Corrupcion tabula rasa karya ratih

CORRUPCI ON , TABULA RASA

Luis M or e no
Profesor de invest igación del CSI C en el I nst it ut o de Polít icas y Bienes
Públicos, periodist a y aut or de ‘La Europa asocial’

Se ext iende en España la percepción de que la corrupción afect a a
t odas las ideologías y part idos polít icos. Tal visión es propiciada no
sólo por conglom erados m ediát icos afines a las form aciones
est igm at izadas por el lat rocinio desbocado. Es result ado t am bién del
crecient e sent im ient o sociot rópico que asigna responsabilidades por
igual a t oda la clase - - cast a, aseveran algunos- - polít ica. Así, los
corrupt os en la polít ica sólo serían el reflej o de unas relaciones de
im plícit a inm oralidad social. Si t odo el m undo procura pagar ‘en
negro’ en las t ransacciones m ercant iles, se arguye, ¿qué puede
esperarse de la int egridad de nuest ros represent ant es polít icos?
Se pondera la act ividad polít ica com o plasm ación de las ‘m alas
práct icas’ ya im perant es en las relaciones int erpersonales de nuest ra
sociedad. Com o consecuencia, se t iende a hacer t abla rasa de los
com port am ient os de los polít icos. ‘Son t odos iguales’ o ‘no se salva
nadie’, son expresiones reit eradas por el com ún de las gent es. El

dedo acusat orio popular t iende a no dej ar t ít ere con cabeza en el
ej ercicio del noble art e de la polít ica en nuest ro país. De result as, se
consideran del m ism o calibre ent uert os diversos que son
inconm ensurables ent re sí por el alcance de su realización o de sus
efect os. Equiparar, por ej em plo, un error adm inist rat ivo en la
realización t elem át ica de un t rabaj o académ ico a la apropiación
indebida de m illones de euros del erario público, sirve de ilust ración
del sofism a m ás insist ent em ent e propagado en la España elect oral de
2105.
En un recorrido inverso al que plant eaba el filósofo del em pirism o,
John Locke, la m ent e polít ica de los españoles parece que debe
configurarse com o una t abula rasa o pizarra en blanco incapaz de
dist inguir los diversos efect os de las corrupt elas varias. Al ser t odas
niveladas con el com ún denom inador de la inm oralidad abst ract a, no
sería posible para los españoles desarrollar una idea cabal de su
propia experiencia polít ica. Se habría vuelt o, de t al m anera, a la
candorosa percepción de un m undo sin arist as ni perfiles en el que no
cabe separar el grano de la paj a. Y en el que t oda conduct a espuria
est á j ust ificada.
Agravant e del proceso de indecencia polít ica es su supuest a

‘dem ocrat ización’. Es decir, la ram pant e obscenidad y exposición
pública de los sucesos infam es im plican discrecionalm ent e a decisores
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públicos de derecha, cent ro e izquierda; lo que les pondría a t odos
ellos en un m ism o plano de culpabilidad. Adem ás, la exhibición
im pudorosa de las conduct as reprobables, t an caract eríst icas en el
m eridión europeo, alim ent an los j uicios aviesos de nuest ros socios
europeos. Nót ese que ellos suelen m ost rar un celo efect ivo en t apar
sus vergüenzas t ras las puert as cerradas ( ‘behind closed doors’) .
No parecen exist ir exim ent es ni t ipologías en el despliegue de las
conduct as reprobables. Lo m ism o sería acept ar el soborno de un
inversor privado por conseguir una recalificación urbaníst ica,
pongam os por caso, que dilapidar el dinero de los cont ribuyent es
para increm ent ar el lucro privado de unos pocos. Pero la alevosía de
los depredadores de las arcas públicas es una circunst ancia agravant e
de la responsabilidad crim inal. Se t rat a, com o se sabe, del uso de
inst rum ent os, t rám it es o m edios en la com isión de la corrupt ela que
procuran evit ar riesgo alguno para el ej ecut or del delit o. ¿Qué
práct ica podría ser m ás alevosa que escudarse en la legit im idad

ot orgada por los ciudadanos, t ras la celebración de unas elecciones
dem ocrát icas, para com et er una infracción en beneficio propio?; ¿qué
m ej or j ust ificación inm oral que enriquecerse personalm ent e siendo
represent ant e popular?
Es una asunción generalizada en am plios sect ores sociales que los
corrupt os se van ‘de rosit as’. Se significa con ello que, t ras la
reprobación y sent encia de los act os com et idos, los polít icos
im plicados m ant ienen com o propios los frut os de sus t ropelías. En el
caso del robo de dinero público est á por cerciorarse que los culpables
devuelvan lo hurt ado. Hace unos años se produj o en I t alia un caso de
corrupción que im plicó a un dirigent e de un part ido m enor que había
recibido ingent es cant idades de dinero público, y que él había
cam uflado en beneficio propio. Con t ales ganancias el im plicado
increm ent ó su pat rim onio personal con la com pra de un luj oso
apart am ent o en el cent ro de Rom a. En un arranque de
arrepent im ient o, el polít ico se m ost ro ‘dispuest o’ a negociar una quit a
de su peculio personal, pero m ant eniendo su sunt uario habit áculo.
Adem ás de la devolución del dinero robado a los cont ribuyent es por
los corrupt os confesos, los m edia harían bien en generalizar su
indispensable labor de inform ación m ost rando los casos de

enriquecim ient o visible y escabroso por part e de polít icos que, t ras su
et apa com o represent ant es polít icos, exhiben sin pudor sus signos de
riqueza. Abundan casos de t rabaj adores por cuent a que, t ras su paso
por las inst it uciones, se han convert ido en ‘m illonarios’. Los efect os
pat ológicos de t ales casos en las act it udes y creencias de los
elect ores son delet éreos, aunque necesit an exponerse a la luz
pública.

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No ext raña que el nivel e im punidad sea m ayor en aquellas
sociedades com o la española donde parece acept arse la visibilidad de
las corrupt elas con resignación y fat alidad. Pero com o cert eram ent e
ya apunt ó Karl Popper, los elect ores en una sociedad abiert a
m ant ienen incólum e su capacidad de cam biar el gobierno.
Seguram ent e no puedan alt erar com o podrían desear las conduct as
corrupt as inherent es a la condición hum ana. Pero sí pueden elegir a
ot ros represent ant es alt ernat ivos, para lo cual deben int eresarse en
el debat e de program as y m anifiest os elect orales, y en la valoración
ét ica de los candidat os y aspirant es al poder inst it ucional.

La polít ica puede y debe ser revit alizada en est e año de consult as
elect orales en España. Com o ya apunt ara Joaquín Cost a en el t ránsit o
finisecular decim onónico, se requieren ‘ciruj anos de hierro’ para
desact ivar la corrupción que, com o por aquel ent onces, t ant o
condicionó a la Rest auración borbónica ( 1874- 1931) . Se t rat aba
ent onces de un sist em a caciquil donde, según el pensador aragonés,
predom inaba ‘el gobierno de los peores. Las ideas regeneracionist as
t uvieron un gran im pact o en su t iem po, pero cayeron en saco rot o. El
fracaso de t ales ideas conform ó uno de los fact ores m ás decisivos en
el proceso de desest ruct uración que culm inó en nuest ra devast adora
Guerra Civil. Es desaconsej able t ranspolar m ecánicam ent e escenarios
del pasado a sit uaciones act uales y de fut uro. Pero de la superación
de las polít icas negat ivas del chalaneo y la corrupción en España
depende, asim ism o, que podam os preservar la cohesión social de
quienes habit am os la m ás espaciosa casa com ún europea.

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