Un acercamiento gradual

9.1. Un acercamiento gradual

Para comprender las dimensiones y la importancia de los cambios que se han producido en la relación, es útil recordar brevemente sus

antecedentes históricos. Tras la victoria de los comunistas chinos en la guerra civil y la creación de la República Popular en 1949, se inició un periodo de “luna de miel” en cuanto a la cooperación militar y económica, que duró hasta el “Gran Salto Adelante” de 1957-1958. Éste consistió en el intento de Mao de crear un modelo chino de desarrollo socialista claramente diferente del de la Unión Soviética y Europa del Este, y aunque sus resultados fueron catastróficos — posiblemente cuarenta y cinco millones de personas murieron de

inanición 3 —, Mao culpó del fracaso a la URSS y a sus críticos dentro del Partido Comunista Chino (PCCh). Por parte soviética, los líderes

rusos se horrorizaron al percibir en Mao la voluntad de arriesgarse a una guerra nuclear con Occidente, por lo que se negaron a suministrar tecnología nuclear a China; aunque el PCCh desarrolló la suya de todas formas. Esto dio lugar rápidamente a la disputa chino-soviética que dominaría las relaciones bilaterales hasta la perestroika. La Revolución Cultural en China a partir de 1966 sumió al país en nuevas turbulencias, debilitando el control central en todos los ámbitos, incluidas las fuerzas armadas. China se estaba volviendo peligrosamente inestable e impredecible, a lo que había que añadir ahora la posesión de sus propias armas nucleares.

El nadir se produjo con los conflictos fronterizos iniciados por China en 1969, que llevaron al subdirector del New York Times,

3 Dikotter, Frank (2010): Mao’s Great Famine: The History of China’s Most Devastating Catastrophe, Londres, Bloomsbury.

Las relaciones ruso-chinas Harrison Salisbury, a escribir un libro con la connivencia del KGB

que predecía una inminente e inevitable guerra nuclear entre la URSS y China 4 . Aunque esa guerra nunca tuvo lugar, la URSS trasladó más

de un millón de tropas a Mongolia y el Lejano Oriente para disuadir a China de nuevas agresiones. Por su parte, los líderes de China se mantuvieron fieles a la doctrina de la inevitabilidad de una guerra nuclear —que se esperaba sería iniciada principalmente por la URSS— hasta finales de los ochenta. Teniendo en cuenta que compartían una frontera de unos 4.300 km., con varias secciones en disputa, ambas se percibían mutuamente como amenazas prioritarias para la seguridad nacional. Una generación de funcionarios de ambos países, incluso aquellos que se habían formado juntos en los años cincuenta, se socializaron en la sospecha mutua.

Fue Gorbachov quien terminó con este bloqueo, al pronunciar un discurso en Jabarovsk en 1986 que invitaba a China a actuar de forma recíproca para reconstruir la confianza. Esto dio lugar a un deshielo, en el que ambas partes alejaron la mayor parte de sus tropas de la frontera. Pero cuando parecía que estaba comenzando un giro histórico en las relaciones y los líderes chinos mostraban un moderado optimismo sobre la cooperación futura, sus esperanzas se vinieron abajo bruscamente con la disolución de la URSS. Esto supuso una profunda conmoción, especialmente porque tras las masacres de la plaza de Tiananmen en 1989 sugería la posibilidad de que algo semejante ocurriera en China. Los líderes chinos se sumieron en un prolongado y detallado análisis de las causas del hundimiento de regímenes en todo el mundo, para identificar mecanismos con los que prevenirlo 5 . También reaccionaron con una profunda desconfianza hacia el ex-comunista y ahora presidente Yeltsin.

En cuanto a la política exterior, las consecuencias fueron potencialmente igual de desastrosas. La reorientación de Rusia hacia Occidente con Yeltsin y su disposición a considerar una entrada de su país en la UE y la OTAN supuso para China el inesperado temor a que ambas organizaciones pudieran llegar a expandirse hasta Vladivostok.

4 Salisbury, Harrison (1969): The Coming War Between Russia and China, Londres, Secker & Warburg.

5 Para más detalles, véase Shambaugh, David (2008): China’s Communist Party: Atrophy and Adaptation, Washington / Berkeley, Woodrow Wilson Center /

University of California Press.

Peter Ferdinand Durante los años posteriores, la diplomacia china contempló con

recelo las radicales reformas políticas y económicas en Rusia, con el consiguiente riesgo de un mayor caos en sus fronteras. Ahora las turbulencias se producían al norte de la frontera, en lugar de al sur como durante la Revolución Cultural; era el momento de que China tratase de mantenerse aislada de las consecuencias. Rusia, por su parte, descuidó relativamente las relaciones con China al esperar y dar prioridad a una generosa cooperación con Occidente, tratando de construir una “casa común europea”. Además, el catastrófico estado

de la economía rusa la hizo más dependiente del apoyo occidental. En el ámbito interno, Moscú prestó una menor atención a Siberia y el Lejano Oriente, cuya despoblación se incrementó al emigrar un considerable número de rusos hacia el oeste de los Urales.

La mejora en las relaciones ruso-chinas tardaría unos años más en producirse, y lo haría tanto como resultado del resentimiento por la percibida intención estadounidense de mantener a Rusia en un nivel subordinado, como de un genuino entusiasmo por el impulso de los vínculos con China. Se trataba así de demostrar que Rusia tenía alternativas viables en su política exterior, y no tenía por qué depender

de EE.UU. Así, Yeltsin propuso inesperadamente durante su visita a Pekín en 1996 la firma de una “asociación estratégica”. Aunque con sorpresa, los chinos aceptaron y se realizó una declaración conjunta sobre el futuro orden mundial. En 1997 las dos partes crearon un elaborado mecanismo de cooperación que establecía reuniones periódicas de los jefes de gobierno, un comité intergubernamental que prepararía dichos encuentros, y diversos subcomités sectoriales presididos por los ministros correspondientes, que coordinarían las políticas en comercio y economía, energía —incluyendo la nuclear—, transporte, ciencia y tecnología —incluyendo la espacial, de aviación civil, de telecomunicaciones y de información—, protección del medio ambiente y pesca. Pese a ello, la crisis financiera en la que cayó Rusia en 1998 la obligó a buscar de nuevo ayuda en Occidente, pero Rusia y China firmaron un acuerdo de intenciones para que se construyera un oleoducto ruso desde Siberia Oriental hacia China. Ésta fue una ventaja de la cooperación a largo plazo muy bienvenida en la República Popular, que se había convertido en importadora neta

de petróleo por primera vez en 1994, y cuyas necesidades se iban evidentemente a incrementar de forma drástica. El resentimiento ruso por la intervención de la OTAN en Kosovo en 1999 reforzó su

Las relaciones ruso-chinas inclinación a distanciarse de Occidente y reforzar la cooperación con

Pekín: en ese año, Yeltsin realizó su última visita al extranjero como presidente a China.

Sin embargo, los primeros dos años tras la sucesión de Yeltsin por Putin en la presidencia de Rusia parecieron ambiguos en cuanto a política exterior. Cuando Jiang Zemin se reunió con Putin por primera vez, declaró posteriormente que no sabía qué tipo de persona era éste

o qué pensaba 6 . Rusia y China firmaron un Tratado de Buena Vecindad y Cooperación Amistosa en 2001. Pero al mismo tiempo,

Putin dio señales al principio de que Rusia estaba aún interesada en una cooperación estrecha con Occidente, ejemplificada por su casi instantánea decisión de ofrecer su solidaridad a EE.UU. tras el 11-S. Rusia tampoco se preocupó excesivamente por la intervención de la OTAN en Afganistán, ya que ella misma se había sentido amenazada por el régimen talibán. No existía ninguna posibilidad de que la propia Rusia interviniese allí de nuevo tras la debacle de los años ochenta, pero si la OTAN estaba dispuesta a encargarse de derrocar a los talibanes, esto también beneficiaría a Rusia. Tampoco China se opuso

a ello, ya que ellos también estaban preocupados por la infiltración de insurgentes desde Afganistán a Xinjiang. Posteriormente Rusia aceptó permitir que los transportes militares de EE.UU. utilizasen bases en Asia Central para enviar suministros a las tropas de la OTAN en Afganistán, aunque esto pudiese dar lugar a una nueva presencia estadounidense en la región a largo plazo. Al mismo tiempo, la cooperación con China en cuanto al petróleo no avanzaba: incluso se impidió, en 2002, a la Compañía Nacional China de Petróleo (CNPC) adquirir la pequeña petrolera rusa Slavneft. Esto dio lugar a confusión para los líderes chinos.

En 2003, se produjo finalmente la crisis. Hu Jintao eligió Rusia para su primera visita oficial al extranjero en mayo, tras llegar a la presidencia. Mientras que las dos partes reafirmaron su posición común sobre el futuro orden mundial, Hu aprovechó también para presionar a Rusia y reclamarle el cumplimiento de sus compromisos. Sin embargo, a finales de ese año China se vio involucrada en el caso Jodorkovski y la nacionalización de la petrolera Yukos, ya que había sido ésta quien defendió la construcción de un oleoducto directo hasta

6 Wilson, Jeanne (2004): Strategic Partners: Russian-Chinese Relations in the Post-Soviet Era, Armonk, M. E. Sharpe, p. 170.

Peter Ferdinand Daqing desde los yacimientos de la compañía en Angarsk, Siberia.

Como consecuencia, el planeamiento del proyecto tuvo que comenzar

de nuevo desde cero. Por otro lado, el asunto Yukos había confirmado al menos la

creciente voluntad rusa de mantener sus posiciones frente a Occidente. La invasión estadounidense y británica de Irak a principios de ese año —pese a la extendida condena internacional— facilitó el acercamiento entre los líderes rusos y chinos, ya que la guerra preocupaba seriamente a ambos. Aparte de sus propios vínculos con el régimen de Saddam Hussein, temían que esta acción fuera el precedente para nuevos intentos estadounidenses de cambio de regímenes en otras partes del mundo; quién sabe quién sería el siguiente. Rusia y China reforzaron así su cooperación para tratar de prevenir nuevas intervenciones de EE.UU., aprovechando también un momento de éxito económico. China pudo beneficiarse de su ingreso en la OMC en 2001 incluso por encima de las predicciones más optimistas de su gobierno: sus exportaciones se incrementaron drásticamente, y luego lo hicieron sus reservas de divisas. Rusia se benefició de un fuerte aumento de los precios mundiales de la energía, en parte provocado por la incertidumbre en relación con Irak; también acumuló rápidamente nuevas reservas de divisas, que había agotado casi por completo en 1998. Ambos países sentían una confianza en sí mismos mucho mayor en sus negociaciones con Occidente, y los dos estaban desarrollando ahora modelos políticos y económicos más convergentes que divergentes. Mientras que la República Popular había liberalizado su economía y sistema político sólo de forma limitada durante las dos décadas anteriores, manteniendo un papel central para el liderazgo del Estado, la Rusia de Putin comenzó a dar marcha atrás en la “terapia de choque” de reformas radicales de mercado y democratización de los años noventa, recuperando un papel

mucho más activo del Estado en la dirección de la economía 7 . Ninguna de las dos parecían evolucionar hacia un modelo occidental

neoliberal de capitalismo. En los años posteriores, las diversas “revoluciones de colores” prodemocráticas en Ucrania, Kirguistán y Georgia apuntaron hacia que EE.UU. estaba promoviendo

7 Para más detalles, véase Ferdinand, Peter: “Russia and China: Converging Responses to Globalization”, International Affairs, vol. 83, nº 4 (julio 2007), pp.

655-680.

Las relaciones ruso-chinas decididamente los cambios de régimen. Tanto Rusia como China se

sintieron amenazadas. El acercamiento se apoyó en un proceso sostenido de

negociaciones conjuntas para resolver de forma permanente los diversos contenciosos fronterizos. El proceso no se completaría hasta 2004, pero demostró que existía una voluntad por ambas partes de alcanzar un acuerdo, que en principio serviría para evitar nuevos enfrentamientos como los de 1969.