EN CONTACTO CON LA REALIDAD.
CAPÍTULO 12. EN CONTACTO CON LA REALIDAD.
¡Qué gran obra es el hombre! ¡De cuán noble razón! ¡De cuán infinita facultad! En la forma, en el movimiento, ¡cuán expresivo y admirable! En la acción, ¡cuán parecido a un ángel! En la comprensión, ¡cuán semejante a un dios!
WILLIAM SHAKESPEARE.
El punto de partida para reconocer la naturaleza humana es el puro sobrecogimiento y la humildad ante la asombrosa complejidad de la que es su fuente: el cerebro. Organizado por los tres mil millones de bases de nuestro genoma y configurado por cientos de millones de años de evolución, el cerebro es una red de una complejidad inimaginable: cien mil millones de neuronas unidas por cien billones de conexiones, entretejidas en una enrevesada arquitectura tridimensional. También se siente uno humilde al considerar lo que hace. Incluso los más prosaicos talentos que compartimos con otros primates -andar, agarrar, reconocer- son soluciones a problemas de ingeniería que se encuentran en el límite de la inteligencia artificial o lo superan. Los talentos que constituyen derechos humanos de nacimiento -hablar y entender, usar el sentido común, enseñar a los niños, deducir los motivos de otras personas- probablemente no los van a reproducir las máquinas en nuestra generación, y quizá nunca lo hagan. Todo esto debería servir de contrapeso a la imagen de la mente como una materia prima El punto de partida para reconocer la naturaleza humana es el puro sobrecogimiento y la humildad ante la asombrosa complejidad de la que es su fuente: el cerebro. Organizado por los tres mil millones de bases de nuestro genoma y configurado por cientos de millones de años de evolución, el cerebro es una red de una complejidad inimaginable: cien mil millones de neuronas unidas por cien billones de conexiones, entretejidas en una enrevesada arquitectura tridimensional. También se siente uno humilde al considerar lo que hace. Incluso los más prosaicos talentos que compartimos con otros primates -andar, agarrar, reconocer- son soluciones a problemas de ingeniería que se encuentran en el límite de la inteligencia artificial o lo superan. Los talentos que constituyen derechos humanos de nacimiento -hablar y entender, usar el sentido común, enseñar a los niños, deducir los motivos de otras personas- probablemente no los van a reproducir las máquinas en nuestra generación, y quizá nunca lo hagan. Todo esto debería servir de contrapeso a la imagen de la mente como una materia prima
El cerebro humano nos prepara para desarrollarnos en un mundo de objetos, seres vivos y otras personas. Estos entes inciden de forma importante en nuestro bienestar, y cabría esperar que el cerebro esté bien equipado para detectarlos y detectar sus poderes. Ser incapaz de reconocer un precipicio, una pantera hambrienta o a un cónyuge celoso puede tener unas consecuencias negativas importantes para la salud biológica, por expresarlo suavemente. La fantástica complejidad del cerebro está ahí en parte para registrar hechos y sus consecuencias en el mundo que nos rodea.
Sin embargo, muchos sectores de la vida intelectual moderna niegan algo tan evidente como esto. Según las ideas relativistas dominantes hoy en gran parte del mundo académico, la realidad se construye socialmente mediante el uso del lenguaje, los estereotipos y las imágenes de los medios de comunicación. La idea de que las personas tienen acceso a los hechos relativos al mundo es ingenua, afirman quienes postulan el constructivismo social, los estudios de la ciencia, los estudios culturales, la teoría crítica, el posmodernismo y el deconstructivismo. Según ellos, las observaciones siempre están infectadas por las teorías, y las teorías están saturadas de ideología y doctrinas políticas, de modo que cualquiera que diga que tiene los hechos o que sabe la verdad no hace sino intentar ejercer el poder sobre todos los demás.
El relativismo se entrelaza con la doctrina de la Tabla Rasa de dos formas. Una es que los relativistas tienen una teoría cicatera de la psicología, según la cual la mente no tiene mecanismos diseñados para captar la realidad; todo lo que puede hacer es descargar pasivamente de la cultura que la rodea palabras, imágenes y estereotipos. La otra es la actitud de los relativistas hacia la ciencia. Muchos científicos consideran su trabajo una extensión de nuestra capacidad cotidiana de entender lo que hay ahí fuera y cómo funciona. Los telescopios y los microscopios amplían el sistema visual; las teorías formalizan lo que presentimos sobre la causa y el efecto; los experimentos pulen nuestro instinto para El relativismo se entrelaza con la doctrina de la Tabla Rasa de dos formas. Una es que los relativistas tienen una teoría cicatera de la psicología, según la cual la mente no tiene mecanismos diseñados para captar la realidad; todo lo que puede hacer es descargar pasivamente de la cultura que la rodea palabras, imágenes y estereotipos. La otra es la actitud de los relativistas hacia la ciencia. Muchos científicos consideran su trabajo una extensión de nuestra capacidad cotidiana de entender lo que hay ahí fuera y cómo funciona. Los telescopios y los microscopios amplían el sistema visual; las teorías formalizan lo que presentimos sobre la causa y el efecto; los experimentos pulen nuestro instinto para
de describir la realidad, la naturaleza y el modo de funcionar de las cosas -un modo muy efectivo, desde luego, para la producción de bienes y beneficios, pero insatisfactorio en la mayoría de los otros sentidos-. Es una arrogancia imperialista que ignora las ciencias y las ideas de la mayoría de las culturas y épocas»(1). En ningún otro sitio es más importante esto que en el estudio científico de temas que llevan una carga política, como la raza, el género, la violencia y la organización social. Apelar a los «hechos» o a «la verdad» en relación con estos temas es, a juicio de los relativistas, simplemente una artimaña, porque no existe la «verdad» en el sentido de una vara de medir objetiva independiente de presunciones culturales y políticas.
(1) Cita de Cartmill, 1998.
El escepticismo sobre la solidez de las facultades mentales de las personas también determina si uno debe respetar los gustos y las opiniones de la gente corriente (incluso los de aquellos que no nos gustan mucho) o tratar a las personas como seres embaucados por una cultura comercial insidiosa. Según doctrinas relativistas como la «falsa conciencia», las «preferencias no auténticas» y la «autoridad interiorizada», las personas pueden estar equivocadas sobre sus propios deseos. De ser así, quedarían minados los supuestos en que se asienta la democracia, que otorga la autoridad última a las preferencias de la mayoría de la población, y los supuestos en que se asientan las economías de mercado, que consideran que las personas son quienes mejor pueden juzgar cómo han de distribuir sus propios recursos. Y esto, en lo que tal vez no sea una coincidencia, eleva a los estudiosos y a los artistas que analizan el uso del lenguaje y las imágenes en la sociedad, porque sólo ellos pueden desenmascarar de qué forma esos medios de comunicación confunden y corrompen.
Este capítulo trata de los supuestos sobre la cognición -en particular, los conceptos, las palabras y las imágenes- que subyacen en los recientes movimientos relativistas de la vida intelectual. La mejor forma de introducir la tesis es con ejemplos del estudio de la percepción, nuestra conexión más cercana con el mundo. Unos ejemplos que demuestran de inmediato que la pregunta
de si la realidad está construida socialmente o si se puede acceder a ella de forma directa no se ha formulado en el marco adecuado. Ninguna de las dos alternativas es correcta.
Los relativistas tienen razón cuando afirman que no nos limitamos a abrir los ojos y aprehender la realidad, como si la percepción fuera una ventana a través de la cual el alma contemplara el mundo. La idea de que vemos las cosas tal como son se llama «realismo ingenuo», y la refutaron los filósofos escépticos hace miles de años con la ayuda
de un fenómeno sencillo: las ilusiones ópticas. Nuestro sistema visual nos puede engañar, y esto basta para probar que es un dispositivo, no un conducto por el que llegar a la verdad. Los siguientes son mis dos ejemplos favoritos. En las «mesas giradas»(2) de Roger Shepard, los dos paralelogramos tienen un tamaño y una forma idénticos. En la «ilusión de la sombra en el tablero»(3)
de Edward Adelson, el cuadrado más claro del centro de la sombra (B) tiene la misma cantidad de gris que los cuadrados oscuros exteriores a la zona de sombra (A).
(2) Shepard, 1990.
(3) www-bcs.mit.edu/persci/high/gallery/checkershadow illusion.html.
Pero el hecho de que el mundo que conocemos sea un constructo de nuestro cerebro no significa que sea un constructo arbitrario -un fantasma creado por las expectativas o el contexto social-. Nuestro sistema perceptivo está diseñado para registrar aspectos del mundo exterior que fueron importantes para nuestra supervivencia, como los tamaños, las formas y los materiales de los objetos. Necesita un diseño complejo para realizar tal proeza porque la imagen retinal no es una réplica del mundo. La proyección de un objeto en la retina aumenta, se reduce y se deforma a medida que el objeto se mueve; el color y el brillo fluctúan a medida que la luz pasa de ser la de un día soleado a la de un día nublado, de interior a exterior. Pero de algún modo el cerebro soluciona estos problemas exasperantes. Funciona como si razonara hacia atrás, desde la imagen retinal hasta unas hipótesis sobre la realidad, utilizando la geometría, la óptica, la teoría de la probabilidad y los supuestos sobre el mundo. El sistema funciona la mayor parte del tiempo: no chocamos contra los árboles ni mordemos las piedras.
Pero de vez en cuando se engaña al cerebro. El suelo que se aleja de nuestros pies proyecta una imagen que va desde la parte inferior al centro de nuestro campo visual. Como resultado de ello, el cerebro interpreta el sentido de abajo-arriba del campo visual como el de cerca-lejos del mundo, especialmente cuando intervienen otros elementos de la perspectiva como partes ocultas (como las patas escondidas de la mesa). Los objetos que se proyectan desde la posición de quien los ve quedan representados en escorzo por la proyección, una circunstancia que el cerebro compensa, por eso tendemos a ver que una distancia en sentido vertical en el campo visual procede de un objeto más largo que la misma distancia en sentido horizontal. Y esto hace que veamos
distintos largos y anchos en las mesas giradas. Por una lógica similar, los objetos que se encuentran en la sombra reflejan menos luz sobre nuestra retina que los objetos completamente iluminados. El cerebro lo compensa, y para ello hace que veamos un determinado tono de gris más claro cuando está en la sombra que cuando está a la luz del sol. En ambos casos vemos incorrectamente las líneas y los cuadros en el papel, pero ello se debe únicamente a que nuestro sistema visual pone todo el empeño en verlos como si procedieran del mundo real. Como el policía que tiende una trampa a un sospechoso, Shepard y Adelson han fabricado unas pruebas que llevarían a un observador que no sospechara de ellas a una conclusión racional pero incorrecta. Si estuviéramos en un mundo de objetos tridimensionales corrientes que hubieran proyectado esas imágenes en nuestra retina, nuestra experiencia perceptiva sería exacta. Adelson explica: «Como ocurre con muchas de las llamadas ilusiones ópticas, este efecto realmente demuestra el éxito del sistema visual, no su fracaso. El sistema visual no sabe actuar muy bien como fotómetro, pero no es éste su fin. La tarea importante es desmenuzar la información de la imagen en componentes significativos, y con ello percibir la naturaleza de los objetos que están a la vista»(4).
(4) www-bcs.mit.edu/persci/high/gallery/checkershadow illusion.html.
No es que las expectativas de la experiencia pasada sean irrelevantes para la percepción. Pero en lo que influyen es en hacer más preciso nuestro sistema perceptivo, no más arbitrario. En las dos palabras siguientes, percibimos la misma forma como una «H» en la primera palabra, y como una «A» en la segunda(5):
(5) Del científico informático Oliver Selfridge; reproducido en Neisser, 1967.
Lo vemos así porque la experiencia nos dice, acertadamente, que son muchas las probabilidades de que haya una «H» en el centro de la primera palabra y una «A» Lo vemos así porque la experiencia nos dice, acertadamente, que son muchas las probabilidades de que haya una «H» en el centro de la primera palabra y una «A»
a lo que normalmente hay ahí.
Así pues, las demostraciones que refutan el realismo ingenuo con mayor contundencia también refutan la idea de que la mente está desconectada de la realidad. Existe una tercera alternativa: que el cerebro desarrolló unos mecanismos falibles pero inteligentes que funcionan para mantenernos en contacto con aspectos de la realidad que fueron relevantes para la supervivencia y la reproducción
de nuestros ancestros. Y esto es verdad no sólo en lo que se refiere a nuestras facultades perceptivas, sino también a nuestras facultades cognitivas. Donde más evidente se revela el hecho de que nuestras facultades cognitivas (igual que nuestras facultades perceptivas) están sintonizadas con el mundo real es en su respuesta a las ilusiones: reconocen la posibilidad de que exista una brecha con la realidad y buscan la forma de llegar a la verdad que se esconde detrás de la falsa impresión. Cuando vemos el remo que parece estar quebrado en la superficie del agua, sabemos cómo averiguar si realmente está quebrado o sólo lo parece: podemos palparlo, deslizar un objeto por todo él, o tirar de él para ver si la parte sumergida se queda atrás. Parece que el concepto
de verdad y realidad que implican estas pruebas es universal. Las personas de todas las culturas distinguen la verdad de la falsedad y la vida mental interior de la realidad manifiesta, e intentan deducir la presencia de objetos no observables de las pistas perceptibles que dejan tras de sí(6).
(6) Brown, 1991.
La percepción visual es la forma más aguda de conocimiento del mundo, pero a los relativistas les interesa menos cómo vemos los objetos que cómo los categorizamos: cómo clasificamos nuestras experiencias en categorías conceptuales como aves, herramientas y personas. La sugerencia aparentemente inocua de que las categorías de la mente corresponden a algo de la realidad se convirtió en una idea polémica en el siglo XX porque algunas categorías -los estereotipos de raza, género, La percepción visual es la forma más aguda de conocimiento del mundo, pero a los relativistas les interesa menos cómo vemos los objetos que cómo los categorizamos: cómo clasificamos nuestras experiencias en categorías conceptuales como aves, herramientas y personas. La sugerencia aparentemente inocua de que las categorías de la mente corresponden a algo de la realidad se convirtió en una idea polémica en el siglo XX porque algunas categorías -los estereotipos de raza, género,
La palabra estereotipo se refería originariamente a un tipo de plancha para imprimir. Su sentido actual de «imagen peyorativa e inexacta que representa a una categoría de personas» la introdujo el periodista Walter Lippmann en 1922. Lippmann fue un importante intelectual público que, entre otras cosas, contribuyó a fundar The New Republic, influido por las políticas de Woodrow Wilson al término de la Primera Guerra Mundial, y escribió algunos de los primeros ataques a los test de coeficiente intelectual. En su libro La opinión pública, Lippmann manifestaba su inquietud por la dificultad de alcanzar una auténtica democracia en unos tiempos en que la gente corriente ya no podía juzgar los asuntos públicos racionalmente porque recibía la información en lo que hoy llamamos titulares. Como parte de su argumentación, Lippmann proponía que los conceptos que las personas corrientes tenían de los grupos sociales eran estereotipos: imágenes mentales que son incompletas, tendenciosas, insensibles a la variación y resistentes a informaciones opuestas.
Lippmann tuvo una influencia inmediata en la ciencia social (aunque se olvidaron las sutilezas y las reservas
de su razonamiento original). Los psicólogos daban a las personas unas listas de grupos étnicos y otras de rasgos y les pedían que las emparejaran. Como era de prever, la gente relacionaba a los judíos con «astutos» y «mercenarios», a los alemanes con «eficientes» y «nacionalistas», a los negros con «supersticiosos» y «despreocupados», etc.(7). Tales generalizaciones resultaban perniciosas cuando se aplicaban a los individuos, y, aunque lamentablemente todavía son habituales en buena parte del mundo, hoy las personas instruidas y los personajes públicos las evitan con total determinación.
(7) Brown, 1985; Lee, Jussim y McCauley, 1995.
Hacia la década de 1970, muchos pensadores no se contentaban con señalar que los estereotipos sobre las categorías de personas pueden ser imprecisos. Empezaron a insistir en que las propias categorías no existen más que Hacia la década de 1970, muchos pensadores no se contentaban con señalar que los estereotipos sobre las categorías de personas pueden ser imprecisos. Empezaron a insistir en que las propias categorías no existen más que
de prejuicios es negar que las categorías conceptuales sobre las personas puedan arrogarse realidad objetiva alguna. Sería imposible pensar que los homosexuales son afeminados, los negros supersticiosos y las mujeres pasivas si de entrada no existiera nada parecido a las categorías de homosexuales, negros y mujeres. Por ejemplo, el filósofo Richard Rorty dice: «Lo mejor es no pensar que el "homosexual", el "negro" y la "hembra" son clasificaciones inevitables de los seres humanos, sino invenciones que han hecho más mal que bien»(8).
(8) «Phony science wars» (reseña del libro de Ian Hacking ¿La construcción social de qué? [Barcelona, Paidós, 2001]), Atlantic Monthly, noviembre de 1999.
En este sentido, piensan muchos autores, ¿por qué detenerse aquí? Mejor es aún insistir en que todas las categorías son construcciones sociales y, por consiguiente, fantasías, porque esto haría realmente imaginarios los odiosos estereotipos. Rorty observa satisfecho que hoy muchos pensadores «pasan a sugerir que los quarks y los genes probablemente lo sean también [invenciones]». Los posmodernos y otros relativistas atacan la verdad y la objetividad no sólo porque les interesan los problemas filosóficos de la ontología y la epistemología, sino porque creen que es la mejor forma de fastidiarles los planes a racistas, sexistas y homófobos. El filósofo Ian Hacking da una lista de casi cuarenta categorías de las que recientemente se ha dicho que están «construidas socialmente». Los mejores ejemplos son la raza, el género, la masculinidad, la naturaleza, los hechos, la realidad y el pasado. Pero la lista ha ido ampliándose y hoy incluye la autoría, el sida, la fraternidad, la elección, el peligro, la locura, la enfermedad, los bosques de la India, la desigualdad, el sistema satelital Landsat, el inmigrante como problema médico, la nación-Estado, los quarks, el éxito escolar, el asesinato en serie, los sistemas tecnológicos, el delito de cuello blanco, las mujeres refugiadas y el nacionalismo zulú. Según Hacking, el hilo conductor en todo ello es la convicción de que la categoría no está determinada por la naturaleza de las cosas y por consiguiente no es inevitable. Otra implicación es que En este sentido, piensan muchos autores, ¿por qué detenerse aquí? Mejor es aún insistir en que todas las categorías son construcciones sociales y, por consiguiente, fantasías, porque esto haría realmente imaginarios los odiosos estereotipos. Rorty observa satisfecho que hoy muchos pensadores «pasan a sugerir que los quarks y los genes probablemente lo sean también [invenciones]». Los posmodernos y otros relativistas atacan la verdad y la objetividad no sólo porque les interesan los problemas filosóficos de la ontología y la epistemología, sino porque creen que es la mejor forma de fastidiarles los planes a racistas, sexistas y homófobos. El filósofo Ian Hacking da una lista de casi cuarenta categorías de las que recientemente se ha dicho que están «construidas socialmente». Los mejores ejemplos son la raza, el género, la masculinidad, la naturaleza, los hechos, la realidad y el pasado. Pero la lista ha ido ampliándose y hoy incluye la autoría, el sida, la fraternidad, la elección, el peligro, la locura, la enfermedad, los bosques de la India, la desigualdad, el sistema satelital Landsat, el inmigrante como problema médico, la nación-Estado, los quarks, el éxito escolar, el asesinato en serie, los sistemas tecnológicos, el delito de cuello blanco, las mujeres refugiadas y el nacionalismo zulú. Según Hacking, el hilo conductor en todo ello es la convicción de que la categoría no está determinada por la naturaleza de las cosas y por consiguiente no es inevitable. Otra implicación es que
(9) Hacking, 1999.
Todo este empeño se basa en una teoría no formulada de la formación del concepto humano: que las categorías conceptuales no guardan una relación sistemática con las cosas del mundo, sino que están construidas socialmente (y por lo tanto se pueden deconstruir). ¿Es una teoría correcta? En algunos casos encierra cierta verdad. Como veíamos en el capítulo 4, algunas categorías son realmente construcciones sociales: existen sólo porque las personas se ponen de acuerdo tácitamente en actuar como si existieran. Entre sus ejemplos están el dinero, la propiedad, la ciudadanía, las medallas al valor, y la presidencia de Estados Unidos(10). Pero esto no significa que todas las categorías conceptuales estén construidas socialmente. Hace décadas que los psicólogos cognitivos estudian la formación de conceptos, y su conclusión es que la mayoría de éstos toman las categorías de objetos del mundo en cierto modo existentes antes de que nos detuviéramos a pensar en ellos(11).
(10) Searle, 1995.
(11) Anderson, 1990; Pinker, 1997, caps. 2, 5; Pinker, 1999, cap. 10; Pinker y Prince, 1996.
Es verdad que no hay dos copos de nieve iguales, y ninguna categoría hará justicia a todos sus miembros. Pero la inteligencia depende de agrupar las cosas que comparten propiedades, para que no nos veamos confundidos ante cada cosa nueva con que nos encontremos. Como señalaba William James: «Un pólipo sería un pensador conceptual si alguna vez se le pasara por la mente un sentimiento de "¿Cómo se llama eso?"». Percibimos ciertos rasgos de un objeto nuevo, lo situamos en una categoría mental e inferimos que es probable que posea los otros rasgos típicos de esa categoría, unos rasgos que no podemos percibir. Si anda como un pato y grazna como un pato, probablemente sea un pato. Si es un pato, es probable que nade, vuele, tenga un plumaje por el que se escurre el agua y contenga una carne que es sabrosa si se prepara con cebolletas y salsa hoisin.
Este tipo de inferencia funciona porque es verdad que en el mundo hay patos y es verdad que éstos comparten propiedades. Si viviéramos en un mundo donde los objetos que anduvieran y graznaran no tuvieran mayor probabilidad
de contener carne que cualquier otro objeto, la categoría «pato» sería inútil y probablemente no habríamos desarrollado la capacidad de formarla. Si construyéramos una hoja de cálculo gigante cuyas filas y columnas fueran rasgos que las personas observan, y las celdas se llenaran con objetos que poseyeran esa combinación de rasgos, el patrón de las celdas llenas sería desigual. Encontraríamos muchas entradas en la intersección de la fila de «grazna» con la columna de «camina con los pies abiertos», pero ninguna en la intersección de la fila de «grazna» con la columna de «galopa». Una vez que se han especificado las filas y las columnas, la irregularidad procede del mundo, no de la sociedad ni el lenguaje. No es casualidad que los mismos seres vivos tiendan a ser agrupados por las palabras de las culturas europeas, las palabras para los tipos de plantas y animales de otras culturas (incluidas las preliterarias) y los taxones linneanos de los biólogos profesionales, que cuentan con calibradores, herramientas de disección y secuenciadores
de ADN. Los patos, según cuentan los biólogos, constituyen varias docenas de especies de la subfamilia Anatinae, cada una con una anatomía distinta, una capacidad para cruzarse con otros miembros de su especie y un ancestro común en la historia evolutiva.
La mayoría de los psicólogos cognitivos piensan que las categorías conceptuales tienen su origen en dos procesos mentales(12). Uno de ellos observa grupos de entradas en la hoja de cálculo mental y los trata como categorías con unas fronteras difusas, unos miembros prototípicos y unas similitudes que coinciden, como los miembros de una familia. Por esta razón nuestra categoría mental «pato» puede abarcar patos raros que no se ajustan al pato prototípico, como los patos cojos, que no pueden nadar ni volar, los patos criollos, que tienen garras en vez de dedos palmeados, y el Pato Donald, que habla y se viste. El otro proceso mental busca reglas y definiciones nítidas y las incorpora a cadenas de razonamiento. El segundo sistema puede descubrir que los verdaderos patos mudan las plumas dos veces al año y tienen escamas en sus La mayoría de los psicólogos cognitivos piensan que las categorías conceptuales tienen su origen en dos procesos mentales(12). Uno de ellos observa grupos de entradas en la hoja de cálculo mental y los trata como categorías con unas fronteras difusas, unos miembros prototípicos y unas similitudes que coinciden, como los miembros de una familia. Por esta razón nuestra categoría mental «pato» puede abarcar patos raros que no se ajustan al pato prototípico, como los patos cojos, que no pueden nadar ni volar, los patos criollos, que tienen garras en vez de dedos palmeados, y el Pato Donald, que habla y se viste. El otro proceso mental busca reglas y definiciones nítidas y las incorpora a cadenas de razonamiento. El segundo sistema puede descubrir que los verdaderos patos mudan las plumas dos veces al año y tienen escamas en sus
(12) Armstrong, Gleitman y Gleitman, 1983; Erikson y Kruschke, 1998; Marcus, 2001a; Pinker, 1997, caps. 2, 5; Pinker, 1999, cap. 10; Sloman, 1996.
(13) Ahn y otros, 2001.
Cualquiera que enseñe psicología de la categorización se habrá encontrado con esta pregunta por parte de algún alumno: «Dice usted que colocar las cosas en categorías es racional y nos hace inteligentes. Pero siempre se nos había dicho que colocar a las personas en categorías es irracional y nos hace sexistas y racistas. Si la categorización es algo tan bueno cuando pensamos en patos y sillas, ¿por qué es algo tan terrible si pensamos en géneros y grupos étnicos?». Como ocurre con muchas preguntas ingenuas de los alumnos, ésta revela un defecto
de información, no un fallo de comprensión.
La idea de que los estereotipos son inherentemente irracionales se debe más a una condescendencia hacia la gente corriente que a una buena investigación psicológica. Muchos estudiosos, después de demostrar que los estereotipos existían en la mente de los sujetos que estudiaban, presumían que aquéllos tenían que ser irracionales, porque no les gustaba la posibilidad de que algún rasgo pudiera ser estadísticamente cierto en algún grupo. En realidad nunca lo comprobaron. Esta situación empezó a cambiar en los años ochenta y hoy se sabe bastante sobre la exactitud de los estereotipos(14).
(14) Lee, Jussim y McCauley, 1995.
Con algunas excepciones importantes, de hecho los estereotipos no son inexactos cuando se evalúan con unos puntos de referencia objetivos, tales como las cifras del censo o los datos de las propias personas clasificadas en estereotipos. Quienes creen que los afroamericanos son Con algunas excepciones importantes, de hecho los estereotipos no son inexactos cuando se evalúan con unos puntos de referencia objetivos, tales como las cifras del censo o los datos de las propias personas clasificadas en estereotipos. Quienes creen que los afroamericanos son
de humanidades, que las mujeres son más proclives que los hombres a querer adelgazar, y que los hombres son más proclives que las mujeres a matar una mosca de un manotazo, no son irracionales ni intolerantes. Se trata
de creencias correctas. Los estereotipos que se refieren
a las personas normalmente coinciden con las estadísticas, y en muchos casos su tendenciosidad es la
de subestimar las diferencias reales que existen entre los sexos o los grupos étnicos(15). Esto no significa que los rasgos estereotipados sean inmutables, por supuesto, ni que las personas piensen que son inmutables; sólo significa que las personas perciben los rasgos con exactitud en ese momento.
(15) McCauley, 1995; Swim, 1994.
Además, incluso cuando las personas piensan que los grupos étnicos poseen unos rasgos característicos, nunca se limitan a crear estereotipos de forma mecánica, pensando literalmente que todos los miembros del grupo poseen esos rasgos. Se puede pensar que los alemanes son, en general, más eficientes que los no alemanes, pero nadie piensa que hasta el último alemán sea más eficiente que cualquier no alemán(16). Y las personas no tienen problema en invalidar un estereotipo cuando poseen buena información acerca de un individuo. Contrariamente a lo que se suele pensar, en la impresión que el profesor tiene de cada uno de sus alumnos no influyen sus estereotipos de raza, género o estatus socioeconómico. Las impresiones de los profesores reflejan exactamente el rendimiento del alumno tal como se demuestra en pruebas objetivas(17).
(16) Jussim, McCaule y Lee, 1995; McCauley, 1995.
(17) Jussim y Eccles, 1995.
Veamos ahora las excepciones importantes. Los estereotipos pueden ser absolutamente inexactos cuando una persona tiene pocos encuentros de primera mano, o Veamos ahora las excepciones importantes. Los estereotipos pueden ser absolutamente inexactos cuando una persona tiene pocos encuentros de primera mano, o
(18) Brown, 1985; Jussim, McCauley y Lee, 1995; McCauley, 1995.
Además, cuando las personas juzgan a un individuo consiguen prescindir de los estereotipos gracias a su razonamiento consciente y deliberado. Cuando están distraídas o cuando se les presiona para que respondan deprisa, suelen ser más proclives a juzgar que un miembro
de un grupo étnico tiene todos los rasgos estereotipados
de ese grupo(19). Esto se debe al diseño dual del sistema
de categorización humano del que antes hablábamos. Nuestra red de asociaciones se remite de forma natural a un estereotipo cuando nos encontramos con un individuo por primera vez. Pero nuestro categorizador basado en normas puede bloquear estas asociaciones y hacer deducciones basadas en los hechos relevantes en lo relativo a ese individuo. Y lo puede hacer o por razones prácticas, cuando la información sobre el carácter medio
de todo un grupo permite diagnosticar menos que la información sobre el individuo, o por razones sociales y morales, por respeto al imperativo de que uno debería ignorar determinados caracteres medios de todo un grupo cuando juzga a un individuo.
(19) Gilbert y Hixon, 1991; Pratto y Bargh, 1991.
El resultado final de estos estudios no es que los estereotipos siempre sean exactos, sino que no siempre son falsos, o incluso que generalmente no son falsos. Esto es precisamente lo que cabría esperar si la categorización humana -como el resto de la mente- es una adaptación que controla los aspectos del mundo que son relevantes para nuestro bienestar a largo plazo. Como señala el psicólogo Roger Brown, la principal diferencia entre las categorías de personas y las categorías de El resultado final de estos estudios no es que los estereotipos siempre sean exactos, sino que no siempre son falsos, o incluso que generalmente no son falsos. Esto es precisamente lo que cabría esperar si la categorización humana -como el resto de la mente- es una adaptación que controla los aspectos del mundo que son relevantes para nuestro bienestar a largo plazo. Como señala el psicólogo Roger Brown, la principal diferencia entre las categorías de personas y las categorías de
(20) Brown, 1985, pág. 595.
¿Qué implicaciones tiene el hecho de que muchos estereotipos sean estadísticamente exactos? Una es que los estudios científicos contemporáneos sobre las diferencias entre los sexos no se pueden descartar porque algunas de sus conclusiones coincidan con determinados estereotipos sobre los hombres y las mujeres. Ciertas partes de esos estereotipos pueden ser falsas, pero el simple hecho de que sean estereotipos no demuestra que sean falsos en todos los sentidos.
La exactitud parcial de muchos estereotipos no significa, por supuesto, que el racismo, el sexismo y los prejuicios étnicos sean aceptables. Además del principio democrático
de que en el ámbito público hay que tratar a las personas como individuos, existen buenas razones para preocuparse por los estereotipos. Los que se basan en representaciones hostiles más que en la experiencia directa tienden a ser inexactos. Y algunos son exactos sólo porque constituyen profecías que conllevan su propio cumplimiento. Hace cuarenta años quizá los hechos mostraran que pocas mujeres y pocos afroamericanos poseían las cualificaciones necesarias para ser directores ejecutivos o candidatos a la presidencia de Estados Unidos. Pero ello se debía únicamente a las barreras que les impedían conseguir esas cualificaciones: por ejemplo, a la política universitaria que les negaba la admisión en la enseñanza superior porque se pensaba de que en el ámbito público hay que tratar a las personas como individuos, existen buenas razones para preocuparse por los estereotipos. Los que se basan en representaciones hostiles más que en la experiencia directa tienden a ser inexactos. Y algunos son exactos sólo porque constituyen profecías que conllevan su propio cumplimiento. Hace cuarenta años quizá los hechos mostraran que pocas mujeres y pocos afroamericanos poseían las cualificaciones necesarias para ser directores ejecutivos o candidatos a la presidencia de Estados Unidos. Pero ello se debía únicamente a las barreras que les impedían conseguir esas cualificaciones: por ejemplo, a la política universitaria que les negaba la admisión en la enseñanza superior porque se pensaba
¿Y qué ocurre con las políticas que van más allá y compensan activamente los estereotipos basados en prejuicios, por ejemplo los sistemas de cuotas y prioridades que favorecen a los grupos menos representados? Algunos defensores de estas políticas piensan que los guardianes de los diferentes ámbitos sociales padecen de unos prejuicios sin sentido, cuyos efectos se deben neutralizar con la presencia permanente
de las cuotas. Las investigaciones sobre la exactitud del estereotipo refutan tal tesis. No obstante, las investigaciones podrían postular un razonamiento diferente a favor de las prioridades y otras políticas sensibles al género y el color de la piel. Los estereotipos, incluso cuando son exactos, pueden acarrear su propio cumplimiento, y no sólo en el caso evidente de las barreras institucionalizadas como las que impedían el acceso a la universidad y a determinadas profesiones a las mujeres y a los afroamericanos. Muchos habrán oído hablar del efecto Pygmalion, por el que las personas responden como otras (por ejemplo los profesores) esperan que lo hagan. En realidad, parece que el efecto Pygmalion es pequeño o inexistente, pero hay otras formas más sutiles de profecías que conllevan su propio cumplimiento(21). Si las decisiones subjetivas sobre las personas, como las admisiones, la contratación, los créditos y los salarios, se basan en parte en caracteres medios de todo el grupo, lo que harán es que los ricos sean más ricos, y los pobres, más pobres. Se margina a las mujeres en la academia, con lo que se les hace ciertamente menos influyentes, lo cual aumenta su marginación. A los afroamericanos se les considera menos solventes y se les niegan los créditos, lo cual les resta probabilidades de triunfar en la vida, lo cual, a su vez, les hace más insolventes. Según las ideas de la psicóloga Virginia Valan, del economista Glenn Loury y del filósofo James Flynn, es posible que se necesiten políticas sensibles a las cuestiones de raza y género para romper este círculo vicioso(22).
(21) Jussim y Eccles, 1995; Smith, Jussim y Eccles, 1999.
(22) Flynn, 1999; Loury, 2002; Valian, 1998.
En el otro extremo está el descubrimiento de que los estereotipos son menos exactos cuando se refieren a una coalición que se enfrenta a la propia en una competencia hostil. Esto debería hacernos meditar sobre las políticas
de identidad, en las que las instituciones públicas identifican a sus miembros desde la perspectiva de la raza, el género y el grupo étnico, y evalúan cada política por cómo favorece a un grupo sobre otro. En muchas universidades, por ejemplo, a los alumnos de grupos minoritarios se les separa para ofrecerles unas sesiones especiales de orientación y se les anima a que contemplen toda su experiencia académica desde el punto
de vista de su grupo y del trato injusto que ha recibido. Al enfrentar implícitamente a un grupo con otro, este tipo de políticas pueden causar que cada grupo maquine estereotipos sobre el otro que son más peyorativos que los que desarrollarían en encuentros personales. Igual que ocurre con otras cuestiones de política que analizo en este libro, los datos de laboratorio no ofrecen un veredicto claro sobre las políticas conscientes de la raza y el género. Pero si se subrayan las características
de nuestra psicología que las diferentes políticas contemplan, las conclusiones pueden esclarecer mejor qué hay en juego y proporcionar mejor información para el debate.
De todas las facultades que componen esa obra llamada «hombre», el lenguaje tal vez sea la más imponente. «Recuerda que eres un ser humano con un alma y el don divino del habla articulada», suplicaba Henry Higgings a Eliza Doolittle. El alter ego de Galileo, abrumado ante las artes y los inventos de su época, hablaba del lenguaje en su forma escrita:
Pero por encima de todos los fantásticos inventos, ¡cuán sublime fue la mente de quien soñó con encontrar los medios para comunicar sus pensamientos más profundos a cualquier otra persona, por muy grande que fuera la distancia de lugar y tiempo! Para hablar con quienes están en la India; con quienes no han nacido aún y no lo harán hasta dentro de mil o diez mil años; ¡y con qué Pero por encima de todos los fantásticos inventos, ¡cuán sublime fue la mente de quien soñó con encontrar los medios para comunicar sus pensamientos más profundos a cualquier otra persona, por muy grande que fuera la distancia de lugar y tiempo! Para hablar con quienes están en la India; con quienes no han nacido aún y no lo harán hasta dentro de mil o diez mil años; ¡y con qué
(23) Galileo, 1632/1967, pág. 105.
Pero en el ámbito intelectual ocurrió algo curioso con el lenguaje. En vez de apreciarlo por su capacidad para comunicar el pensamiento, se lo condenó por su poder de constreñirlo. Una inquietud que recogen perfectamente las palabras de dos filósofos: «Tenemos que dejar de pensar si nos negamos a hacerlo en la prisión del lenguaje», dijo Friedrich Nietzsche. «Los límites del lenguaje [...] significan los límites de mi mundo*», dijo Ludwig Wittgenstein.
* Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus, Madrid, Alianza, 1995, pág. 143, prop. 5.62. (N. del T.)
¿Cómo podría ejercer tal poder el lenguaje? Podría hacerlo si las palabras y las frases fueran el propio medio del pensamiento, una idea que surge de forma natural de la Tabla Rasa. Si no hay nada en el intelecto que no estuviera antes en los sentidos, entonces las palabras que el oído recoge son la fuente evidente de cualquier pensamiento abstracto que no se pueda reducir a imágenes, olores u otros sonidos. Watson intentó explicar el pensamiento como movimientos microscópicos de la mente y la garganta; Skinner, en su libro de 1957 Conducta verbal, que explicaba el lenguaje como un repertorio de respuestas recompensadas, confiaba en salvar la brecha que separa las palomas de las personas.
Las otras ciencias sociales también tendían a equiparar el lenguaje con el pensamiento. Edward Sapir, discípulo
de Boas, llamaba la atención sobre las diferencias en la forma que tienen las lenguas de dividir el mundo en categorías, y Benjamin Whorf, discípulo de Sapir, formuló esas observaciones en la famosa hipótesis del «determinismo lingüístico»: «Cortamos el mundo en pedazos, lo organizamos en conceptos y mientras lo hacemos adscribimos significados, en gran medida porque somos las partes de un acuerdo para organizarlo de esta forma, un acuerdo que rige en toda nuestra comunidad de habla y está codificado en los patrones de nuestra lengua. Se trata, por supuesto, de un acuerdo implícito y de Boas, llamaba la atención sobre las diferencias en la forma que tienen las lenguas de dividir el mundo en categorías, y Benjamin Whorf, discípulo de Sapir, formuló esas observaciones en la famosa hipótesis del «determinismo lingüístico»: «Cortamos el mundo en pedazos, lo organizamos en conceptos y mientras lo hacemos adscribimos significados, en gran medida porque somos las partes de un acuerdo para organizarlo de esta forma, un acuerdo que rige en toda nuestra comunidad de habla y está codificado en los patrones de nuestra lengua. Se trata, por supuesto, de un acuerdo implícito y
(24) Whorf, 1956.
(25) Geertz, 1973, pág. 45.
Como ocurre con muchas ideas de la ciencia social, el carácter fundamental del lenguaje se lleva al extremo en el deconstructivismo, el posmodernismo y otras doctrinas relativistas. La obra de oráculos como Jacques Derrida está tachonada de aforismos como: «No hay huida posible del lenguaje», «El texto es autorreferencial», «El lenguaje es poder» y «No hay nada fuera del texto». Asimismo, J. Hillis Miller dijo que «el lenguaje no es un instrumento ni una herramienta en manos del hombre, un medio sumiso del pensamiento. Ocurre más bien que el lenguaje piensa al hombre y su "mundo" [...] si éste le permite hacerlo»(26). El premio a la afirmación más extrema hay que dárselo a Roland Barthes, quien declaraba: «El hombre no existe con anterioridad al lenguaje, ni como especie ni como individuo»(27).
(26) Citas sacadas de Lehman, 1992.
(27) Barthes, 1972, pág. 135.
Se afirma que la ascendencia de estas ideas está en la lingüística, aunque muchos lingüistas piensan que los deconstructivistas se han excedido. La observación original era que muchas palabras se definen en parte por su relación con otras palabras. Por ejemplo, él se define en oposición a yo, tú, ella, ellos y ellas. Y grande sólo tiene sentido como opuesto a pequeño. Y en los diccionarios las palabras se definen con otras palabras, que a su vez se definen con otras, hasta que el círculo se completa cuando se llega a una definición que contenga la palabra original. Por lo tanto, sostienen los deconstructivistas, el lenguaje es un sistema Se afirma que la ascendencia de estas ideas está en la lingüística, aunque muchos lingüistas piensan que los deconstructivistas se han excedido. La observación original era que muchas palabras se definen en parte por su relación con otras palabras. Por ejemplo, él se define en oposición a yo, tú, ella, ellos y ellas. Y grande sólo tiene sentido como opuesto a pequeño. Y en los diccionarios las palabras se definen con otras palabras, que a su vez se definen con otras, hasta que el círculo se completa cuando se llega a una definición que contenga la palabra original. Por lo tanto, sostienen los deconstructivistas, el lenguaje es un sistema
lingüísticas: neologismos como co o na que sirvieran de pronombres neutros, una sucesión de términos nuevos para designar a las minorías raciales y un rechazo a las exigencias de claridad en la crítica y el conocimiento (porque si el lenguaje ya no es una ventana al pensamiento sino la propia materia del pensamiento, la metáfora de la «claridad» ya no tiene sentido).
Igual que todas las teorías de la conspiración, la idea
de que el lenguaje es una prisión condena a su sujeto al sobreestimar su poder. El lenguaje es la magnífica facultad que usamos para que los pensamientos vayan de una cabeza a otra, y podemos emplearla para que nos ayude
de muchas formas en nuestros pensamientos. Pero no es lo mismo que el pensamiento, ni lo único que separa a los humanos de otros animales, ni la base de toda cultura, ni una prisión de la que no se pueda escapar, ni un acuerdo vinculante, ni los límites de nuestro mundo, ni lo que determina lo que se pueda imaginar(28).
(28) Pinker, 1994, cap. 3.
Hemos visto que la percepción y la categorización nos proporcionan unos conceptos que nos mantienen en contacto con el mundo. El lenguaje prolonga esta cuerda de salvamento al conectar los conceptos con las palabras. Los niños oyen los ruidos que salen de la boca de un miembro de su familia, emplean su psicología intuitiva y su comprensión del contexto para deducir qué intenta expresar el que habla, y mentalmente vinculan las palabras con los conceptos y las reglas gramaticales con las reglas de las relaciones entre ellas. Bowser tira una silla, la Hermana grita: «El perro ha tirado la silla», y el Pequeño deduce que perro significa «perro», silla significa «silla», y el sujeto del verbo tirar es el agente que realiza la acción de tirar(29). Ahora el Pequeño sabe hablar de otros perros, de otras sillas y de otras acciones de tirar. Nada hay en ello de autorreferencial ni que aprisione. Como bromeaba el Hemos visto que la percepción y la categorización nos proporcionan unos conceptos que nos mantienen en contacto con el mundo. El lenguaje prolonga esta cuerda de salvamento al conectar los conceptos con las palabras. Los niños oyen los ruidos que salen de la boca de un miembro de su familia, emplean su psicología intuitiva y su comprensión del contexto para deducir qué intenta expresar el que habla, y mentalmente vinculan las palabras con los conceptos y las reglas gramaticales con las reglas de las relaciones entre ellas. Bowser tira una silla, la Hermana grita: «El perro ha tirado la silla», y el Pequeño deduce que perro significa «perro», silla significa «silla», y el sujeto del verbo tirar es el agente que realiza la acción de tirar(29). Ahora el Pequeño sabe hablar de otros perros, de otras sillas y de otras acciones de tirar. Nada hay en ello de autorreferencial ni que aprisione. Como bromeaba el
de su mujer diciéndole que pida una pizza pepperoni para cenar.
(29) Pinker, 1984a.
Es evidente que el lenguaje afecta a nuestros pensamientos, y no se limita a etiquetarlos porque sí. Y más evidente es aún que el lenguaje es el conducto a través del cual las personas comparten sus pensamientos e intenciones y, con ello, adquieren los conocimientos, las costumbres y los valores de quienes les rodean. En la canción «Christmas» de su ópera rock Tommy, The Who describen la difícil situación de un muchacho que carece del lenguaje: «Tommy doesn't know what day is it; he
doesn't know who Jesus was or what prayin'is*».
* «Tommy no sabe qué día es; no sabe quién fue Jesús ni qué es rezar.» (N. del T.)
La lengua nos permite compartir los pensamientos no sólo
de forma directa, sino también indirectamente, mediante metáforas y metonimias que empujan suavemente a los oyentes a captar las conexiones que quizá no habían observado antes. Por ejemplo, muchas expresiones tratan el tiempo como si fuera un recurso valioso: desperdiciar el tiempo, invertir tiempo, tiempo precioso y el tiempo es oro(30). Cabe suponer que la primera vez que alguien empleó una de estas expresiones, su público se preguntó por qué empleaba una palabra que se refería al dinero para hablar del tiempo; después de todo, no se puede invertir tiempo como se invierten cantidades de dinero. Luego, dando por supuesto que quien hablaba no estaba farfullando, imaginaron en qué sentido el tiempo tenía realmente algo en común con el dinero, y supusieron que esto era lo que intentaba expresar quien hablaba. Obsérvese que incluso en este ejemplo tan claro del lenguaje que afecta al pensamiento el lenguaje no es lo mismo que el pensamiento. Quien acuñó la metáfora tuvo que ver la analogía sin la ayuda de las expresiones de la lengua, y quienes la oyeron por primera vez tuvieron que entenderla utilizando una cadena de pensamientos de forma directa, sino también indirectamente, mediante metáforas y metonimias que empujan suavemente a los oyentes a captar las conexiones que quizá no habían observado antes. Por ejemplo, muchas expresiones tratan el tiempo como si fuera un recurso valioso: desperdiciar el tiempo, invertir tiempo, tiempo precioso y el tiempo es oro(30). Cabe suponer que la primera vez que alguien empleó una de estas expresiones, su público se preguntó por qué empleaba una palabra que se refería al dinero para hablar del tiempo; después de todo, no se puede invertir tiempo como se invierten cantidades de dinero. Luego, dando por supuesto que quien hablaba no estaba farfullando, imaginaron en qué sentido el tiempo tenía realmente algo en común con el dinero, y supusieron que esto era lo que intentaba expresar quien hablaba. Obsérvese que incluso en este ejemplo tan claro del lenguaje que afecta al pensamiento el lenguaje no es lo mismo que el pensamiento. Quien acuñó la metáfora tuvo que ver la analogía sin la ayuda de las expresiones de la lengua, y quienes la oyeron por primera vez tuvieron que entenderla utilizando una cadena de pensamientos
(30) Lakoff y Johnson, 1980.
Además de su uso como medio de comunicación, el lenguaje se puede emplear como uno de los medios del cerebro para almacenar y manipular información(31). La notable teoría
de la memoria de trabajo, del psicólogo Alan Baddeley, capta perfectamente la idea(32). La mente emplea un «bucle fonológico»: una articulación muda de palabras o números que dura unos pocos segundos y puede ser captada por el oído de la mente. El bucle actúa como un «sistema auxiliar» al servicio de un «ejecutivo central». Al describirnos las cosas utilizando fragmentos del lenguaje, podemos almacenar temporalmente el resultado de un cálculo mental, o recuperar trozos de datos almacenados como expresiones verbales. El cálculo mental que implica cifras grandes, por ejemplo, se podría realizar mediante la recuperación de fórmulas verbales como: «Siete por ocho son cincuenta y seis»(33). Pero como bien demuestran los términos técnicos de la teoría, el lenguaje sirve de auxiliar de un ejecutivo, no de medio de todo pensamiento.
(31) Jackendoff, 1996.
(32) Baddeley, 1986.
(33) Dehaene y otros, 1999.
¿Por qué prácticamente todos los científicos cognitivos y todos los lingüistas piensan que el lenguaje no es una prisión del pensamiento(34)? En primer lugar, se han realizado muchos experimentos para estudiar la mente de las criaturas que carecen del lenguaje, por ejemplo los bebés y los primates no humanos, y se ha descubierto que las categorías fundamentales del pensamiento funcionaban: los objetos, el espacio, la causa y el efecto, el número, la probabilidad, la agencia (la iniciación de la conducta por una persona o un animal) y las funciones de las herramientas(35).
(34) Pinker, 1994, cap. 3; Siegal, Varley y Want, 2001; Weiskrantz, 1988.
(35) Gallistel, 1992; Gopnik, Meltzoff y Khul, 1999; Hauser, 2000.
En segundo lugar, es claro que nuestro inmenso almacén de conocimientos no se expresa con las palabras y las frases con las que aprendimos los hechos individuales. ¿Qué leyó usted en la página anterior? Me gustaría pensar que puede dar una respuesta razonablemente precisa a la pregunta. Ahora intente escribir las palabras exactas que leyó en esas páginas. Lo más probable es que no recuerde una sola frase literal, seguramente ni una sola frase. Lo que recordaría es lo esencial de esos pasajes -su contenido, su significado o su sentido-, no el propio lenguaje. Muchos experimentos sobre la memoria humana han confirmado que lo que recordamos a la larga de las historias y las conversaciones es el contenido, no las palabras. Los científicos cognitivos representan esta «memoria semántica» como una red de proposiciones lógicas, imágenes, programas motores, secuencias de sonidos y otras estructuras de datos conectados entre sí en el cerebro(36).
(36) Anderson, 1983.
Una tercera forma de colocar al lenguaje en su sitio es pensar cómo lo utilizamos. Hablar y escribir no consisten en transcribir al papel un monólogo interior ni en declamarlo ante un micrófono. Al contrario, participamos en un constante toma y daca entre los pensamientos que intentamos transmitir y los medios que nuestra lengua nos ofrece para transmitirlos. A menudo buscamos las palabras
a tientas, no nos satisface lo que escribimos porque no expresa lo que queríamos manifestar, o, cuando todas las combinaciones de palabras parecen malas, descubrimos que en realidad no sabemos qué queremos decir. Y cuando nos sentimos frustrados por un desajuste entre nuestra lengua y nuestros pensamientos, no nos rendimos, derrotados y a otra cosa, sino que cambiamos el lenguaje. Inventamos neologismos (quark, meme, clon, estructura profunda), pedimos prestadas palabras de otras lenguas (joie de vivre, magazine, lumpen, leitmotiv) o acuñamos metáforas nuevas (desperdiciar el tiempo, pensar con los pies, darle la vuelta a la tortilla). Por esto todas las lenguas, lejos de ser penitenciarías inmutables, se a tientas, no nos satisface lo que escribimos porque no expresa lo que queríamos manifestar, o, cuando todas las combinaciones de palabras parecen malas, descubrimos que en realidad no sabemos qué queremos decir. Y cuando nos sentimos frustrados por un desajuste entre nuestra lengua y nuestros pensamientos, no nos rendimos, derrotados y a otra cosa, sino que cambiamos el lenguaje. Inventamos neologismos (quark, meme, clon, estructura profunda), pedimos prestadas palabras de otras lenguas (joie de vivre, magazine, lumpen, leitmotiv) o acuñamos metáforas nuevas (desperdiciar el tiempo, pensar con los pies, darle la vuelta a la tortilla). Por esto todas las lenguas, lejos de ser penitenciarías inmutables, se
(37) Pinker, 1994.
Por último, el propio lenguaje no podría funcionar si no se asentara en una vasta estructura de conocimientos tácitos sobre el mundo y sobre las intenciones de las demás personas. Cuando entendemos la lengua, tenemos que escuchar entre líneas para discernir las lecturas no buscadas de una frase ambigua, reunir expresiones fraccionadas, deslizarnos por encima de los traspiés de la lengua, y completar los innumerables pasos no dichos
de una línea completa de pensamiento. Cuando en la botella del champú se dice: «Enjabonar, enjuagar y repetir», no nos pasamos el resto de la vida bajo la ducha; deducimos que significa «repetir una vez». Y sabemos interpretar titulares ambiguos como «Las prostitutas se dirigen al Papa» o «Los políticos de izquierdas se extravían en las Malvinas», porque no nos cuesta esfuerzo alguno aplicar los conocimientos que tenemos almacenados sobre el tipo de cosas que las personas suelen querer expresar en los periódicos. En efecto, la propia existencia de frases ambiguas, en las que una secuencia de palabras expresa dos pensamientos, demuestra que los pensamientos no son lo mismo que las secuencias de palabras.
Muchas veces el lenguaje es noticia precisamente porque se puede separar de los pensamientos y las actitudes. En 1998, Bill Clinton explotó las expectativas de una comprensión normal para confundir a quienes le acusaban por su aventura con Monica Lewinsky. Utilizó palabras como solo, sexo y es en un sentido que era técnicamente defendible, pero que se alejaba de las interpretaciones que la gente normalmente hace de estos términos. Por ejemplo, decía que no estaba «solo» con Lewinsky, pese a que eran las dos únicas personas que había en la habitación, porque en ese momento había más gente en el complejo del Despacho Oval. Dijo que no había practicado el «sexo» con ella, porque no hubo coito. El alcance, los límites, de sus palabras, como los de todas las palabras, Muchas veces el lenguaje es noticia precisamente porque se puede separar de los pensamientos y las actitudes. En 1998, Bill Clinton explotó las expectativas de una comprensión normal para confundir a quienes le acusaban por su aventura con Monica Lewinsky. Utilizó palabras como solo, sexo y es en un sentido que era técnicamente defendible, pero que se alejaba de las interpretaciones que la gente normalmente hace de estos términos. Por ejemplo, decía que no estaba «solo» con Lewinsky, pese a que eran las dos únicas personas que había en la habitación, porque en ese momento había más gente en el complejo del Despacho Oval. Dijo que no había practicado el «sexo» con ella, porque no hubo coito. El alcance, los límites, de sus palabras, como los de todas las palabras,
de estar la persona más próxima para que se considere que uno está solo? ¿En qué punto del continuo del contacto físico, desde un roce accidental en el ascensor hasta la felicidad tántrica, decimos que se ha practicado el sexo? Normalmente, para resolver esta vaguedad imaginamos cómo interpretaría la persona a la que nos dirigimos las palabras en su contexto, y luego escogemos las palabras. La ingenuidad de Clinton al manipular tales percepciones, y el escándalo que estalló cuando se le obligó a que explicara qué había hecho, demuestran que las personas comprenden exactamente la diferencia entre las palabras y los pensamientos que deben transmitir.
El lenguaje no sólo transmite unos significados literales, sino también la actitud del hablante. Pensemos en la diferencia entre gordo y corpulento, delgado y esquelético, ahorrador y roñoso, saberse expresar y tener mucha labia. Las personas responsables consideran que está justificado prohibir los epítetos raciales, de connotaciones despectivas, porque con su uso se transmite el mensaje tácito de que el desprecio por la gente a la que hace referencia el epíteto es aceptable. Pero la tendencia a adoptar términos nuevos para los grupos desfavorecidos trasciende mucho esta muestra de respeto elemental; muchas veces presupone que las palabras y las actitudes son tan inseparables que se pueden predisponer las actitudes de las personas jugueteando con las palabras. En 1994, Los Ángeles Times adoptó unas normas
de estilo que prohibían unas 150 palabras, entre ellas, «birth defect» [defecto de nacimiento], «Canuck» [canadiense en sentido peyorativo], «dark continent» [continente oscuro], «divorcée» [divorciada], «Dutch treat» [invitación «a la holandesa», a escote], «handicapped» [minusválido], «invalid» [inválido], «man-made» [hecho «por el hombre», artificial, sintético], «New World» [Nuevo Mundo], «stepchild» [hijastro] y «to welsh» [hacer «el galés», hacer el sueco]. Los editores pensaban que las palabras se graban en el cerebro con su significado literal, de modo que inválido es «alguien que no es válido», e invitación a la holandesa se entiende como una infamia para los holandeses de hoy. En realidad, es una de las muchas expresiones en que Dutch [holandés] significa «imitación» o «simulado», como en Dutch oven [«horno holandés», olla de estilo que prohibían unas 150 palabras, entre ellas, «birth defect» [defecto de nacimiento], «Canuck» [canadiense en sentido peyorativo], «dark continent» [continente oscuro], «divorcée» [divorciada], «Dutch treat» [invitación «a la holandesa», a escote], «handicapped» [minusválido], «invalid» [inválido], «man-made» [hecho «por el hombre», artificial, sintético], «New World» [Nuevo Mundo], «stepchild» [hijastro] y «to welsh» [hacer «el galés», hacer el sueco]. Los editores pensaban que las palabras se graban en el cerebro con su significado literal, de modo que inválido es «alguien que no es válido», e invitación a la holandesa se entiende como una infamia para los holandeses de hoy. En realidad, es una de las muchas expresiones en que Dutch [holandés] significa «imitación» o «simulado», como en Dutch oven [«horno holandés», olla
a la ingestión de alcohol] o Dutch auction [«subasta holandesa», en la que se van bajando los precios hasta que sale un comprador], expresiones que son vestigio de una rivalidad hace tiempo olvidada entre ingleses y holandeses.
Pero incluso los intentos más razonables de reforma lingüística se basan en una dudosa teoría del determinismo lingüístico. Muchas personas se quedan sorprendidas ante la sustitución de términos ingleses antes aceptados sin excepción por otros nuevos: negro por black y luego por african american; spanish-american por hispanic y luego por latino; crippled («lisiado») por handicapped («minusválido») y después por disabled («discapacitado»); slum («barrio bajo») por ghetto («gueto»), después por inner city («zona urbana deprimida») y (según el Times) por slum de nuevo. De vez en cuando, los neologismos se defienden apelando a su significado. En la década de 1960, la palabra española negro utilizada en inglés se sustituyó por la palabra black, porque con el paralelismo entre black y white se pretendía subrayar la igualdad entre las razas. Asimismo, native american («americano nativo») nos recuerda quién estuvo en estas tierras antes que nadie y evita el término indian («indio»), inapropiado desde un punto de vista geográfico. Pero muchas veces los términos nuevos sustituyen a otros que en su día eran perfectamente correctos, como se observa en los nombres de antiguas instituciones que evidentemente mostraban su respeto por las personas a las que se referían: United Negro College Fund (Fondo de Negros Unidos), National Association for the Advancement of Colored People (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color), o Shriners Hospitals for Crippled Children (Hospitales de la Orden del Santo Lugar para Niños Lisiados). Y a veces una palabra se puede contaminar o pasar a ser poco elegante, mientras una variante secundaria pasa a adquirir mayor relevancia: piénsese en los casos del inglés de colored people frente a people of color, afro-american frente a african american, negro frente a black. Si quisiéramos respetar el significado literal deberíamos buscar en inglés una palabra nueva para denominar a los descendientes de los europeos, que no son ni blancos
(white) ni caucásicos (caucasian). Alguna otra cosa ha de impulsar el proceso de sustitución.
Los lingüistas conocen bien el fenómeno, al que se podría denominar «la rueda del eufemismo». La gente inventa palabras nuevas para referentes con una carga emocional, pero el eufemismo se contamina pronto por asociación, y hay que encontrar otra palabra, que enseguida adquiere sus propias connotaciones, y así sucesivamente. Así ha ocurrido en inglés con las palabras para denominar los cuartos de aseo: water closet se convierte en toilet (que originariamente se refería a cualquier tipo de aseo corporal), que pasa a bathroom, que se convierte en restroom, que pasa a lavatory. Garbage collection («recogida de basura») se convierte en sanitation («servicios sanitarios»), que se convierte en environmental services («servicios medioambientales»). Gym (de gymnasium, originariamente «centro de enseñanza media») pasa a ser physical education («educación física»), que se convierte (en Berkeley) en human biodynamics («biodinámica humana»). Hasta la palabra minority (minoría) -el apelativo más neutral concebible, que se refiere a cantidades relativas- lo prohibió en 2001 el Ayuntamiento de San Diego (y casi lo hizo el de Boston) porque se consideraba que menospreciaba a los no blancos. «Como quiera que se mire, minority significa "menos que"», decía un funcionario interpelado semánticamente en el Boston College, donde se prefiere el término AHANA (acrónimo de africano-americano, hispano, asiático y nativo americano)(38).
(38) «"Minority" a bad word in San Diego», Boston Globe,
4 de abril de 2001; S. Schweitzer, «Council mulls another word for "minority"», Boston Globe, 9 de agosto de 2001.
La rueda del eufemismo demuestra que los conceptos, no las palabras, son fundamentales en la mente de las personas. Si a un concepto le damos un nuevo nombre, éste queda teñido por el concepto; el concepto no se renueva con el nombre, al menos no durante mucho tiempo. Los nombres para designar a las minorías seguirán cambiando mientras las personas tengan actitudes negativas hacia ellas. Sabremos que hemos conseguido respetarnos mutuamente cuando los nombres permanezcan inmutables.
«La imagen no es nada; la sed lo es todo», proclama el anuncio de un refresco que intenta crear una nueva imagen para su producto, burlándose para ello de los anuncios de refrescos que intentan crear imágenes para sus productos. Las imágenes, como las palabras, son recuerdos mudos de nuestra vida mental. Y se dice de las imágenes, como de las palabras, que tienen un poder insidioso sobre nuestra conciencia, presumiblemente porque se inscriben directamente en una tabla rasa. En el pensamiento posmoderno y relativista, se considera que las imágenes configuran nuestra visión de la realidad, o que son nuestra visión de la realidad, o que son la propia realidad. Así ocurre en especial con las imágenes que representan a gente famosa, políticos, mujeres y AHANA. Y al igual que con el lenguaje, el estudio científico de la imaginería demuestra que el miedo no está donde debería estar.
En Concise Glossary of Cultural Theory se puede encontrar una buena descripción de la idea estándar que se tiene de las imágenes en los estudios culturales y disciplinas afines. En la entrada imagen se define a ésta como una «representación mental o visual de un objeto o un suceso tal como se representa en la mente, un cuadro, una fotografía o una película». De modo que al agrupar imágenes del mundo (como las de un cuadro) e imágenes de la mente, en la definición se expone el carácter central
de las imágenes en el posmodernismo, los estudios culturales y el feminismo académico.
En primer lugar se señala en la entrada, no sin razón, que las imágenes pueden falsear la realidad y, con ello, servir a los intereses de una ideología. Un ejemplo excelente es, cabe presumir, el de una caricatura racista. Pero luego amplía el concepto:
Sin embargo, con lo que se denomina «crisis de la representación» propuesta por [...] el posmodernismo se suele cuestionar si se puede pensar que una imagen simplemente representa, o deforma, una realidad supuestamente anterior o externa, libre de imágenes. La realidad se entiende como siempre sometida a unos modos
de representación, o como producto de ellos. Según esta idea, habitamos irremediablemente en un mundo de imágenes de representación, o como producto de ellos. Según esta idea, habitamos irremediablemente en un mundo de imágenes
En otras palabras, si resulta que en un bosque se cae un árbol pero no hay ningún artista que lo pinte, no sólo no tiene sentido el árbol, sino que el árbol no se ha caído y, para empezar, no existe árbol alguno.
Si se da un paso más [...] se piensa que existimos en un mundo de hiperrealidad, en el que las imágenes se autogeneran y están completamente separadas de cualquier supuesta realidad. Esto coincide con la idea habitual de que los espectáculos y la política de hoy son una pura cuestión de «imagen», o apariencia, sin ningún contenido sustancial.
En realidad, la doctrina de la hiperrealidad contradice la idea común de que la política y el espectáculo son una pura cuestión de imagen y apariencia. Lo que se dice en la idea más común es que existe una realidad separada de las imágenes, y esto es lo que nos permite censurar las imágenes que inducen a error. Por ejemplo, podemos criticar una película antigua que muestre a unos esclavos felices con su modo de vivir, o un anuncio que muestre a un político corrupto que simule defender el medio ambiente. Si no existiera lo que llamamos «un contenido sustancial», no tendríamos razón alguna para preferir un documental serio sobre la esclavitud a una apología de ésta, o para preferir una buena exposición de un político
a un anuncio de campaña ingenioso pero insustancial.
En la entrada se señala que las imágenes se asocian con el mundo de la propaganda, la publicidad y la moda, y, por consiguiente, con el negocio y los beneficios. De modo que una imagen puede ir unida «a un estereotipo impuesto o a una identidad subjetiva o cultural alternativa». Las imágenes de los medios de comunicación se convierten en imágenes mentales: las personas no pueden evitar pensar que las mujeres o los políticos o los afroamericanos se corresponden con la representación que de ellos se hace en las películas y en los anuncios. Y esto eleva los estudios culturales y el arte posmoderno al rango de fuerzas de liberación personal y política:
El estudio de las «imágenes sobre las mujeres» o las «imágenes que elaboran las mujeres» considera que se trata de un campo en el que los estereotipos sobre las mujeres se pueden reforzar, parodiar o refutar activamente mediante el análisis crítico, historias alternativas o un trabajo creativo en el ámbito literario y de los medios de comunicación dedicado a la producción
de contraimágenes positivas(39).
(39) Brooker, 1999, págs. 115-116.
No he ocultado mi idea de que toda esta línea de pensamiento es un revoltijo conceptual. Si queremos entender cómo nos manipulan los políticos o los anuncios, lo último que deberíamos hacer es difuminar las distinciones entre las cosas del mundo, la percepción que
de ellas tenemos cuando las vemos, las imágenes mentales que de ellas construimos a partir de la memoria y las imágenes físicas como las fotografías o los dibujos.
Como veíamos al principio de este capítulo, el cerebro visual es un sistema enormemente complicado que las fuerzas de la evolución diseñaron para proporcionarnos una lectura exacta de los elementos secuenciales que tenemos ante nosotros. El «ojo inteligente», como lo llaman los psicólogos de la percepción, no sólo calcula las formas y los movimientos de las personas que nos rodean. Además interpreta sus pensamientos y sus intenciones, observando cómo miran a los otros objetos y
a las otras personas, cómo se acercan a ellos, cómo les evitan, les ayudan o les entorpecen. Y estas interpretaciones se contrastan después con todo lo demás que sabemos de las personas -lo que deducimos de los cotilleos, de lo que la persona dice y hace, y de las pesquisas al estilo Sherlock Holmes-. El resultado es la base de conocimientos o la memoria semántica que también subyace a nuestro uso del lenguaje.
Las imágenes físicas como las fotografías y las pinturas son dispositivos que reflejan la luz siguiendo modelos similares a los de los objetos reales, por lo que el sistema visual responde como si realmente estuviera viendo esos objetos. Aunque las personas han soñado durante mucho tiempo con ilusiones que engañan completamente al cerebro -el genio maligno de Descartes, Las imágenes físicas como las fotografías y las pinturas son dispositivos que reflejan la luz siguiendo modelos similares a los de los objetos reales, por lo que el sistema visual responde como si realmente estuviera viendo esos objetos. Aunque las personas han soñado durante mucho tiempo con ilusiones que engañan completamente al cerebro -el genio maligno de Descartes,
de ficción de los reales, como vemos cuando un niño de dos años simula en sus juegos que un plátano es un teléfono, pero al mismo tiempo comprende que un plátano no es literalmente un teléfono(40). Los científicos cognitivos creen que la capacidad para albergar proposiciones sin creérselas necesariamente -para distinguir «John cree que existe Santa Claus» de «Existe Santa Claus»- es una capacidad fundamental de la cognición humana(41): Muchos piensan que en la base del síndrome que llamamos «esquizofrenia» hay un trastorno de esta capacidad(42).
(40) Leslie, 1995.
(41) Abbott, 2001; Leslie, 1995.
(42) Frith, 1992.
Por último, hay imágenes mentales, las visualizaciones de objetos y escenas en el ojo de la mente. El psicólogo Stephen Kosslyn ha demostrado que el cerebro está equipado con un sistema capaz de reactivar y manipular recuerdos de la experiencia perceptual, un poco como Photoshop, con sus herramientas para montar, girar y colorear imágenes(43). Igual que el lenguaje, la imaginería se puede utilizar como un sistema auxiliar -un «bloc de dibujo visoespacial»-, el ejecutivo central del cerebro, haciendo de él una valiosa forma de Por último, hay imágenes mentales, las visualizaciones de objetos y escenas en el ojo de la mente. El psicólogo Stephen Kosslyn ha demostrado que el cerebro está equipado con un sistema capaz de reactivar y manipular recuerdos de la experiencia perceptual, un poco como Photoshop, con sus herramientas para montar, girar y colorear imágenes(43). Igual que el lenguaje, la imaginería se puede utilizar como un sistema auxiliar -un «bloc de dibujo visoespacial»-, el ejecutivo central del cerebro, haciendo de él una valiosa forma de
(43) Kosslyn, 1980; Kosslyn, 1994; Pinker, 1984b; Pinker, 1997, cap. 4.
Aunque las imágenes mentales permiten que nuestras experiencias (incluida nuestra experiencia de las imágenes de los medios de comunicación) afecten a nuestros pensamientos y nuestras actitudes mucho después
de que los objetos originales hayan desaparecido, es un error pensar que las imágenes sin tratar se descargan en nuestra mente y luego constituyen nuestra vida mental. Las imágenes no se almacenan en la mente como las fotos en una caja de zapatos; si así fuera, ¿cómo íbamos a encontrar la que buscamos? Al contrario, se etiquetan y se vinculan con una inmensa base de datos de conocimientos, con la que se las puede evaluar e interpretar desde el punto de vista de lo que representan(44). Los maestros ajedrecistas, por ejemplo, son famosos por su capacidad para recordar la partida que se ha jugado, pero las imágenes que tienen del tablero no son fotografías sin tratar. Al contrario, están saturadas
de información abstracta sobre la partida, por ejemplo sobre qué pieza amenaza a otra y qué grupos de piezas constituyen defensas viables. Lo sabemos porque si se distribuyen las piezas sobre el tablero de forma aleatoria, los maestros del ajedrez no recuerdan mejor que los aficionados la disposición que resulte(45). Cuando las imágenes representan a personas de verdad, no sólo a jugadores de ajedrez, hay más posibilidades aún de organizarlas y anotarlas con información acerca de las metas y los objetivos de las personas, por ejemplo si la persona de una imagen es sincera o está actuando.
(44) Kosslyn, 1980; Pinker, 1997, cap. 5.
(45) Chase y Simon, 1973.
La razón de que las imágenes no constituyan el contenido
de nuestros pensamientos es que aquéllas, igual que las palabras, son inherentemente ambiguas. Una imagen de Lassie podría representar a Lassie, a los perros pastores escoceses, a los perros en general, a los animales, a estrellas de la televisión o unos valores familiares. Alguna otra forma más abstracta de información ha de interpretar el concepto que se pretende ejemplificar con la imagen. O pensemos en la frase: «Ayer mi tío despidió
a su abogado» (ejemplo propuesto por Dan Dennett). Al interpretar la frase, Brad podría visualizar su propia dura experiencia del día anterior y alcanzar a ver la casilla del «tío» en un árbol genealógico, luego la imagen de la escalinata de los juzgados y a un hombre enfadado. Es posible que Irene no tuviera una imagen para «ayer» pero podría visualizar la cara de su tío Bob, un portazo y a una abogada vestida al estilo del ejecutivo.
A pesar de estas distintas secuencias de imágenes, ambas personas han comprendido la frase de la misma forma, como observamos si se lo preguntamos o les pedimos que la parafraseen. «La imaginería no pudo ser la clave de la comprensión -señala Dennett-, porque no se puede dibujar una imagen de un tío, o de ayer, o de despedir o de un abogado. Los tíos, a diferencia de los payasos y los bomberos, no tienen un aspecto distinto en ningún sentido característico que se pueda representar visualmente, y los ayeres no se parecen a absolutamente nada(46).»
(46) Dennett, 1991, págs. 56-57.
Dado que las imágenes se interpretan en el contexto de una comprensión más profunda de las personas y sus relaciones, la «crisis de la representación», con su paranoia sobre la manipulación que las imágenes de los medios de comunicación hacen de nuestra mente, resulta desmedida. Las personas no están irremediablemente programadas con imágenes; pueden evaluar e interpretar lo que ven utilizando para ello todo lo demás que saben, por ejemplo la credibilidad y los motivos de la fuente.
La equiparación que el posmodernismo hace de las imágenes con los pensamientos no sólo ha complicado algunas disciplinas, sino que ha sembrado de confusión el mundo del arte contemporáneo. Si las imágenes son la enfermedad, se razona, entonces el arte es la curación.
Los artistas pueden neutralizar el poder de las imágenes
de los medios de comunicación distorsionándolas o reproduciéndolas en contextos extraños (como las parodias
de anuncios que aparecen en Mad o en Saturday Night Live, aunque no tengan mucha gracia). Cualquiera que esté familiarizado con el arte contemporáneo habrá visto innumerables obras en las que «se refuerzan, parodian o refutan activamente» estereotipos de mujeres, de grupos minoritarios o de personas homosexuales. Un ejemplo prototípico es una exposición de 1994 del Whitney Museum
de Nueva York titulada «El macho negro: representaciones
de la masculinidad en el arte contemporáneo». Pretendía desbaratar la forma en que se construyen culturalmente los hombres afroamericanos mediante la demonización y el rechazo de estereotipos visuales como los del símbolo sexual, el atleta y los carteles de delincuentes que se buscan. Según decía el catálogo: «La verdadera lucha atañe al poder de controlar las imágenes». El crítico de arte Adam Gopnik (cuya madre y hermana son científicas cognitivas) llamaba la atención sobre la simplista teoría
de la cognición en que se basaba esa manida fórmula:
La exposición pretende ser socialmente terapéutica: su objetivo es enfrentarnos a las imágenes socialmente construidas de los negros, de modo que al afrontarlas -o mejor, al ver a los artistas que las afrontan por nosotros- las podamos eliminar. El problema es que todo el empeño de «desmontar las imágenes sociales» se basa en el uso ambiguo que hacemos de la palabra «imagen». Las imágenes mentales no son realmente imágenes, en absoluto, sino que consisten en opiniones, posturas y dudas complicadas, y en convicciones que se defienden con ardor, enraizadas en la experiencia y que el razonamiento, una mayor experiencia o la coacción pueden cambiar. Las imágenes mentales que tenemos de los hombres negros, los jueces blancos, la prensa, etc., no adoptan la forma de unos cuadros que uno pueda colgar (o «deconstruir») en las paredes de un museo [...] Hitler no odiaba a los judíos porque hubiese imágenes de semitas de tez morena y nariz grande que tuviera grabadas en su cerebelo: el racismo no existe en Estados Unidos porque la imagen de J. O. Simpson en la portada de Time fuera demasiado oscura. La idea de que los clichés visuales configuran las creencias es a la vez excesivamente pesimista, porque supone que las personas se encuentran La exposición pretende ser socialmente terapéutica: su objetivo es enfrentarnos a las imágenes socialmente construidas de los negros, de modo que al afrontarlas -o mejor, al ver a los artistas que las afrontan por nosotros- las podamos eliminar. El problema es que todo el empeño de «desmontar las imágenes sociales» se basa en el uso ambiguo que hacemos de la palabra «imagen». Las imágenes mentales no son realmente imágenes, en absoluto, sino que consisten en opiniones, posturas y dudas complicadas, y en convicciones que se defienden con ardor, enraizadas en la experiencia y que el razonamiento, una mayor experiencia o la coacción pueden cambiar. Las imágenes mentales que tenemos de los hombres negros, los jueces blancos, la prensa, etc., no adoptan la forma de unos cuadros que uno pueda colgar (o «deconstruir») en las paredes de un museo [...] Hitler no odiaba a los judíos porque hubiese imágenes de semitas de tez morena y nariz grande que tuviera grabadas en su cerebelo: el racismo no existe en Estados Unidos porque la imagen de J. O. Simpson en la portada de Time fuera demasiado oscura. La idea de que los clichés visuales configuran las creencias es a la vez excesivamente pesimista, porque supone que las personas se encuentran
(47) A. Gopnik, «Black studies», New Yorker, 5 de diciembre de 1994, págs. 138-139.
Reconocer que estamos equipados con unas facultades sofisticadas que nos mantienen en contacto con la realidad no conlleva ignorar de qué forma nuestras facultades se pueden emplear en nuestra contra. Las personas mienten, a veces de forma descarada, y a veces a través de la insinuación y la presuposición (como en la pregunta: «¿Cuándo dejaste de pegar a tu mujer?»). La gente difunde desinformación sobre los grupos étnicos, no sólo estereotipos peyorativos, sino historias de explotación y de deslealtad que sirven para avivar la animadversión moral hacia ellos. La gente manipula las realidades sociales como el estatus (que sólo existe en la mente de quien lo proclama) para conseguir parecer personas de mérito o para vender algún producto.
Pero como mejor nos podemos proteger de esa manipulación es localizando los puntos vulnerables de nuestras facultades de categorización, lenguaje e imaginería, y no negando su complejidad. La idea de que los seres humanos son receptáculos pasivos de estereotipos, palabras e imágenes es despectiva con las personas corrientes y otorga una importancia inmerecida a las pretensiones de las elites culturales y académicas. Y los pronunciamientos exóticos sobre las limitaciones de nuestras facultades, como el de que no hay nada fuera del texto o que habitamos en un mundo de imágenes más que en un mundo real, hacen imposible incluso identificar las mentiras y las distorsiones, y no digamos comprender cómo se divulgan.