Viena y Berlín

2.1.9 Viena y Berlín

  El invierno lo halló de regreso a los fríos escenarios de Europa central y a los periplos por Alemania: Berlín, Dresde, Leipzig, Jena, Weimar, Nuremberg y Munich. El verano volvió a encontrarlo en las cálidas arenas cretenses, donde gustaba de buscar los vestigios de las antiguas civilizaciones, y en el Peloponeso, en Epidauro, Micenas, Tirinto y Argos, ruinas de un glorioso pasado helénico. Pero la Viena de posguerra lo atraía con su mezcla de agitación social y cultural, con sus niños hambrientos mendigando en las calles, con sus reuniones políticas. Desde allí envió a Galatea cartas muy tristes (Kazantzakis 1958), en las que reconocía su incapacidad para hacerla feliz y que presagiaban el fin de su matrimonio. Allí planeó también una obra que iba a ser la síntesis de su pensamiento, la Ascética (1927). Y allí contrajo una extraña enfermedad, que se manifestaba en forma de una desagradable afección de la piel del rostro, que el Dr. W. Stekel, famoso discípulo de Freud, calificaría de “masque de sexualité” y de “enfermedad de los ascetas”.

  De origen psicosomático, el eczema cubrió el rostro de Kazantzakis después de un encuentro con una misteriosa mujer, sentada a su lado durante un concierto en la ópera (Hartocollis 1974):

  Olía a canela, su pecho subía y bajaba mientras respiraba demasiado fuerte. Sin estar muy seguro de que estuviera de hecho haciéndolo, Kazantzakis sentía que su rodilla buscaba la

  de él y que, en un determinado momento, se giró hacia él sonriendo. Al salir, en los oscuros callejones de Viena, le preguntó su nombre. Frida, respondió riéndose. ¿Por qué quieres saberlo? Me llamo mujer (Kazantzakis [1956] 2007: 348).

  El Dr. W. Stekel le recordó a Kazantzakis que buscar el origen y el fin del mundo es una enfermedad (ibídem: 350) y éste leyó a Buda y estudió el psicoanálisis para combatirla. Más de 30 años después, recuerda Friar, cuando traducían juntos al inglés la Odisea, todavía pudo ver a Kazantzakis limpiar pacientemente el líquido amarillento que supuraba su labio superior, recuerdo hinchado y deformado del episodio casi fantasmal de Viena (Friar 1959: 70; Jouvenel 1959). El episodio de la enfermedad ascética inspiró además el proceso análogo que sufre Manoliós, protagonista de Cristo

  de nuevo crucificado ([1950] 2005).

  38 Helena González Vaquerizo, La Odisea cretense y modernista de Nikos Kazantzakis

  Entretanto, en una ciudad de cautivador nombre, en la egipcia Alejandría, se publicaba su drama Odiseo ([1922] 1998a). Tragedia que se enmarca en la tradición centrípeta del héroe, es decir, del héroe que regresa al hogar, la escribe casi a la par que la Ascética, la obra de la que parte la Odisea, radicalmente distinta y centrífuga en sus planteamientos, quizá como un punto de inflexión (Antón 2010: 184). Los versos de Homero nunca habían dejado de acompañarlo, pero, poco a poco, la imagen de su héroe predilecto empezaba a erguirse como un símbolo personal para el errante Kazantzakis. La semilla de la Odisea maduraba ya en ese pedazo de tierra cretense que siempre llevaba consigo.

  Mientras, otra ciudad evocadora, la asiática Esmirna, caía en manos de los ejércitos de liberación de Ataturk. Primero fueron la toma de la ciudad y la huída de los ejércitos griegos y aliados, con esos miles de personas que se echaban al mar y trataban

  de alcanzar los barcos, que no podían o no querían subirlos a bordo; después el terrible incendio que la devastó; luego los intercambios de población, más de un millón y medio

  de jonios desplazados, que se convertirían en masas desarraigadas en los puertos de Atenas y Tesalónica. Los griegos hablan todavía del “Desastre del 22”, pero la lengua griega ya no se escucha en la actual Izmir.

  Kazantzakis estaba en Berlín y estaba desolado. Ya nada quedaba de “La Gran Idea” ni de las aspiraciones griegas, solo la vergüenza. Como consuelo, como medicina y como tratamiento, Kazantzakis quiso entonces que las modernas ideas de la revolución, que el arte, el pensamiento y el espíritu de la época llegaran a Grecia. Mantuvo este afán didáctico durante toda su vida, promoviendo la creación de revistas, asistiendo a congresos, divulgando su conocimiento y su trabajo.

  Un buen día en uno de esos congresos educativos, que se celebraba en Berlín, una joven de piel oscura y llamativa blusa naranja atrajo su atención. Tenía unos maravillosos ojos orientales, grandes y almendrados. Cuando él vio su nombre en el formulario de inscripción, se decidió a hablarla:

  - ¿Es usted judía? - En efecto. - ¿Y usted? - Yo soy árabe. - ¿Y ese anillo? - Un anillo mágico (Kazantzaki, E. 1997: 104).

  2. VIDA Y OBRA: 2.1 Biografía

  El día que se conocieron era el Yom Kipur, de manera que Kazantzakis tuvo que hacer uso de su anillo mágico para convencerla de que cometiera por él un último o, mejor, un primer pecado, y lo acompañara a cenar.

  6: “El círculo de fuego”: Dina Matus , Lea Levin Dunkelblum, Itka Horowitz. Rosa Schmulewitz y

  Rahel Lipstein (Berlin, ca. 1922)

  Rahel Lipstein era judía de origen polaco, como también lo eran las integrantes del “círculo de fuego” de sus amigas: Itka Horowitz, Dina Matus y Rosa Schmulewitz (Kazantzakis [1956]) 2007: 353-388). Jóvenes apasionadas y politizadas que trasmitieron a Kazantzakis su deseo de lucha y de acción, que lo exaltaron con su mezcla de pasión, inteligencia y belleza, con su lengua, que a los oídos del cretense sonaba a una deliciosa mezcla de español y árabe, con su poesía. Jóvenes que iban a quedar muy pronto a merced de la sinrazón que se apoderaba de Europa. Itka, amiga y, durante un tiempo, también amante de Kazantzakis, moriría en 1927 víctima de las purgas estalinistas.

  Ellas despertaron en él el interés por la Unión Soviética, motivo por el cual comenzó a frecuentar a rusos y trató, en vano, de aprender su lengua. Ellas le dieron también el impulso definitivo para sintetizar su pensamiento en la Ascética (3.5.1), credo metacomunista y manual para “salvar a dios”. Ellas, definitivamente, lo alejaron

  de la senda del individualismo que había iniciado junto a Sikelianos y lo convencieron

  de que el ombligo del mundo nunca más estaría en Delfos. En el futuro recordaría aquellos críticos días de transición de Berlín, que me empujaban de la inacción budista

  a la acción revolucionaria (Kazantzakis [1956] 2007: 378). Sin embargo, el marxismo

  de Kazantzakis (Savvas 1971-72, Bien 2007a) tenía más que ver con su búsqueda de respuestas existenciales que con convicciones políticas y la figura que realmente lo atrajo no fue la de Stalin, sino la del visionario Lenin, a quien recrearía –junto a Rahel- Rala- en la forma del personaje Nilo, líder revolucionario de las rapsodias egipcias de la Odisea del hombre del siglo XX.

  40 Helena González Vaquerizo, La Odisea cretense y modernista de Nikos Kazantzakis

  Kazantzakis se enamoró al tiempo de la profetisa y visionaria Rahel y ella besó llorando sus manos. A su lado el fantasma de la tentación volvió a acecharlo: En mis

  etapas religiosas más críticas siempre estuvo una mujer conmigo (Gandria 19 , Berlín). Tal vez porque mis crisis religiosas estallan en contacto con la mujer. Y es siempre la

  misma eterna mujer con sus efímeras máscaras individuales, con diferentes nombres, razas (Prevelakis 1984 [Cuaderno del 321923]: 13). Efectivamente todas las mujeres a las que Kazantzakis acarició con su mirada, con sus manos y con sus palabras, reaparecen en sus obras como una única mujer que, en cada ocasión, representa una

  faceta particular y evoca a una mujer real. Las mujeres a las que amó 20 exhiben “caras y caretas” (Grammatas 1982) mediante las cuales es una misma energía vital la que se

  expresa. En la fantasía de Kazantzakis, en su Odisea y en Toda Raba (1930), la heroína Rala, de ojos almendrados y vestida de color naranja, no duda en dar su vida por la causa del pueblo antes que someterse a la tiranía. En la realidad de Rahel, el regreso a Polonia le valió su encarcelamiento, pero, al menos, pudo salvarse durante la Segunda Guerra Mundial en París.

  En seguida iba a aparecer otra mujer en la vida de Kazantzakis, el cual parecía aprovechar el impulso mediante el cual abandonaba cada vieja experiencia para embarcarse en una nueva. Como un marinero, como un Odiseo… Se conocieron en Dornburg (Alemania) un día decisivo en que la conversación en una pastelería les hizo perder el tren, quedarse en un hotel, amanecer cansados y felices. Elsa Lange era una joven de Jena, cultivada a base de lecturas de Hölderlin, Novalis y Rilke, discreta y delicada: Con sus manos dentro de mi mano, camino tranquilo sobre esta tierra, a cada instante me despido del sol, el aire, las ideas, las mariposas –y canto- muy despacio, para que Dios no me oiga, una alegre canción de amor… (Kazantzaki, E. 1977: 119 [Cuaderno del 2991923]). Visitaron muchas ciudades: otra vez la nietzscheana Naumburg, para leer a Homero y a Buda y cumplir con el gesto del destino=el deber (ibídem: 120); Munich, Ulm, Rothenburg, Nuremberg, Baumberg, Rudolf Stadt… y perdieron todavía algunos trenes. Hubo un fugaz y tenso reencuentro con Rahel. Poco

  19 Pueblo medieval de Suiza cerca de Lugano. Vivió allí algunos días de 1918 con “Mudita” (Elli Lambridi).

  20 La bibliografía sobre las relaciones de Kazantzakis con las mujeres y las de estas con su obra es amplia: Poulakidas 1972, Stamatios 1975, Rosenthal-Kamarinea 1983, Armeni, Iatropoulou-Theocharidou

  Nikitopoulou 1987, Petropoulou, E. 2000, Kazantzaki, G. 2007.

  2. VIDA Y OBRA: 2.1 Biografía

  después, en Berlín, Galatea también se enfrentaría a la realidad tal y como se la había imaginado.