La visibilidad-disputa del cuerpo del rock: de las calles a los conciertos

5.3.1 La visibilidad-disputa del cuerpo del rock: de las calles a los conciertos

  ―Al mediodía los Beatles abandonan Cambridge. El personal del hotel se agolpa a lo largo de la vía de salida. Un niño pequeño corre en busca de un autógrafo, pero el portero lo detiene. A través del camino, la gente se alinea en la acera u observa desde las ventanas. Es casi una procesión real, salvo que nadie ondea banderas‖ (Braun, 1964:23).

  La disputa por el cuerpo del rock, lejos del marco del concierto, se desarrolló en el orden de la seguridad de grandes personalidades, es decir, se protegió al cuerpo regio del rock como si fuera literalmente un jefe de estado: era habitual que no se permitiese a los Beatles salir a saludar a la gente que se congregaba en torno a los hoteles donde éstos se alojaban. La razón esgrimida por la policía era el peligro que se corría de que las multitudes reaccionaran violentamente. Aunque en casos como el japonés, la precisión con que se lleva a cabo la seguridad responde, más que a una necesidad de defender a los Beatles de posibles atentados o de la propia masa, a defender a la juventud japonesa de los mismos Beatles y su influencia.

  Un efecto directo fue la creciente disputa por la visibilidad del cuerpo del rock. Concepto –el de visibilidad- que resulta fundamental para comprender los fenómenos asociados a la beatlemanía y adoración del resto de grupos contemporáneos. Pues a mayor deseo o interés de poder ver, y a mayor cantidad de gente aspirando a ver, más difícil resultará tener acceso al cuerpo del rock, y más necesario se hará buscar otros medios con los que poder encausar ese anhelo colectivo.

  Dentro del marco de los conciertos durante el beat boom, tenemos el caso citado por el periodista Larry Kane durante la primera gira por Estados Unidos y Canadá. El 22

  de agosto de 1964, unas 20.000 personas asistieron al Empire Stadium de Vancouver, Canadá, a ver a los Beatles:

  ―Eran más de las nueve cuando dio comienzo la actuación de los Beatles. Cinco minutos después, 6.000 espectadores (según los cálculos de la policía) bajaron hasta el campo de juego, lo invadieron y echaron a correr como locos hacia el escenario. Por si esto fuera poco, los fans que no habían conseguido entradas lograron echar abajo las puertas del Empire y entraron en tropel. Fueron unos minutos de absoluta confusión, que se prolongó hasta que un presentador local subió al escenario e intentó tranquilizar

  a la multitud. Gordy Patridge fue uno de los que presenciaron la escena desde los asientos de la grada (…): «Cuando los Beatles salieron al escenario, las miles de fans que estaban allí se pusieron a gritar como locas» (…) El ambiente seguía enrarecido. La policía estaba situada de manera que bloqueaba el paso a las fans, pero, poco a poco, los agentes fueron retrocediendo, presionados por el gentío. Después de ―All my loving‖, que era la tercera canción, John y Paul se hicieron un gesto con la cabeza para indicar que desde ese momento no habría más pausas entre tema y tema. Fueron tocando uno detrás de otro.

  (…) Mientras tanto, yo había conseguido situarme en un lugar seguro, detrás del cordón policial. [Los agentes] resistían los embates de los fans con valentía, aunque cedían terreno inexorablemente. Al final, acabaron contra las vallas protectoras (las que habían colocado para detener la estampida que, de hecho, se estaba produciendo) pero nunca llegaron a sacar las porras. La situación siguió deteriorándose. A mitad del concierto, aquello parecía una revuelta popular, así que agentes de refuerzo, con perros y todo, entraron en el campo. A unos pocos metros de donde yo estaba de pie, vi a varias chicas desvanecerse y desaparecer entre la masa de gente. Una de ellas gritaba ‗¡Socorro! ¡Por el amor de dios, que alguien me ayude!‘ Entre todas las personas que le iban pasando por encima, aún alcancé a ver sus brazos y piernas agitándose en el aire. La policía se vio obligada a romper el cordón para ir a rescatar a los que, aplastados por la muchedumbre, estaban en peligro de asfixiarse. Cuando por fin lograron sacar a las víctimas, observé que muchas tenían sangre en los labios y en la nariz, además de magulladuras, rasguños y heridas. Eran las

  consecuencias directas de la beatlemanía‖ (Kane, 2007:39-40). 184

  Fuera del marco de los conciertos, comenta Larry Kane lo ocurrido en Denver, cuando el coche en que iba, junto a otros periodistas, se coló por error en el primer lugar

  de la caravana de los vehículos que transportaban a los Beatles y su comitiva, y fueron confundidos, por los chicos que estaban en la calle, con los mismos Beatles:

  ―El problema fue que nuestro modelo de limusina era exactamente el mismo que el que llevaba a los Beatles, por lo que centenares de fans que los estaban esperando se arrojaron encima de nuestro coche creyendo que estaban dentro. La policía de Denver aprovechó la confusión para desviar sutilmente la limusina de los Beatles hacia la

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  Esa misma noche, los medios informaron que había más de 130 heridos, muchos de ellos con las extremidades rotas y traumatismos craneales.

  puerta trasera del hotel, dejando así que el tumulto de jovenzuelos se ensañara con nuestro automóvil. No era la primera vez que me sentía muerto de miedo en esa gira, pero sí fue la primera ocasión en la que creí en la posibilidad real de sufrir heridas o incluso morir a manos de los fans de los Beatles. Me empecé a asustar de verdad cuando vi que el techo comenzaba a ceder y la tapicería que lo cubría por dentro se acercaba poco a poco a nuestras cabezas. Eran tantos los que se habían subido encima del coche y saltaban con tanta fuerza que la abolladura del techo se iba haciendo cada vez más profunda. (…) Se me ocurrió abrir una ventanilla e intentar alejar a los invasores de alguna forma, pero alguien me agarró de la muñeca y me la retorció, con lo que rápidamente volví a meter el brazo. (…) Intenta por un momento imaginar la claustrofóbica situación que vivíamos en el interior: rostros aplastados contra los cristales, chicas que gritaban ‗¡Te quiero, Paul!‘, caras de policías asustados, puertas que no había manera de abrir… Nos habíamos convertido en auténticos rehenes, en víctimas del fervor y la locura de una pandilla de fanáticos obsesionados, de una turba que estaba dispuesta a lo que fuera con tal de poder ver o tocar a alguno de los Beatles‖ (Ibíd.:51-52).