El tercer regreso

2.1.11 El tercer regreso

  Cargado de experiencias, de conocimientos, embarcó en Brindisi de vuelta a Grecia. En Atenas aún estaba su esposa, su otrora musa, Galatea. Sin embargo, no tardó en conocer, durante una excursión por Penteli y Rafina, a la futura compañera del resto

  de su vida: Eleni Samiou (1903-2004). La propia Eleni había conocido antes a Galatea que a Nikos y había quedado prendada de la famosa escritora: una cabeza preciosa, unos ojos brillantes, un humor picante, una respuesta para todo. Asegura, sin embargo, que ya por aquel entonces Totó convivía, independiente y orgullosa, con su futuro marido Markos Avgeris (Kazantzaki, E., 1977: 20).

  42 Helena González Vaquerizo, La Odisea cretense y modernista de Nikos Kazantzakis

  7: Eleni Samiou (1924)

  Después de cuatro años de ausencia el cretense volvió a Creta. Tras la alegría inicial del regreso a la patria chica, sintió que no cabía ya en las estrechas callejuelas de la isla. Como al héroe de la obra que muy pronto empezaría a componer, la Odisea, le pareció que su patria era demasiado angosta para contenerlo:

  El segundo Odiseo regresó a la patria… y volvió a llamar a la puerta de su casa paterna… el viejo-‘Laertes’ había envejecido…Y el segundo Odiseo (su Compañero, Genossin)… subía y bajaba las escaleras de la casa paterna -todo era igual, limpio, simple…, la calle me pareció estrecha, todo como más pequeño, más sencillo... los parientes empezaron a llegar, las primas gordísimas –la gordura provinciana-, los primos gordos, millonarios, un abismo entre nosotros… Deambulo por la casa paterna, disfruto tranquilamente de la amargura de las cosas que amé…, pienso en… mi duro deber de renegar del padre y de la madre, de marchar lejos, en contra de ellos, en contra de su moral, de la religión, de las supersticiones sociales, de sus esfuerzos económicos (Kazantzaki, E. 1977: 27-28 [Carta a Eleni, Iraklio, 1761924]).

  Años más tarde recordaría aquellos sentimientos:

  Bien está Creta, pero solo para coger carrerilla; después de unos pocos meses allí ya no cabía; las calles se estrechaban, la casa paterna menguaba, la albahaca y las caléndulas del patio perdían su aroma; miraba a los viejos amigos que se habían establecido y me asustaba; no me encerraré yo nunca entre cuatro paredes, en una oficina, juraba, no me pondré de acuerdo con el bienestar, no firmaré que estoy conforme con la necesidad. Bajaba al puerto, miraba el mar, una puerta a la libertad me parecía, ¡si pudiera abrirla y escapar! (Kazantzakis [1956] 2007: 309).

  Junto a un grupo de excombatientes de aquellas Guerras Balcánicas en las que había participado como voluntario se embarcó en una fallida acción política, que le costó una noche en prisión. El “Episodio de Iraklio”, documentado por las numerosas cartas enviadas a los periódicos locales, fue uno más de tantos intentos de convertirse en un hombre de acción (Bien 2007a: 99-125). Uno más de tantos fracasos. Se refugió

  2. VIDA Y OBRA: 2.1 Biografía

  entonces en los libros. Y lo hizo en un solitario cabo al sur de Creta, Leda, desde donde podía contemplar el mar líbico, si dirigía su vista al frente, y desde donde, si miraba hacia atrás, lo observaba a su vez, sigilosa y discreta, Eleni. Leyeron la Ilíada, a Esquilo, la Ifigenia de Goethe, a Sestov. Galatea, que pasó algunas semanas estivales con ellos, por fin regresó a Atenas.

  Con la llegada del otoño maduraron los frutos: dio a luz el Simposio ([1922-24] 1971) y comenzó, ahora sí, la redacción de las primeras ocho rapsodias de la Odisea (1924-1938). Fueron estas las rapsodias más griegas, porque son las que tienen lugar en Ítaca (A-B), Esparta (Γ-Δ) y Creta (Ε-Θ). Y estuvieron profundamente inspiradas en las experiencias personales del propio poeta (Bien 1989: 97 y ss.). Kazantzakis tenía entonces cuarenta años, muchas cosas habían cambiado para siempre: su matrimonio con Galatea tocaba a su fin; al tiempo, intuía que la jovencísima Eleni no iba a ser otro rostro pasajero. Su adhesión al nacionalismo griego, primero, al marxismo, después, sus conatos de acción política, sus apasionadas amistades juveniles, todo, todo parecía lejano y desdibujado en las brumas de su pensamiento. El “segundo Odiseo” había vuelto a su isla y estaba haciendo el recuento de su vida.

  Imposible dejar de pensar en los paralelos entre los regresos del héroe y el poeta, que dirigió a su álter ego (Friar 1979: 28; Vretakkos 1988: 52; Janiaud-Lust 1970: 512- 514, 520-529; Stefanakis 1997: 359) emotivas líneas donde declaraba su completa identificación con él (Kazantzakis 1971: 1260 y [1956] 2007: XXX-XXXI). Imposible también dejar de pensar en el paisaje cretense al leer la Odisea, en sus altas montañas nevadas, en sus fértiles valles, en las quemadas arenas de sus playas. Pero, sobre todo, imposible dejar de pensar en las duras rocas de las cumbres, horadadas de cuevas, y de imaginar las excursiones de Kazantzakis y sus amigos por esos mismos pueblos mientras la escribía: Archanes que mira al monte Yuktas, silueta de un dios dormido sobre el gran cuerpo de la isla-mujer, que como un barco flota sobre el mar Egeo. Archanes, que mira al monte Yuktas, con su santuario minoico en la cima, desde donde las señales de fuego se trasmitían a todo el reino del poderoso rey de Knossos. Y en el palacio, situado a tan escasos kilómetros, que estaba siendo excavado en aquellos días por el “arqueólogo del mito”, Sir Arthur Evans (MacGillivray 2006; cf. 4.3).

  El cretense realizó después un envidiable “crucero” por las Cícladas griegas: Tinos, Mikonos, Siros, Naxos, Amorgos... Y es que uno de los mayores placeres que puede un hombre merecer en este mundo es que sea primavera, que sople una suave

  44 Helena González Vaquerizo, La Odisea cretense y modernista de Nikos Kazantzakis

  brisa y uno navegue por el Egeo (Kazantzakis [1956] 2007: 462). En esta ocasión, sin embargo, el viaje respondía a la necesidad de hacer acopio de imágenes y sensaciones para la gran obra que estaba escribiendo: Mi corazón está cargado y feliz, como el de Odiseo, cuando regresó a Ítaca. Multitud de traits (rasgos) entrarán en la Odisea. Recorro las calles, asimilando cuanto puedo del amado cadáver… (Kazantzaki, E., 1977: 154-55 [Carta a Eleni desde Naxos, 1581925]).