La Ascética

3.5.1 La Ascética

  La crítica coincide en que todo lo que el poeta estaba pensando y sintiendo mientras escribía parece haber encontrado su expresión en la Odisea (Bretschneider 2007: 21, Prevelakis 1958: 89, Stavros 1979: 3 y ss., Bien 1989: 233). Y en que ese poema vastísimo y tan complejo no se entendería sin la ayuda de una breve obra, lírica y filosófica, titulada Ascética. Salvatores Dei (Izzet 1968: 947-958, Tsirópoulos 1986, Martínez Arancón 1999). Escrita por Kazantzakis en Viena y Berlín en 1922, durante la durísima y condicionante postguerra (Quiroz Pizarro 2003: 277), fue completada y trastocada en 1926 con el capítulo final “Silencio”.

  Laourdas (1943: 4) ya había señalado que la Odisea de Kazantzakis era su Ascética en forma de obra de arte, pero fue Izzet quien acuñó para la epopeya la acertada definición de “transposición artística” de la Ascética: Kazantzakis ha tratado, en la Ascética, de revivir profundamente en sí mismo todos los ciclos de la marcha del hombre sobre la tierra. Lo ha hecho aquí de forma abstracta. […] Más tarde, en la Odisea, lo hará creando una obra de arte (Izzet 1964: 349-50). Y el mismo Kazantzakis diría años después: ¿Qué quise expresar en la Odisea? La única respuesta es: lo mismo que expresé en la Ascética, mi Credo (Kazantzakis 1977a: 3-23). De modo que las conclusiones que puedan sacarse de la interpretación del contenido de la Ascética son válidas para casi la totalidad de la obra de Kazantzakis (Moutafis 1986: 23- 36).

  La Ascética se compone de cinco capítulos, precedidos de un prólogo. Son la “Preparación”, la “Marcha”, la “Visión”, la “Acción” y el “Silencio”. Es una obra literaria (Prevelakis 1958: 80 y ss.), pero de amplio trasfondo político y espiritual (Angelaki-Rooke 1977, Bien 1989: 70-72). En ella Kazantzakis intenta poner en claro

  150 Helena González Vaquerizo, La Odisea cretense y modernista de Nikos Kazantzakis

  su propia visión del mundo en el encuentro con las diferentes personalidades (Cristo, Buda, Lenin, etc.) que también hallará el héroe en la Odisea (Vrettakos 1977: 36-38).

  El mandato supremo de la Ascética es luchar sin ánimo de recompensa y sin esperanza, que es el mismo mandato que siguen los héroes de Kazantzakis:

  Dante, el desterrado que sabe renovar a cada instante su odio a la humanidad; Cristo, que muere por redimir una humanidad que no quiere redimirse; Juliano, que pretende resucitar una filosofía y una ética condenadas ya por la historia; Constantino Paleólogo, que combate hasta la muerte en los muros de una Constantinopla vencida; Ulises, hombre antiguo- medieval-contemporáneo, que peregrina en la vastedad de los océanos, de los continentes ígneos y de los hielos eternos, buscando con la lucha un dios que sabe que no existe (Castillo Didier 1975: 20).

  Es decir, es el mandato de todos y cada uno de los héroes de Kazantzakis, y, sobre todo, el del más complejo de ellos, Odiseo.

  Leer la Odisea como la plasmación artística de las ideas de la Ascética es recorrer un camino sembrado de pistas. Para empezar, la Ascética arranca con una breve sentencia: Venimos de un abismo tenebroso; vamos a parar a un abismo tenebroso; al espacio luminoso intermedio llamamos Vida. El esquema formal de la Odisea es, tal y como vimos en el análisis de Bien (cf. 3.4.4.2), una ampliación de ese sencillo aserto: empieza con una invocación al sol (prólogo) y termina con una canción de despedida al mismo (epílogo). Antes y después del sol, la oscuridad, esto es, el abismo, y en medio las rapsodias alfa-omega (A-Ω), la totalidad de la existencia.

  La obra entera es una ascética, el camino en solitario del héroe hacia su propio conocimiento y la aceptación de la propia muerte. Contiene además un ejercicio

  concreto de áscesis: en la rapsodia Ξ Odiseo se retira a la montaña 61 . Su meditación allí equivale a los tres primeros capítulos de la Ascética: “Preparación”, “Marcha” y

  “Visión”. En las dos siguientes rapsodias, O y Π, Odiseo dirige la construcción de la Ciudad Ideal y asiste a su destrucción. Estos episodios son paralelos a los capítulos “Acción” y “Silencio” de la Ascética (Prevelakis 1958 [1961]: 128).

  Kazantzakis llamó a la Ascética su credo metacomunista, porque en ella recogía unas creencias políticas que querían trascender el comunismo materialista y que estaban impregnadas del mesianismo que atribuía a la figura de Lenin:

  61 En nota 22 al capítulo XV de su estudio Stanford (1968) advierte que existe un paralelo entre esta comunión solitaria de Odiseo con dios y el episodio homérico en la isla de Trinacia (Hom. Od. XII, 333-

  4) en el que Ulises se aleja de los compañeros para rezar y ver si alguno de los dioses le ayuda a encontrar el modo de escapar a las dificultades.

  3. LA ODISEA DE KAZANTZAKIS: 3.5 Filosofía

  El tercer profeta –después de Cristo y de Buda- que conquistó a Kazantzakis fue Lenin. […] Lenin conquista a Kazantzakis: Lenin y Marx. El marxismo es el heredero de la “logocracia” que la filosofía bergsoniana había puesto en tela de juicio. Por el contrario, Lenin representa un impulso incontrolable por la lógica, “la Fuerza cosmogónica que hace

  de los hombres –y antes que de nosotros de los animales y la materia- sus portadores, sus acémilas, y que se apresura como si tuviera un Objetivo y siguiera un camino.” Lo que atrae a Kazantzakis de la Unión Soviética no es una teoría política, ni mucho menos una Filosofía de la Historia, sino un misterioso fervor (Prevelakis 1977: 21-22. Cita a Kazantzakis [1928] 2000: 10).

  Como hemos señalado ya en su biografía (2.1.9 y 2.1.12) Kazantzakis tuvo una intensa relación con el comunismo. No solo mantuvo amistad con el poeta comunista griego por antonomasia, Kostas Varnalis, sino que en 1921 en Viena trató de entrar en contacto con los comunistas y se entusiasmó con la Idea. Sin embargo, como Galatea le criticaba en sus cartas, no era el hombre de acción característico del socialismo (Savvas 1971-1972: 285). Kazantzakis se sentía atraído por aquella línea del movimiento que ensalzaba la unidad de todos los hombres, el universalismo, frente al nacionalismo. Era trostkista y leninista antes que materialista, pues su preocupación era el hombre. Cuando viajó a la URSS en 1925 se llevó una decepción: la burocracia y la Realpolitik stalinistas se habían superpuesto a las intenciones inciales del movimiento. La historia del desengaño fue también personal y tuvo que ver con la figura de Istrati (cf. 2.1.12).

  Su deseo fue trascender el comunismo a partir de la “evolución creadora” de Bergson (cf. 3.5.2.3), un aspecto en el que coincide con el pensador religioso ruso

  Berdyaev, lo mismo que respecto a la época de tránsito (Owens 2001a: 433; cf. infra). La lección que Kazantzakis extrajo del comunismo fue la de la identidad de todos los miembros de la raza humana y la de la renovación que vendría después del fuego destructor y purificador.

  En la Odisea el héroe funda una Ciudad Ideal donde la propiedad privada no existe y el reparto de tareas se impone, una utopía que fracasa, probablemente, para poner de manifiesto la ruptura del autor con el movimiento (González Vaquerizo 2010b). Sin embargo, en toda su vida Kazantzakis no dejó de creer en lo que de bueno había, a su juicio, en el comunismo (Savvas 1971-1972: 291-292). En novelas como Cristo de nuevo crucificado o Los hermanos enemigos, con el trasfondo de la Guerra Civil griega, la preocupación principal es el sufrimiento de las masas y el socialismo tiene la misión mesiánica y universal de revivir a Cristo a través de Lenin (Poulakidas 1970b).

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