La contrapartida al cuerpo milagroso

5.3.2 La contrapartida al cuerpo milagroso

  Si por milagroso entendemos algo capaz de obrar milagros, y teniendo en cuenta que ningún lisiado se levantó de su silla de ruedas después de comparecer ante los Beatles, debemos mirar donde sí se produjo el milagro: las teenybopers o adolescentes que consumen masivamente música popular. Hoy en día el fenómeno fan se ha desligado de su íntima relación original con el rock. Se ha pasado a distinguir el rock del pop, intentando separar así las audiencias, como si el consumo adolescente fuese un Si por milagroso entendemos algo capaz de obrar milagros, y teniendo en cuenta que ningún lisiado se levantó de su silla de ruedas después de comparecer ante los Beatles, debemos mirar donde sí se produjo el milagro: las teenybopers o adolescentes que consumen masivamente música popular. Hoy en día el fenómeno fan se ha desligado de su íntima relación original con el rock. Se ha pasado a distinguir el rock del pop, intentando separar así las audiencias, como si el consumo adolescente fuese un

  El término teenybop corresponde así claramente a un segmento de la población que consumía música popular. Conceptualmente, estaríamos ante un fenómeno del tipo flautista de Hammelin o Peter Pan. Se trataría de la seducción de los niños por parte de un joven y extraño músico. El recibimiento general del beat boom, más allá del carnaval, la creencia en el cuerpo regio o el carisma como encarnación de todo el fenómeno, no fue idílico, y a día de hoy, con lo institucionalizado que está el fenómeno fan, podría parecernos exageradamente preocupado. De hecho, el beat boom en general, y las teenybopers en particular, fueron tomados por los sectores más conservadores, tanto en Reino Unido como en los EEUU, como un fenómeno cercano a la desviación

  de las formas habituales.

  Un ejemplo lo tenemos en un artículo de agosto de 1964 del Seattle Daily Times, firmado por el Dr. Bernard Saibel, encargado de la División de Servicios Comunitarios del Estado de Washington. Saibel asistió a un concierto de los Beatles, en la gira del verano de 1964. En el artículo, señala:

  ―La experiencia de estar con catorce mil adolescentes para ver a los Beatles es increíble y escalofriante […] La histeria y pérdida de control van más allá de la música. Muchos

  de los presentes se vuelven seres frenéticos, hostiles, descontrolados, aulladores, irreconocibles […] Esto no es simplemente una descarga, como pensé al principio, sino un proceso destructivo en el que los adultos permiten implicarse a los niños – permitiéndoles un mundo propio insensato y erótico, sin la salvaguardia tranquilizante

  de una protección de sí mismos […] La histeria es de las chicas, y cuando les preguntas qué es todo esto, sólo responden «los amo» […] Cada vez que un adolescente grita con de una protección de sí mismos […] La histeria es de las chicas, y cuando les preguntas qué es todo esto, sólo responden «los amo» […] Cada vez que un adolescente grita con

  La apreciación de Saibel, que la beatlemanía es una manía o histeria, en su sentido médico, con sus connotaciones patológicas propias del siglo XIX, intenta buscar una explicación en la naturaleza supuestamente desviada de todo el proceso –audiencias y músicos (éstos no se salvan de la crítica, y son presentados como ―personajes extraños, con apariencia de ñomos, sacados de un cuento de hadas‖). No es la primera vez que desde el ámbito de las ciencias de la salud se ve la histeria colectiva como el furor descontrolado de un estamento poblacional –en este caso los adolescentes y las teenybopers- susceptible a caer en tales trances: ya ocurrió más de cien años antes con las mujeres. Las acaloradas respuestas que el pianista Franz List obtuvo en su día por parte del público generaron comentarios seudo científicos del mismo tenor que los de Saibel. Como señala Dana Gooley, acerca de la respuesta a la lisztomanía desencadenada en Berlín en 1842:

  ―Los escritores tematizaron la influencia de Liszt sobre las mujeres para deslegitimar los placeres que, aunque compartidos por miembros de la audiencia de ambos géneros, no podían ser afirmados o reconocidos en hombres porque existían únicamente en los cuerpos […] Se creía que los nervios delicados y sensibles de las mujeres las hacía extremadamente excitables, vulnerables al fuerte estímulo de la virtuosidad de Liszt. Los hombres también demostraban estados de gran excitación, pero esos estados eran atribuidos a facultades cognitivas desarrolladas como la inteligencia o el conocimiento estético, o a presiones externas extraordinarias –mas nunca a una predisposición fisiológica‖ (Gooley, 2004:211).

  Saibel también habla de las predisposiciones fisiológicas, cuando apunta a los ―impulsos físicos, recientemente adquiridos, de los adolescentes‖ (2007:54). En última instancia, en ambos casos, la respuesta científica ante la lisztomanía o ante la beatlemanía, nos hallaríamos ante teenybopers (en calidad de adolescentes) y mujeres, emparejamiento de estamentos subordinados a la pasividad extrema.

  Ahora bien, si partimos de la segmentación de la población que consumía música popular, la explicación no puede desatender el factor económico: ha de atender a la libertad económica que recién comenzaban a disponer los jóvenes británicos de la affluent society (Sandbrook, 2005) pues al fin y al cabo se trata de popularidad traducida en libras esterlinas. Teenybop y su opuesto cock rock no son distinciones sobre sexualidad o género –como señalaban Frith y McRobbie (1990)-, sino sobre niños y jóvenes como mercados de consumo separados –o en última instancia, siguiendo a Victor Turner (1990) y Jon Savage (2007), secuencias o evidencias de un paso ritual: en vez de niños a adultos, el paso de niños a jóvenes o adolescentes (Teenagers) en el que se da un estatus homólogo a músicos y audiencias que nunca envejecerán (los Beatles como flautistas de Hammelin, o Mick Jagger como Peter Pan). Se trata de una distinción de edades a lo largo de una misma trayectoria biográfica: las cohortes adolescentes (o prepúberes) que comenzaron su consumo de música beat en la primera mitad de los años sesenta escuchaban los Beatles, los Kinks, Los Rolling Stones, los Herman‘s Hermits, podemos llamarlas teenybop; y si nos fijamos en la misma cohorte generacional en la era post-Pepper (después de junio de 1967) bien pueden estar ya escuchando a Jimi Hendrix, a los Who, a Cream, o a Led Zeppelin –pero aún también a los Beatles, los Rolling Stones o los Kinks. El cambio es observable en los conciertos – y lo es mejor muchas veces que observando la música en sí. Esta cohorte generacional aulló –como señalaba Saibel- en los conciertos. Algo que había comenzado tiempo Ahora bien, si partimos de la segmentación de la población que consumía música popular, la explicación no puede desatender el factor económico: ha de atender a la libertad económica que recién comenzaban a disponer los jóvenes británicos de la affluent society (Sandbrook, 2005) pues al fin y al cabo se trata de popularidad traducida en libras esterlinas. Teenybop y su opuesto cock rock no son distinciones sobre sexualidad o género –como señalaban Frith y McRobbie (1990)-, sino sobre niños y jóvenes como mercados de consumo separados –o en última instancia, siguiendo a Victor Turner (1990) y Jon Savage (2007), secuencias o evidencias de un paso ritual: en vez de niños a adultos, el paso de niños a jóvenes o adolescentes (Teenagers) en el que se da un estatus homólogo a músicos y audiencias que nunca envejecerán (los Beatles como flautistas de Hammelin, o Mick Jagger como Peter Pan). Se trata de una distinción de edades a lo largo de una misma trayectoria biográfica: las cohortes adolescentes (o prepúberes) que comenzaron su consumo de música beat en la primera mitad de los años sesenta escuchaban los Beatles, los Kinks, Los Rolling Stones, los Herman‘s Hermits, podemos llamarlas teenybop; y si nos fijamos en la misma cohorte generacional en la era post-Pepper (después de junio de 1967) bien pueden estar ya escuchando a Jimi Hendrix, a los Who, a Cream, o a Led Zeppelin –pero aún también a los Beatles, los Rolling Stones o los Kinks. El cambio es observable en los conciertos – y lo es mejor muchas veces que observando la música en sí. Esta cohorte generacional aulló –como señalaba Saibel- en los conciertos. Algo que había comenzado tiempo

  

  Las teenybopers transforman la naturaleza de los conciertos, de los conciertos como campo de actividad musical: ―cuando los gritos ahogaban la música, como invariablemente ocurría, entonces eran las fans, y no el grupo, quienes eran el show‖ (Ehrenreich, Hess y Jacobs, 1997:536). Tenemos numerosos documentos que atestiguan este show o espectáculo, siendo las actuaciones de los Beatles en suelo estadounidense, donde las audiencias eran sensiblemente más numerosas que en Reino Unido o Europa, el mayor exponente. Los registros sonoros mejores conservados de la beatlemanía son los que en los años setenta se editaron bajo el nombre de The Beatles Live at the Hollywood Bowl, donde encontramos parte de las actuaciones en el anfiteatro californiano de los años 1964 y 1965 (en bootleg es posible escuchar las tres actuaciones completas dadas en esas dos giras). Si tomamos cualquier canción de este disco, notaremos que, a pesar de haber sido grabado a partir de la mesa de mezclas

  (soundboard) 185 el sonido ambiente es tan fuerte que se cuela indefectiblemente en los micrófonos dispuestos para recoger las voces, amplificadores y batería. Es como si a la

  música beatle le fuera inseparable una catarata de ruido blanco. Es como si la música o los Beatles surfearan por encima de la ola de gritos del mismo modo que los Who en Who‟s next se sirven, años más tarde, de pistas grabadas de sintetizador para tocar sobre ellas.

  Desde un punto de vista del consumo musical y el establecimiento de culturas o asociaciones, todo esto no es más que una tipificación conceptual, porque atendiendo los casos descubrimos que hay interminables formas distintas de consumir música y de expresarse a través de su producción como de su consumo. De hecho, me parece más

  185 Sobre ―soundboard‖: se trata de la mesa de sonido, que es la mediación entre la producción y recepción sonora de un concierto: micrófonos de voz, batería, a veces de instrumentos, a veces son los

  instrumentos cableados directamente a la mesa y controlados por un técnico o ingeniero de sonido.

  certera regresar a una mirada bajtiniana: ver el rock, al menos en estas instancias primigenias, como nivelador (Kohl, 1996) y lugar de cita de estamentos diferenciados (no sé si realmente muy o tan dispares), que comulgan en un objeto de consumo cultural, sí, pero, fundamentalmente, comparten un ethos que desde entonces, como el evento pop-rock mencionado por Regev, se ha desperdigado globalmente. Ese cambio se ha dado entre los años sesenta y noventa, afectando directa y profundamente las relaciones sociales de sexualidad e intimidad. En el caso británico, los cambios se han dado en las relaciones de poder inter-generacional, cambios en las relaciones de poder entre hombres y mujeres, la separación del sexo y la reproducción y el matrimonio (con la llegada de la píldora anticonceptiva), separación entre matrimonio y paternidad y maternidad así como una redefinición entre normalidad y anormalidad (Weeks, 2007:62).

  ¿Y si la distinción entre teenybop y cock rock fuese en cambio una situación histórica en una vuelta de tuerca más en la curva civilizatoria que ajusta y afina las relaciones sexuales, sus límites y potencias, o señala nuevos estadios evolutivos ontogenéticos? ¿No despierta la beatlemanía, como lo hizo el movimiento de caderas de Elvis Presley unos años antes, o el crooning sensual de Bing Crosby décadas antes, la erogeneidad colectiva? ¿Podría la niña excitada por la beatlemanía convertirse en una amazona psicodélica, una depredadora sexual, una foxy lady atronadora? Podríamos responder que sí, que por un lado, en suelo británico, ―a comienzos de los sesenta había

  un millón más de jóvenes solteros entre los 15 y 24 años de edad que una década antes, representando un lote potente de energías eróticas y emocionales en una cultura cada vez más sexualizada‖ (ibíd:66). Esta cohorte generacional, liberada de antiguas responsabilidades (matrimonio) y ataduras biológicas (reproducción), por el otro lado, fue estimulada en el consumismo, el cual se vio afectado a su vez por la un millón más de jóvenes solteros entre los 15 y 24 años de edad que una década antes, representando un lote potente de energías eróticas y emocionales en una cultura cada vez más sexualizada‖ (ibíd:66). Esta cohorte generacional, liberada de antiguas responsabilidades (matrimonio) y ataduras biológicas (reproducción), por el otro lado, fue estimulada en el consumismo, el cual se vio afectado a su vez por la

  Entre esta desujeción, representada por actitudes y reforzada por la legislación, 186 que situaba a las nuevas generaciones en un marco inédito de libertad

  sexual, y el impulso mercantilista que transformaba el sexo en un objeto de consumo – desde la llegada de los medios masivos de comunicacin, con el cine a la cabeza desde principios de siglo XX-, tenemos a nuestras teenybopers o contrapartida del cuerpo milagroso del rock.

  Aunque se haya intentado ver al fenómeno fan o teenybop como mero deslegitimador de las pretensiones artísticas de los músicos a los que se seguía, no hay que olvidar el carácter revolucionario de una cultura que promovía impulsos sexuales activos en un sector de la población hasta entonces recluido en la pasividad. Según Ehrenreich, Hess y Jacobs, por aquel entonces ―era aun más rebelde reclamar el lado activo, deseante de la atracción sexual: los Beatles eran sexy; las chicas eran las que los percibían como sexy y admitieron la fuerza, una lujuria ingobernable, si acaso des- corporeizada‖ (Ehrenreich, Hess y Jacobs, 1997:527). Si seguimos su interpretación, entonces hemos de pensar que teenybop no sería la niña que consume música pop, sino que señalaría la percepción que, desde la mirada construida desde el mainsteam machista, hay del fenómeno femenino del consumo de música e ídolos musicales. Ateniéndonos a nuestra perspectiva relacional, entonces, podemos plantearnos la existencia de múltiples situaciones que nos ayudan a comprender y superar el determinismo que ha construido una imagen pasiva de la feminidad.

  En Reino Unido, a lo largo de los sesenta se dieron diversos cambios en la regulación jurídica: cambios en la legislación de la prostitución (1958), obscenidad (1959 y 1964), homosexualidad masculina y aborto (1967), censura teatral (1968) y divorcio (1969) (Weeks, 1985:30).

  La pasividad sería en todo caso una mala percepción de la posición dominada de las mujeres. El uso invertido de la imagen de los hombres (hombres como objetos deseables) sería o el comienzo de una nueva feminidad o la visibilización de cualidades femeninas sumergidas, no necesariamente alejada de los hombres, pero sí replanteando

  a medio plazo los fundamentos de las relaciones entendidas hasta entonces como fundamentales: ―El atractivo de la estrella masculina –sea James Dean, Elvis Presley o Paul McCartney- era que nunca podrías casarte con él; el romance nunca acabaría en el tedio del matrimonio‖ (Ibíd.: 532). Extraña vuelta de tuerca para quien nunca será mujer, pero a la vez ámbito normal de las expectativas de quien –como cualquier hijo o hija de vecino- descubre una sexualidad dentro suyo que tiende hacia afuera, que tiende

  a depositarse sobre estas figuras, reclamándole no un largo y solitario suspiro –como es la imagen que ha perdurado de la teenyboper, sola en su cuarto lleno de posters de sus ídolos-, sino un desgarrado y frenético alarido colectivo de exaltación: ―la adulación de la estrella masculina era una manera de expresar anhelos sexuales que normalmente iban al servicio de la popularidad o sencillamente eran reprimidos‖ (ibíd.:532).