Bajo lelang ulang la lupa

Bajo la lupa
… Una sociedad sólo se mueve si los actores
que la componen se sienten socios de las decisiones tomadas.
El siglo XXI será el tiempo en que la sociedad
se moverá desde abajo, porque cada quien quiere
tener su parte de responsabilidad en la comunidad;
por ello hay que darles esperanzas y razones.
Si van a participar, más vale que lo hagan
de la mejor manera posible.
Ikram Antaki

Laura Castro Golarte *

Periodismo cívico
Desde hace algunos años el ejercicio periodístico y el papel de los medios de
comunicación en nuestra sociedad estamos bajo la lupa y en la mesa permanente de las
discusiones. Medios y periodistas hemos sido, somos y seremos cuestionados por
actores políticos y diversos sectores de la sociedad, y también por nosotros mismos.
Seguramente todos recuerdan el espectáculo del año pasado cuando se discutía la
reforma constitucional en materia electoral y, antes, la Ley Televisa; o bien, los
llamados o exhortaciones –muy tibios, por cierto— de algunos presidentes de la

República para que los medios, sobre todo Televisa y Tv Azteca, revisen sus contenidos
y cambien sus respectivas programaciones porque consideran que algunas emisiones
atentan contra los valores familiares… sin éxito. Y ahí está el caso de las estúpidas,
quiero decir, las tontas que no van al cielo1.
O las inútiles solicitudes o delicadas sugerencias del IFE para que los medios no dieran
cabida a la guerra sucia sino a las plataformas electorales, a las propuestas.

1 Telenovela mexicana producida por Televisa y que empezó a salir al aire el 11 de febrero de 2008 en
medio de la polémica porque presuntamente recibiría financiamiento del Gobierno del Estado de Jalisco.

Hay, en cambio, esfuerzos vigentes, autocríticos, como el de la Fundación Prensa y
Democracia que convoca a periodistas de todo el país para construir la “Propuesta de
Indicadores para un Periodismo de Calidad en México”.
Y cada vez son más las iniciativas de los mismos profesionales de los medios, a través
de diversas organizaciones gremiales, que buscan la profesionalización de reporteros,
editores, jefes de información y de redacción, fotógrafos, camarógrafos, conductores y
comunicadores en general.
Sí, los periodistas y los medios estamos bajo la lupa y varios ojos miran a través de ella:
gobierno, sociedad, organismos no gubernamentales, periodistas… delincuentes.
Resultado de esto, en gran medida, fue el surgimiento, hace unos 10 años (más o menos)

de manera consistente, formal y generalizada, de códigos de ética, manuales de estilo y
defensores del público.
Varios dueños de medios se han apresurado en la implementación de estas medidas de
frente a sus audiencias, en mucho, para evitar que la regulación venga del Estado y, por
supuesto, para no perder o bien, para recuperar y ganar credibilidad, convencidos ya de
que la credibilidad, sí vende.
Independientemente de las motivaciones –sin que esto implique que no sean
importantes ni objeto de concienzudos análisis— en general podemos decir que en
materia de medios hemos avanzado y seguimos; y que la televisión, la radio y la prensa
escrita, unas empresas más que otras, unos periodistas más que otros, están al tanto de lo
que demanda la sociedad y preocupados por actuar en consecuencia.
Aunque a un ritmo más lento que la sociedad mexicana, sobre todo en materia políticoelectoral y de movimientos sociales, los medios informativos en México han cambiado
y siguen transformándose. A partir de las elecciones de 1988, la movilización social a
favor de un candidato distinto al del PRI, prácticamente obligó a los medios a abrirse.

No podían cerrar sus espacios a hechos que hoy forman parte de la historia reciente de
nuestro país y siguen repercutiendo.
Los mexicanos estábamos despertando y los medios debían dar cuenta de ello so pena
de perder credibilidad y audiencia y… anunciantes.
Fue un efecto péndulo: de la represión y la amenaza constante del Estado para quitar

concesiones, suprimir el abasto de papel y cerrar estaciones y periódicos, los medios
mexicanos, los periodistas mexicanos, empezamos a experimentar por primera vez, la
ausencia del miedo y, al mismo tiempo, la libertad de expresión, de prensa y de
imprenta. La garantía del derecho a la información todavía está en veremos, pero no
quitamos el dedo del renglón. Es una lucha de todos los días.
El péndulo no ha llegado al punto de equilibrio y quizá no alcance ese estatus, porque
cada medio tiene su propio tiempo, de acuerdo a su público y a su entorno político y
económico. Cada periódico, cada noticiero de radio o de televisión, cada periodista,
avanza a un ritmo particular pero es importante destacar que muchos y cada vez más en
todo el país, están a la vanguardia y se consolidan como medios y periodistas
independientes (a pesar de las concesiones y de los empleadores, respectivamente) y
ejercen diariamente de manera responsable con la sociedad y apegados a la verdad.
Pero en esta diversidad, en esta multiplicidad de opciones informativas en el México de
hoy, los diferentes públicos tienen acceso a prensa amarillista y/o roja; a prensa
militante; a medios que responden sólo a sus intereses económicos; a medios
guerrilleros, alternativos y, entre otros, a medios socialmente responsables. Y esos
diferentes públicos, es un hecho, ven, escuchan, leen… luego valoran, discriminan y
eligen… permanecen o le cambian.

Según Jan Schaffer, director ejecutivo del Centro de Periodismo Cívico Pew 2, quien por

cierto, está convencido de que la función de los medios de información es construir una
comunidad, los medios, precisamente, y sus periodistas, caemos en alguna de las
siguientes categorías (fácilmente ubicarán ejemplos):
Perros falderos, es decir, periodistas al servicio del propio medio y del poder; los
dueños de los medios privilegian el negocio; primero publicidad pública y/o privada, y
después… ya se verá.
Perros de ataque o periodistas enfocados en escándalos de personajes públicos; llegan
incluso a hacer labores de espionaje (cámaras y grabadoras ocultas, lectores de labios,
robo de documentos; y aceptan gustosos las filtraciones a pesar de que se saben
utilizados… a alguien le pegarán).
Perros de vigilancia o periodistas que se dedican a examinar la conducta personal y
ética de los servidores públicos (bonos, salarios, rendición de cuentas, transparencia,
corrupción, turismo político, dinero para telenovelas…).
Perros lazarillos: ¿Puede haber un periodismo que no sólo le brinde a la gente noticias
e información sino que también le ayude a cumplir su tarea como ciudadanos? ¿Que no
sólo produzca el espectáculo cívico insólito del día sino que en realidad desafíe a la
gente a participar e intervenir, y a asumir responsabilidad por los problemas? ¿Que no
los coloque sólo como espectadores sino también como participantes?
Los perros lazarillos son los periodistas cívicos, los que están conscientes del origen de
la profesión y la honran; no abandonan la función de vigilancia sino que le añaden

responsabilidades.
El periodismo cívico es hoy una etiqueta amplia que responde a los esfuerzos de
editores y directores de noticias que tratan de ejercer el periodismo para ayudar a
2 “La ética en los medios de comunicación” (2004, abril) en Cuestiones Mundiales, periódico electrónico
del Departamento de Estado de Estados Unidos consultado en
http://www.biblioteca.jus.gov.ar/LaEticaenlosMediosdeInformacion.pdf

superar el sentimiento de impotencia y alienación de la gente. El periodismo cívico
busca educar a los ciudadanos sobre las cuestiones importantes y de actualidad para que
puedan tomar decisiones cívicas, participar en el diálogo y la acción cívica y, en
general, para ejercer sus responsabilidades en una democracia.
Los periodistas cívicos creen que es posible brindar una cobertura noticiosa que motive
a las personas a pensar e incluso a actuar, más que simplemente atraerlas a mirar. Y
creen que tienen la responsabilidad de hacerlo así.
Estos periodistas, los socialmente responsables, independientes y veraces, son
identificados y reconocidos; vistos, escuchados o leídos todos los días, por una
población creciente, la que se resiste a la manipulación; la que busca –y exige— la
información más completa y precisa posible, la que no admite errores; la que requiere
un espacio de interlocución y lo encuentra; la que abomina a comunicadores
tendenciosos y en cambio espera de ellos un punto de referencia, un dato o un

comentario, que lejos de orillarla a pensar de cierta manera, simplemente usa la
información para normar su criterio, reflexionar, sacar conclusiones y, sobre todo, tomar
decisiones. Son los medios, los periodistas y los públicos que asumen la parte de
responsabilidad que les toca en esta nuestra imperfecta democracia. Y si no son
consecuentes con el poder, tampoco lo son con la audiencia.
Medios y comunicadores que rechazan la estridencia, el escándalo, que piensan más de
dos veces si publicar o no una información que, aunque verdadera, puede causar más
daño que beneficio en el auditorio, en los lectores.
Medios que tienen su propia agenda y son espacio para la investigación y denuncia de
funcionarios públicos y empresarios corruptos, de ecocidios, de atentados y violaciones
de derechos humanos, de redes de pederastia y narcotráfico; medios que dan voz a los
sin voz y multiplican tiempo y espacio para los movimientos ciudadanos; medios que al

mismo tiempo dedican gente y tiempo aire a temas que pueden significar un cambio en
el público: educación, salud, medio ambiente, desarrollo urbano, movimientos sociales,
cultura, ciencia, pobreza, migración, generación de conocimiento.
Medios y periodistas, en una palabra, responsables.
Si todos fuéramos así, entonces no tendríamos que discutir ni revisar el papel de los
medios en materia de seguridad nacional, que no sólo tiene que ver con terrorismo,
guerrilla y narcotráfico, sino y básicamente, con agua, alimentación, medio ambiente,

derechos humanos, migración y fronteras, ciudadanía y educación, salud pública y
combate a la pobreza.

¿Qué estamos haciendo?
El poder que ahora ostentan los medios de información y la influencia que ejercen,
obligan a la sociedad –cada vez a más sectores—y a diversos grupos e instituciones, a
no perder de vista su actuación, sus motivaciones, a buscar las intenciones manifiestas o
tácitas que están detrás de cada noticia, comentario o reportaje; y los obligan además a
comparar y a discriminar de manera permanente. Los medios no saben de bien a bien
cuántos radioescuchas, televidentes y lectores pierden cada día.
Pero, en un país de pocos lectores, el periodismo que más poder ha acumulado es el que
se hace a través de la televisión, en donde –a diferencia de lo que sucede en la prensa
escrita y en la radio— los mecanismos de retroalimentación son precarios y, en general,
poco atendidos.
Hay un claro divorcio entre lo que se informa en los diferentes noticieros de televisión y
lo que a los espectadores les interesa ver y escuchar, aunque el argumento invariable, la
justificación, de quienes trabajan en televisión, es que se presenta lo que la gente pide.

Nada más alejado de la verdad. Son los medios y los comunicadores los que creamos la
demanda.

Muy pocas veces, los intentos de organismos no gubernamentales por eliminar ciertas
emisiones de la programación televisiva han tenido éxito. Y es que, además, saben que
corren el riesgo de ser objeto de campañas intensivas de desacreditación.
La sociedad civil organizada no quita el dedo del renglón, y en la medida en que
lectores, radioescuchas y televidentes se involucren con sus medios de comunicación y
les exijan ciertos contenidos y respuestas so pena de cambiar de estación, canal, revista
o periódico, los medios no tendrán otra opción más que cumplir con el mandato de los
mercados a los que se dirigen y gracias a los cuales venden. Por supuesto (no quiero
pecar de ingenua), a muchos no les importa y siguen tan campantes, fundamentalmente
porque la sociedad no se involucra lo suficiente.
Los noticieros estelares de Televisa y Tv Azteca, que se supone deberían reflejar lo que
pasa día a día en todo el país porque además se autonombran nacionales y bueno, la
cobertura la tienen, se concretan a hacer un recuento de los hechos violentos y
delincuenciales de todos los días; sólo por asesinatos, detenciones, decomisos,
enfrentamientos o accidentes donde hay muchos muertos, Nuevo León, Michoacán,
Baja California, Jalisco, Coahuila o Yucatán, “ganan” espacio en esos noticieros, que
además se solazan con casos extraordinarios como el que ellos mismos titularon “el
asesino de Lomas” o algo así.
En estos y en otros noticieros, en decenas de periódicos, en todo el país, los periodistas
“informamos” al público de la “familia” en Michoacán, por ejemplo, que además se

valió de un periódico para dar cuenta de su existencia; de las toneladas de cocaína y
mariguana y de las armas que son decomisadas un día sí y otro también, en los puertos y
aeropuertos; de los detalles de las ejecuciones: que si la cabeza, que si los miembros,

que si encajuelados o quemados vivos; del chino, los millones de dólares y el
famosísimo “coopelas o cuello”; que si el “Pipen”, Tania, el artefacto y el top (perdón
por el anglicismo), los pescadores, los zapatos que perdió y la bolsa que el “Pipen” no
traía.
Todos los días a todas horas, esta es la información a la que exponemos a lectores,
radioescuchas y televidentes. Desayunamos, comemos y cenamos y también entre
horas, engullimos muertos, sangre, cocaína, narcos, reyes y reinas de zonas y drogas,
capos, cárteles, policías corruptos, policías muertos, niños expulsados de sus escuelas y
niños drogados con dulces; sicarios, lugartenientes, madrinas, ejecutados, descabezados,
desmembrados…
Primero fue la novedad. Las nuevas generaciones tal vez no se acuerden, pero muchos
de los aquí presentes sin duda sí, de la detención en los años ochenta de Rafael Caro
Quintero y de la admiración que luego generó cuando dijo que vendiendo mariguana
podría pagar la deuda externa. Nos enteramos de sus amores y desamores y se filmaron
películas y se compusieron canciones. De entonces a la fecha, después de la primera
reacción, del escándalo y la sorpresa, ha venido el repudio y la indignación, el miedo

por supuesto, pero ahora, pregúntenle a cualquier joven, eso ya no le causa extrañeza, ni
le sorprende ni le horroriza. Nos estamos acostumbrando como sociedad y los medios
somos responsables ¿estamos calculando los efectos en la gente? ¿En los niños y en los
jóvenes?
¿Qué estamos haciendo? ¿Nos damos cuenta? Y si sí ¿es por vender? Y si no ¿se
justifica?
La televisión lo hace más, pero no es la única.

Urge rescatar al periodismo, el que antepone los intereses de la sociedad a la que se
debe, a cualesquiera otros; el que, insisto, se apega a la verdad y es responsable e
independiente.
El periodismo que es "el tribunal de la opinión pública" y retoma las nociones de
opinión común como presión social y busca la difusión regular de todas las actividades
gubernamentales como un seguro contra los abusos de poder, aun cuando no siempre
funcione. El que informa a la sociedad de manera que esa sociedad tenga elementos
para generar cambios en su propia vida y en su entorno, sin decirle cuáles, salvo que por
favor no tire basura en la calle.
Siempre habrá juego de intereses políticos y económicos, muy difíciles de erradicar, a
pesar de que cambien las personas y los partidos; en muchos medios todavía, hay una
clara proclividad hacia quien representa el máximo poder político y no hacia el público,

de todas maneras cautivo.
Y en este contexto, no puede ser sino la sociedad la que empuje un cambio en los
medios y es capaz de hacerlo, de la misma forma en que fue capaz de votar por una
opción que acabó con la inevitabilidad del PRI y será capaz de hacer lo que quiera como
evitar que le impongan un canje de placas.

Malas noticias
¿Se puede? Sí, estoy convencida de ello, pero no será fácil, ni pronto, ni terso. Hay
grandes resistencias y nuevos desafíos. Antes, por miedo, no se daba cuenta de la
corrupción en el gobierno, de los fraudes electorales, de los excesos de los gobernantes,
no se dio cuenta en su momento de la matanza del 68. Como espectadores vivíamos
enajenados, temerosos, callados.

Pero luego las ventanas de la libertad de expresión se abrieron y salimos, casi volamos
hacia ella. Ahora el miedo, que dejamos de sentir los periodistas durante un buen
tiempo, cambia de fuente, de origen, pero reaparece.
Las noticias no son buenas.
Después de la euforia de la primera vez generada por la recién estrenada libertad de
expresión, después de nuestros gloriosos “gates” (toallagate, pemexgate); después del
descubrimiento pues, del periodismo de investigación y de la emoción (equivocada a
veces) que sentimos al ver rodar las primeras cabezas desde las altas esferas de
gobierno, vuelve el miedo, una de las principales razones de que muchos periodistas no
seamos cien por ciento independientes. Sí, más que el chayote, la publicidad, el favor, la
prebenda e incluso, el cargo público, el miedo nos paraliza y nos resta independencia.
¿Cuántos temas no abordamos por miedo? ¿Cuánta autocensura? ¿Y es cuestionable? La
impotencia y la frustración campea en quienes ejercemos y vivimos el periodismo de
manera idealista, romántica… y válida, sí.
Muchos de los que se han atrevido a investigar y a denunciar en sus notas y columnas,
en sus programas de radio y de televisión, a la delincuencia organizada, a los
narcotraficantes, a los invasores de terrenos, hoy están muertos o desaparecidos o
lesionados; son un expediente más en la fiscalía especializada… ¿En qué? ¿Qué capo,
narcotraficante, ladrón, funcionario corrupto está en la cárcel por la acción de esa
fiscalía? Por cierto ¿Quién es el fiscal? ¿Cómo se llama?
En la mayoría de los medios nos concretamos a dar cuenta de los decomisos y las
detenciones, de los enfrentamientos, los muertos, las ejecuciones, los descabezados y
desmembrados, de las sentencias y las fugas, pero hasta ahora no se ha dado, y, la
verdad, dudo que se dé, un “chapogate”, por ejemplo ¿quién dijo yo?

¿Quién tiene el espíritu de la periodista irlandesa, asesinada, Verónica Guerin? ¿Quién
las agallas de Jesús Blancornelas, quien falleció a consecuencia de las lesiones que le
dejó el atentado que sufrió nueve años por narcotraficantes? ¿Quién quiere seguir los
pasos de Héctor Félix “El Gato”, asesinado hace casi 20 años; o de Ramón Ortega?
¿Quién quiere dejar a su mamá, a su papá, a su mujer o a su marido, a sus hijos, con la
pena y la incertidumbre de no saber si están vivos o muertos? ¿Quién quiere ser héroe o
heroína?
Según Reporteros sin Fronteras, después de Irak, México es el país más peligroso para
el ejercicio del periodismo… ¿Quién quiere formar parte de las estadísticas? ¿Dónde
está Alfredo Jiménez? ¿Cuándo se sabrá quién mató a Amado Ramírez? ¿Quién quiere
sufrir lo que sufre Francisco Arratia, columnista de Matamoros, quien fue brutalmente
golpeado con una barra de hierro, le rompieron los dedos y dientes y lo quemaron con
ácido? ¿O vivir la agonía de Guadalupe García tras ser acribillada al entrar en la
emisora donde trabajaba en Nuevo Laredo?
No somos héroes y, sin embargo, la sociedad está amenazada y enferma y temerosa.
No todo está perdido. Algo podemos hacer y es el papel, sin exponer nuestras vidas,
para seguir haciendo.
La propuesta es: periodismo cívico. Más que para combatir el narcotráfico, para
erradicar el consumo, por la cohesión familiar, por la estabilidad personal, por el
fortalecimiento de los espíritus, por los seres humanos y contra los poderosos que
manipulan a la sociedad de muchas formas para tenerla y mantenerla sometida,
enajenada, perdida; periodismo cívico a favor de la seguridad nacional, de los objetivos
de la nación (cuando los tengamos, y nos toca insistir); periodismo cívico por un
proyecto de nación (cuando lo tengamos y también nos toca insistir).

Y para erradicar el consumo ¿Qué? ¿Cómo? Información, educación, generación de
conciencia. Si como periodistas logramos que la gente denuncie de manera anónima; si
nuestra causa es contra la violencia y la drogadicción; si decimos una y otra vez cómo
los padres y los maestros pueden detectar si sus hijos consumen drogas; si exigimos
respuestas a las autoridades contra el desempleo y convencemos a nuestros auditorios
para que las exijan también; si promovemos el voto razonado y explicamos y abrimos
los ojos y los oídos de quienes nos escuchan, nos leen y nos ven para que sepan el poder
que tienen como ciudadanos, entonces estaremos cumpliendo con nuestro papel,
aportaremos, haremos la diferencia y podremos aspirar a vivir mejor.
Tenemos esa responsabilidad, nos la otorga el privilegio que nos da el ingreso,
prácticamente sin filtro, a todos los hogares, de una u otra forma, en papel periódico, en
audios, en imágenes.
Tomás Eloy Martínez, escritor argentino y capacitador de periodistas en varios países de
América Latina, dijo:
"El periodismo no es algo que uno se pone encima a la hora de ir al trabajo. Es algo que
duerme con nosotros, que respira y ama con nuestras mismas vísceras y sentimientos.
En el periodismo se impone una nueva ética; el periodista ya no es un agente pasivo que
observa la realidad y la comunica, no una mera polea de transmisión. Lo que escribo es
lo que soy y si no soy fiel a mí mismo, no puedo ser fiel a quienes me leen. El periodista
está obligado, en todo tiempo, a pensar en su lector, alianza de fidelidades a su propia
conciencia, al lector y a la verdad.
“Al lector se le respeta con la información precisa; el periodismo no es un circo para
exhibirse, sino instrumento para pensar, crear, para ayudar al hombre en su eterno
combate por una vida más digna, más justa. A semejanza del artista, el periodista es
creador de pensamiento".

También creo en el periodismo como una herramienta para lograr mejores condiciones
de vida y es ése sentido el que es preciso rescatar; vale la pena remontar el largo camino
ya, de desconfianza, descrédito y desprestigio.
Independientemente de lo que se avance en materia de regulación y auto- regulación, en
acceso a la información y en la relación entre medios y periodistas, entre medios y
sociedad, rescatar el periodismo depende de cada periodista, de su lucha incansable y
cotidiana por servir a la sociedad y no al poder; de su determinación por ser
independiente y responsable; de su decisión de no caer en la tentación del escándalo, la
nota amarilla, el falseo de datos, la manipulación, la imprecisión o la corrupción; de su
interés por atender aquello que puede ser noticia y al mismo tiempo signifique
soluciones y respuestas para amplios sectores de la sociedad o que impida el abuso de
los poderosos en detrimento de los débiles.

Periodismo responsable
Hace año y medio, en el marco de la Feria Internacional del Libro, se llevó a cabo un
seminario en donde el tema central era el “Periodismo responsable”. Para participar, era
necesario inscribirse y los aspirantes debíamos decir qué era para nosotros el periodismo
responsable. Comparto con ustedes lo que escribí entonces.
¿Periodismo

responsable?

Tendría

que

ser,

simplemente,

periodismo.

La

responsabilidad es una cualidad inherente a este oficio; tendríamos que hablar
entonces de rescatar el periodismo, volver al origen.
¿Por qué ahora es una aspiración el periodismo responsable? ¿Por qué está en la mesa
del debate? Por las desviaciones en el ejercicio profesional, porque se ha faltado al
compromiso con la verdad, porque se ha minado la independencia… en resumidas
cuentas, se ha prescindido de la ética.

Periodismo responsable es el que privilegia los intereses de la sociedad a la que se
debe.
El que es "tribunal de la opinión pública" y retoma las nociones de opinión común
como presión social y busca la difusión regular de todas las actividades
gubernamentales e investiga exhaustivamente sobre ellas, como un seguro contra los
abusos de poder, contra la corrupción y a favor del servicio público auténtico y
generador de niveles de vida superiores para toda la sociedad, sobre todo los sectores
marginados. El que compromete, vigila y da seguimiento.
Periodismo responsable es también el que dedica tiempo y espacio a temas
aparentemente menores pero que con frecuencia son más importantes que los
escándalos políticos: cultura y medio ambiente, por ejemplo, salud y educación,
trabajo e infraestructura, desarrollo comunitario, participación… entre muchos otros.
Entiendo el periodismo responsable como el que se ejerce con la conciencia de que el
daño no se repara totalmente y, por lo tanto, se ocupa de prevenirlo; el que está
comprometido con la verdad y siempre se pregunta para qué es la verdad; el que
considera los derechos humanos de los acusados y busca sin descanso todas las
versiones de un mismo hecho, incluida la de los directamente afectados; el que usa
correctamente el idioma para defenderlo y para no dejar rendijas por donde se cuele
una mala interpretación o un malentendido; el que entrega precisión y no
ambigüedades. El que no editorializa géneros informativos.
El periodismo responsable es el que busca la verdad completa y así la presenta a los
lectores, a los televidentes, a los radioescuchas y a los cibernautas: causas, realidad y
consecuencias; el que verifica la información dos y tres veces, todas las necesarias,
antes de publicarla; el que asume la verdad como el valor supremo de la profesión y
sacrifica una exclusiva con tal de defender esa verdad.

El que no se vende y está plenamente consciente del poder que tiene en sus manos y lo
usa, todo, en beneficio de la gente; el que sabe que también es guía.
Es el periodismo responsable el que vale en la lucha permanente por enriquecer,
fortalecer y perfeccionar la democracia; el que da respuestas e intenta siempre abrir
conciencias. El que invita a la sociedad a ser democráticamente responsable y la
motiva a participar, a exigir, a hacer la diferencia, a moverse, sin que esto implique
decir exactamente qué y cómo.
El que no cree saber lo que la gente necesita saber y, por el contrario, pregunta,
escucha, investiga, se acerca, atiende, respeta y rectifica siempre que es necesario, sin
reticencias.
Es el periodismo ventana, puerta, camino, antorcha, entrada y salida, cima, razón; no
el periodismo abismo, muro, prisión, cadena, sinrazón.
Es el periodismo así, sin adjetivos, el que ofrece posibilidades y un mejor futuro
porque contribuye a poner en marcha el poder de la sociedad.
Hasta aquí lo que escribí entonces…

Estamos bajo la lupa… que nadie intente atravesar con ella, un rayo de sol.

(*) Laura Castro Golarte es periodista desde hace 30 años. Actualmente colabora en la
sección Editorial de El Informador, diario de Guadalajara; y forma parte del equipo
revisor del Centro Internacional de Casos del Instituto Tecnológico de Estudios
Superiores de Monterrey, con sede en el Campus Guadalajara.
NOTA: Conferencia dictada en el marco del Seminario Internacional sobre Seguridad
Transnacional en el panel “Medios, seguridad nacional y narcotráfico”. El Seminario
fue organizado por el Centro de Estudios sobre América del Norte (DEP-UdeG), el
Cuerpo Académico Derechos Humanos y Estado de Derecho (UdeG), el Grupo de
Estudios de Seguridad (Cide-Colmex) y el Colectivo de Análisis de la Seguridad con
Democracia, Guadalajara, Jalisco, en febrero del año 2008.