noticia.

Cuando ella le abrió la puerta de la casa, un frio le corrió por la espalda y el bebe saltó. De nuevo la sombra del infortunio la cubría sin misericordia. El agente apenas pudo sostenerla cuando se desmayó. Ocho días después nació Hader. Un niñito enorme, según el concepto de la Doña, que había permanecido al lado de la joven viuda todo el tiempo.

A medida que se recuperaba supo que de su esposo no encontraron mucho luego del ataque de más de

1.000 guerrilleros contra la base antinarcóticos defendida por 70 policías y una compañía de infantería

del Batallón Joaquín Paris 8 . El Intendente prestaba guardia junto al Teniente William Donato Gómez. Y

según lo relatado por el soldado William Enríquez Montealegre, ellos volaron por los aires con la primera explosión. El teniente quedo herido y fue uno de los 129 secuestrados por las FARC, pero el intendente que murió sin ver a su primogénito, quedó esparcido por todas partes.

Dos años después, la Policía no respondía los llamados y reclamaciones de la joven viuda y lo único que le entregaron fue una carta firmada en computador por el nuevo presidente de la república Andrés Pastrana Arango, una bandera, dos medallas y cinco millones de pesos. La razón fue que la pensión estaba en trámite pero que tranquila que en Colombia los Héroes no serían olvidados. Promesas de político. Poco después, amamantando a Hader, Maribel se reía y le mentaba la madre al presidente viéndolo en televisión sentado solo en una mesa vacía en el Cagúan. Los cinco millones le aguantaron dos años más. Se tuvo que regresar para la casa de la doña, acomodarse como mejor pudo con su chinito y ponerse a trabajar por turnos seguidos en los restaurantes de la carretera.

Hader tenía 5 años cuando murió Doña Esperanza. Fue un acontecimiento para todo el pueblo. Ahora

8 https://es.wikipedia.org/wiki/Toma_de_Miraflores

Maribel estaba sola con su crio y con los turnos de domingo a domingo, no había quien atendiera la tienda

de la plaza, ya venida a menos porque a la orilla de la carretera ahora habían tiendas que ofrecían lo mismo que ella a mejores precios, así que tomó la decisión de rematar lo que quedara, vender el puesto y dedicarse

a trabajar para poder sacar a Hader adelante, pero de nuevo la vida le tenía lista otra mala pasada.

Alrededor de tres meses luego de la muerte de la Doña, durante un turno de tarde en la fonda de don Floro a la orilla del camino, sintió que la tierra se habría bajo sus pies. Frente al restaurante acaba de bajar de un camión blanco completamente nuevo, nada más ni nada menos que Miguel, su salvador, el que la había traído desde Mariquita la primera vez que la guerrilla acabó con su vida. No había cambiado nada con los años, tal vez menos cabello y un bigote le añadían unos años pero en general era exactamente el mismo. Intentó explicar tantos años de abandono. Que su familia, que su trabajo, que estuvo enfermo… Pero ella lo miraba impasible.

Estaba esperando un momento para gritarle en la cara que ya no le importaba, contarle de su hijo con el intendente y lo mucho que le extrañó la Doña durante todo este tiempo. Sin darse cuenta, habían caminado juntos hasta la casa y el intentó entrar, pero Maribel se lo impidió. Miguel, extrañado, como si fuera una obligación recibirlo después de tanto tiempo de abandono, hizo una mueca de desprecio y se quedó parado largo rato frente a la casa después del portazo

Visiblemente contrariado regresó al camión, lo cerró, sentó en la primera tienda que encontró y Consumió una tras otra grandes botellas de alcohol y cerveza mientras la noche se acercaba cubriendo a Girardot en una tarde soporífica.

Serían las tres de la mañana cuando aporreando la puerta de la casa comenzó a gritar a Maribel que tenía que dejarlo entrar porque ella era su mujer y que no se iba a ir hasta que le explicara que estaba pasando. Maribel, por miedo y vergüenza con la memoria de su difunto esposo y de la Doña, entreabrió en la oscuridad la puerta, pero antes que pudiera decir nada, Miguel la atropelló y se entró al a fuerza arrojándola al piso y lanzándose sobre ella.

Hader, que se encontraba dormido en la cama de su mama, al escuchar el alboroto llegó a la sala y tuvo que ver a este hombre borracho tratando de reducir a su madre. Saltó sobre él y trato de quitarlo, pero ¿Qué podían hacer sus diez años contra el físico de un camionero borracho? Por la gritería y el barullo, los vecinos llegaron y espantaron a Miguel que a tumbos salió corriendo por la calle echando espumarajos por la boca. Maribel no tuvo paz desde ese día. Dejaba a Hader con candado y cada vez que podía se volaba del trabajo para ver que estuviera bien.

– No te preocupes mama- le dijo un día el chico a su madre, - voy a hacer mucho ejercicio y a crecer para

defenderte, y el que se meta contigo se tiene que morir – Hoy, veintitantos años después del incidente, Hader siente esas palabras como proféticas.

En el cuerpo de Hader, las cicatrices arman un mapa que fácilmente podría convertirse en una línea de tiempo. Se ufanaba con sus numerosos admiradores en la URI narrando como se había hecho cada una. A veces hasta yo creía que exageraba. En el tiempo que compartí con él, alcance a conocer la historia de cuatro balazos, 19 puñaladas, 2 machetazos, y otras que parecían cremalleras de un overol de mecánico. Y es que Hader era un peleador experimentado. Cada mañana, tarde y noche alguien resultaba embestido por este toro enceguecido en el que se convertía cada vez que algo le molestaba. Y ese “algo” era tan amplio que incluía el clima, la política, la economía, un “colado” 9 en la fila de la

comida, que cambiaran el canal del televisor, que lo salpicaran de agua al salir de la ducha (algo imposible

de evitar porque dormía justo a la entrada) y mil asuntos más. Cuando algo le molestaba, sencillamente se levantaba y la emprendía a golpes contra el primer desafortunado que se le atravesara. Él era la ley en la URI. Mandaba más que la Policía que tenía enorme cuidado de no molestarlo desde que había mandado al cabo Díaz al Hospital con la clavícula fracturada al

9 Expresión que hace referencia a una persona que pasa sin hacer fila.

Aunque Miguel insistía cada vez que pasaba por Girardot en hablar con Maribel, ella evitaba todo contacto. La seguía a la casa, le llevaba serenatas, le mandaba flores, le dejaba una cajita de chocola tes… pero nada lograba vencer la férrea resistencia de la joven viuda y ahora madre cabeza de familia. Ella estaba concentrada en su hijo, en salvar la casa de la Doña, vender el puesto de la plaza y sinceramente, no tenía cabeza para otra aventura amorosa. Sin embargo, Miguel no lo entendió de esa manera y creyó que solamente se estaba haciendo la difícil. Por eso, tal vez, el día sábado santo de ese año, en las horas

de la tarde, aprovechando que el pueblo estaba solo por las fiestas religiosas y que el restaurante en el que trabajaba Maribel había cerrado para que su gente pudiera asistir a la procesión, se decidió a esperarla en la entrada de la casa.