La búsqueda con Putin de la cohesión nacional a través de la unidad territorial: reconducción de un conflicto

7.2. La búsqueda con Putin de la cohesión nacional a través de la unidad territorial: reconducción de un conflicto

Desde el punto de vista táctico, la intervención de 1999 no fue muy diferente de la de 1994. Se repitieron errores militares, se volvieron a cometer abusos sobre la población civil y los avances volvieron a ser lentos. Pero estratégicamente se consiguió una gran victoria: el apoyo popular a la operación. El hastío hacia la situación interna del país llevó a los rusos a aceptar las victorias militares, pomposamente presentadas en los medios de comunicación como las primeras buenas noticias para Rusia en una década. Lo que fue seguido por otra buena noticia, esa sí esperada por una mayoría de los rusos desde hacía años: el 31 de diciembre de 1999 Boris Yeltsin anunció su retirada de la presidencia y de la política. Su sucesor sería ese oscuro funcionario a quien Yeltsin debía favores personales y cuya popularidad fue catapultada en la campaña de Chechenia: Vladímir Putin.

La elección de Putin, en el año 2000, fue el inicio de una larga luna de miel entre el Estado ruso y la sociedad rusa, ante un altar en que los sacrificados fueron el pueblo checheno y los Derechos Humanos. Nada nuevo, en realidad: la causa de la libertad chechena nunca había sido muy popular en Rusia, pero el combate al caucásico quedo institucionalizado durante las sucesivas formas del mandato de Putin. En cuanto a los Derechos Humanos, nunca han sido la plataforma básica de ningún político ruso o soviético; el lenguaje rudo y la acción contundente de Putin en su ofensiva militar recibían, en el mejor de los casos, el silencio o la voluntaria ignorancia en los medios

de comunicación y en el discurso social ruso. Las escasas —y valientes— críticas a los excesos cometidos fueron debidamente silenciadas y socialmente marginadas.

La iniciativa militar tardó años en ser completada y, de hecho, nunca llegó a sus objetivos finales, porque siguen existiendo áreas sin control efectivo de la administración rusa y continúa habiendo actividad resistente. Pero la segunda intervención rusa debe considerarse una victoria de Putin, que logró cohesionar a la opinión pública a su alrededor y revalidarse de modo masivo en sucesivas contiendas electorales, obteniendo en todos los casos la mayoría absoluta de los sufragios. Tal vez no importaba tanto una victoria militar contundente y final como recuperar la iniciativa militar y

Francesc Serra política y el prestigio nacional ante la propia sociedad rusa y ante el

mundo. Desde el punto de vista social, se valoró la energía y la eficacia de la nueva administración hacia un problema que amenazaba con ser endémico y con contaminar a toda Rusia; si comparamos las situaciones, los errores de 1994 fueron de planificación, eficacia y oportunidad, reflejo de una Rusia agotada y humillada que no confiaba en sí misma y, mucho menos, en su administración.

El mérito de Putin es precisamente haber devuelto a Rusia esa confianza, y ello por un precio relativamente menor: renunciar a un sistema político y de Derechos Humanos que equiparase a Rusia con un Estado democrático y moderno, extremos que no es seguro que aunasen muchas vocaciones en el inconsciente colectivo ruso. A cambio, se acuña un término novedoso, el de democracia soberana (suveriennaya demokratiya) 3 que da un peligroso margen de

interpretación y actuación a los ideólogos del Kremlin. El Estado tuvo manos libres y consentimiento social para ejecutar su política en Chechenia y fuera de ella. Testigos incómodos como el general Alexander Lebed desaparecieron oportunamente, como sucedió, por otra parte, con las voces que denunciaban abusos, como la periodista

Anna Politkovskaya o el ex-espía Alexander Litvinenko 4

3 El término de democracia soberana o suveriennaya demokratiya fue acuñado por vez primera por Vladislav Surkov en 2006; desde entonces ha hecho fortuna como

discurso político utilizado por Putin, Medvedev y otro líderes rusos para remarcar la especificidad del sistema político ruso, aparentemente respetuoso con los conceptos universales de la democracia liberal pero que admite tonos de autoritarismo en pro de los intereses nacionales.

4 Alexander Lebed, general del ejército ruso, fue el encargado de firmar en nombre de la Federación Rusa los acuerdos de Jasaviurt con el que sería más

adelante presidente checheno, Masjadov. Con ambiciones políticas y una cierta popularidad, Lebed murió en un misterioso accidente aéreo en 2002. Anna Politkovskaya denunció repetidamente los abusos de las fuerzas rusas y de los chechenos prorrusos contra la población civil chechena. Fue tiroteada en su piso moscovita en 2006. Al igual que Politkovskaya, el prófugo Alexander Litvinenko denunciaba, entre otras cosas, la implicación de los servicios secretos rusos en los atentados de 1999 que facilitaron la segunda intervención rusa en Chechenia. Murió envenenado en su exilio londinense también en 2006. Muchos más periodistas y activistas han fallecido en extrañas circunstancias a raíz de su compromiso en la denuncia de los abusos sobre Chechenia. Además de los tres citados, que son los más significativos y publicitados, habría que mencionar a los periodistas desaparecidos S. Ependiyev, A. Khasanov, R. Mezhidov, Roddy Scott,

El conflicto de Chechenia Por supuesto, el problema checheno no se detuvo en la segunda

operación militar en la región. La confirmación de Ramzan Kadirov como presidente de la región, en 2007, supuso una aparente normalización de la situación que daba una pátina de condescendencia y autosatisfacción a la opinión pública rusa. No sólo se devolvía el control de Chechenia a los chechenos sino que Kadirov era miembro

de un sector social y de un entorno familiar que había participado activamente en los proyectos nacionalistas de los años ochenta. Incluso el nuevo presidente se permitía mantener un discurso nacional checheno que incluía la exigencia de retirada de las fuerzas rusas más controvertidas. Ello no oculta, sin embargo, una evidente realidad: la nueva administración chechena retoma con mayor vigor la represión hacia sus adversarios políticos y hacia la población civil en general mientras goza del beneplácito del Kremlin. Por su lado, las autoridades rusas se consideran ajenas a los abusos cometidos por las autoridades locales y anuncian un fin del conflicto con amplia participación de todos los actores civiles implicados.

Desde el punto de vista militar Rusia se presenta victoriosa y los rebeldes chechenos vencidos, atomizados, radicalizados y con la agresividad de quien se siente acorralado y sin esperanzas de victoria. Así, por lo menos, se ha presentado en los medios de comunicación rusos la situación de la resistencia chechena, y en alguna medida con razón. Acciones brutales, y brutalmente reprimidas, como los secuestros masivos en el teatro de la calle Dubrovka de Moscú (2002) y en la escuela de primaria de Beslán, en Osetia del Norte (2004), además de varios atentados suicidas en Moscú, Stavropol y otras áreas, entre 2003 y 2004, contribuyeron a crear una atmósfera de terror que mantuvo a la población civil alerta y en permanente exigencia de protección a las autoridades rusas.

A. Baburova o los activistas pro Derechos Humanos desaparecidos o asesinados R. Alikhadzhyev, Sh. Baysayev, Z. Bitiyeva, E. Kungayeva, N. Luluyeva, Z. Murdarov, M. Umazheva, S. Markelov, N. Estemírova, Z. Sadulayeva, A. Dzharaiblov, M. Aushev, etc. Véase Politkòvskaia, A. (2007): La consciència moral de Rússia , Barcelona, Aresta SC; Sainz, Nora: “Las guerras en Chechenia y las organizaciones internacionales: de la realidad, la retórica y el olvido”, en Serra, Francesc (coord.) (2008): Chechenia, rompamos el silencio, Barcelona, Icaria-Antrazyt, pp. 131-156; Dmitrevski, S., Chelysheva, O. y Gavreli, B. (2009): ¿Quién es el responsable? Crímenes de guerra en Chechenia, Sabadell, Lliga dels Drets dels Pobles.

Francesc Serra En este contexto es fácilmente comprensible la popularidad que

mantiene la política de fuerza de Putin, que logra después de 2004 una cierta estabilidad basada en el mantenimiento de la represión sobre Chechenia y sobre la información acerca del conflicto. El 16 de abril

de 2009 se proclamó el fin oficial de la ofensiva antiterrorista, pero esta falsa estabilidad se rompió a lo largo del mismo año con una declaración del nuevo líder del autoproclamado Emirato del Cáucaso Norte, Dokka Umarov, en que consideraba de nuevo a la población civil rusa como objetivo bélico. Ello se plasmó en los atentados del tren rápido Nevski Express (diciembre de 2009), del metro de Moscú (marzo de 2010) y del aeropuerto de Domodedovo (febrero de 2011), entre otros, con decenas de muertes. En febrero de 2012 Umarov dio aparentemente la orden de respetar a la población civil rusa, a raíz de las movilizaciones de protesta acaecidas en los últimos meses, lo que daba lugar, a su parecer, a una nueva esperanza respecto al apoyo social a los mandatarios del Kremlin.

Durante años Chechenia ha sido el catalizador de la cohesión social rusa, que ha sacrificado libertades y esperanzas políticas de cambio a cambio de seguridad y orgullo nacional. A tres mandatos presidenciales de la primera elección de Putin, cabe preguntarse si las condiciones de la sociedad rusa siguen siendo las mismas y si Chechenia sigue siendo una moneda de cambio entre el poder ruso y la sociedad de ese país. En cualquier caso, sí puede observarse un nuevo orden de prioridades en la opinión pública rusa que tal vez dificulte, en el futuro, el uso de la amenaza chechena como garante de este contrato, ya un tanto envejecido.

La realidad social en la propia Chechenia no resulta menos compleja. Prácticamente todos los líderes chechenos, desde el mitificado Dzhojar Dudayev (1996) hasta el prorruso Ajmad Kadirov (2004), el moderado Aslan Masjadov (2005), su adversario Zelimjan Yandarbiyev (2004), el religioso Abdul-Jalim Sadulayev (2006) o el guerrillero Shamil Basayev (2007) han muerto asesinados en situaciones extremas y a menudo misteriosas. Ello ha dejado una fuerte crisis de liderazgo que deja a la sociedad chechena carente de referentes y disciplina. La aparente unidad conseguida alrededor de Dudayev se debía a un acuerdo implícito entre los grupos tribales y clánicos de la región, que aceptaron como líder a un miembro de un clan menor como solución a las tensiones entre los clanes más

El conflicto de Chechenia aristocráticos 5 . Pero desde entonces se han reproducido los

enfrentamientos internos entre grupos de intereses chechenos. La sociedad chechena se ha visto en medio de un fuego cruzado entre un sector partidario del retorno a la fidelidad rusa, que ha actuado sin piedad contra sus adversarios reales y potenciales, y una insurgencia cada vez más dividida y radicalizada. Es difícil encontrar una identificación absoluta de la mayoría de los chechenos con los ideales pancaucásicos, el integrismo islámico o incluso el proyecto independentista de los actuales líderes guerrilleros, culpables en cualquier caso de numerosos crímenes contra la población civil. Pero las fuerzas leales a la administración prorrusa han actuado en todo momento como una fuerza impuesta consciente de su impopularidad y

de la necesidad de subyugar a una sociedad que ha sido tratada como vencida 6 .