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1.2 Francisco Bracho, descripción de La leyenda de los volcanes de Arnulfo Miramontes.
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I
¡Oh virgen sagrada Alegría de la tribu, de los viejos sacerdotes grato consuelo… Bien
hayas. Si el colibrí, por decreto de los dioses nació para volar de flor en flor, como vuelan los
relámpagos de nube en nube, a ti, ¡oh virgen buena y pura vedado está el amor. Cruel destino, ¿verdad? Pero, ¿cruel acaso no es, que airado llegue el viento y arranque de la
llanura flores, y mate las yemas tiernas de las encinas de la sierra? Que despedace impío los nidos escondidos en la espesura y los sueños que forjan las nubes en los espacios?.
Fuerza es que ahogues tu amor al nacer, como se muere el rayo de sol al amanecer entre negros nubarrones y entre los altos picos de las montañas.
Como se muere la esperanza entre las nieblas de la duda. -Mas si yo le amo, ¡oh Huemán ¡Le amo como la hiedra sigue al tronco, como la nieve
a la sombra, como el ave a el alba -¡Oh, virgen, vedado está para tí el amor Escucha: allá muy lejos, tras montes y llanos,
vive un hermoso país. Altas nevadas cumbres y hondos mares habrán de cruzarse antes de llegar a él. ¡Oh dioses, es la tierra del sol... El templo brilla cual si eterna lumbre
llameara en sus muros. Allí las vírgenes cantan himnos sagrados al gran sol, y su vida entera sólo es para él.
Hija de esos dioses eres… no puedes amar. Tu amor está más allá de las nubes. Lejos, muy lejos…
-Sí, está adonde las estrellas moran y los espíritus cantan. Adonde empieza la vida,
lejos, muy lejos, en la eternal delicia. Allá iré, si quieres, pero yo le amo sin remedio.
II
Le vi llegar con la errante tribu de los hombres venidos del remoto país de las grazas [sic]
de alas rosadas. Le vi llegar cuando moría el sol iluminando sus contornos con
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MAP, II, s.f.,17.
164 lineas como de hirviente cobre y reflejando su sombra grande, noble, hermosa, sobre el
llano florido y quieto, como lago sereno de nuestro hermoso Anáhuac. Hincha su pecho como el viento levanta las olas del mar. Sacude sus cabellos como si el
huracán pasara sobre los pinos de los montes. -¡Oh si Tlalitzin, virgen pura, tu amor es imposible
- … ¡No importa, le amaré
-¡Tu amor no lo quieren los dioses -¡No importa le amaré
-¡Ellos van a castigar tu desobediencia... -¿Qué valen todos los castigos, si al fin le amo?
-Pues sea: ya que arde tu peño a pasión gigante y ardiente que te consume, condenada serás a vivir para siemp
re entre nieblas y entre nieves… -¡No importa, le amaré...
-Pero también él, como castigo a su amor y a su sacrilegio por la hija del Sol, habrá de vivir envuelto en perpetuo sudario, frente a frente de ti, en tanto lo quieran los dioses y
entanto alumbre el Sol sagrado la tierra de Anáhuac. -¡Oh, y que mayor delicia que verlo sin sesar, desde que surje el Sol allá, muy lejos, del
fondo del mar que arde al fuego de ese Sol, que en sangre y oro alumbrará mañana su frente y sus cabellos…
III … Y llegó el castigo, y aconteció la inmensa catástrofe.
Enegreció el cielo y vino una larga noche.
Torrentes de agua vajaron [sic], y las olas, hinchando los mares, salieron por toda la tierra para castigar los sacrilegios.
Dos linas [sic] pasaron, y una nueva mañaña [sic] aparecieron en el horizonte dos altas cumbres envueltas en nieve y gasas, acariciadas por el Sol desde que surge allá, muy
lejos, del fondo del mar, que arde en fuego sagrado. Los hombres de la tierra llaman a la nevada cu
mbre larga, “LA MUJER BLANCA”, y a la que a su frente se yergue, le dicen “LA MONTAÑA QUE HUEMEA”.
Yacen, ha siglos, frente a frente, mudos y frios, la virgen que llevara el fuego en sus
entrañas, y su gigante amado, que, como eterno holocausto, día a día eleva al cielo,
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165 como un hálito de vida, nubes invisibles de humo, cual si oraciones fueran, o como
postreros anatemas por la amada muerta y por la ruina de Anáhuac.
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1.3 Carlos del Castillo, “La gran sonata en sol mayor del maestro D. Arnulfo